19 de desembre del 2015

Un detective en Babilonia (Dreaming of Babylon: A Private Eye Novel 1942, Richard Brautigan, 1977, Blackie Books, 2015)

[El pájaro burlón, 18 de diciembre de 2015]

Dani Morell

Apuesto a que una de las razones por las que nunca he sido un buen detective privado es que he pasado demasiado tiempo soñando con Babilonia.

C. Card, el protagonista de Un detective en Babilonia, no tiene ni para balas. Por fin ha conseguido un caso, pero está tan pelado que se pasa las primeras cincuenta páginas del libro buscando munición para su revólver. Es un perdedor, un ser al margen; un tipo tan arrastrado como se puedan llegar a imaginar. Ríanse de nuestro tío Vázquez, el señor Card sabe lo que son las deudas de verdad y conoce el arte de esquivarlas. Le suelen confundir con un pordiosero o con un delincuente de poca monta –eso en el mejor de los casos–. Y todo ello se la trae al pairo, porque es un desvergonzado y un incompetente colosal. Además, tiene una vía de escape imaginaria, un refugio intelectual, su querida Babilonia. Allí él es Dios, es el detective más grande del mundo, un superhéroe que resuelve casos de serial barato mientras las mujeres caen rendidas a sus pies.

Richard Brautigan

No esperen encontrar la clásica novela negra en Un detective en Babilonia. Si conocen al escritor Richard Brautigan sabrán de lo que estoy hablando –en esta reseña sobre El monstruo de Hawkline me extiendo un poco más sobre su figura–. Pero si me obligan a etiquetar este libro, les diré que se trata de una parodia del género negro, una comedia de detectives si quieren. Pero me quedaré corto. Con Brautigan no valen las etiquetas, huye de las clasificaciones como de la peste y sus novelas son más de lo que aparentan.
Brautigan va más allá de reivindicar a su detective perdedor e intentar integrarlo en la sociedad. A través de los ojos del protagonista –la narración está escrita en primera persona– prefiere dibujarnos un mundo en el que todos sus habitantes tienen un punto de locura. Define un universo en el que un personaje como Card tiene perfecta cabida. Los contactos que colecciona nuestro detective son demenciales: policías violentos, forenses necrófilos, caseras ridículamente crédulas y delincuentes de opereta. Olvídense de lo políticamente correcto. Si se deciden por abrir este libro, se encontrarán con un humor absurdo, directo y pasado de rosca difícil de encorsetar, en constante equilibrio con altas dosis de ironía y critica social. 

Brautigan escribe muy bien, era un hippie y un poeta al que las historias le salían por las orejas. Sus capítulos oscilan entre lo corto y lo ultra-corto –80 en apenas 200 páginas– y tienen títulos que a priori nos pueden parecer tan absurdos como Niebla de cactusLa temporada de béisbol del año 596 a. CSmith Smith contra los robots-sombraBela Lugosi o Adolf Hitler. Muchos de ellos encierran historias dentro de historias en una concatenación de creatividad envidiable –no es de extrañar que haya sido de sobras reivindicado por Neil Gaiman, Kurt Vonnegut o Tim Burton–. Y por si fuera poco, sabe resultar muy entretenido.
Richard Brautigan fue un autor muy comprometido con su época. La generación Beat y la explosión de lo que vino en llamarse la contracultura le tocaron profundamente. La inquieta San Francisco de los 50 y los 60 fue uno de sus centros de operaciones, y eso se nota. A veces, para encontrar lo original, lo novedoso y lo insólito –eso que tanto buscamos y rebuscamos los lectores empedernidos–, hay que retroceder un poco y mirar atrás, hacia épocas más rompedoras y rebeldes. Un detective en Babilonia tiene mucho de eso, y además es uno de aquellos libros que, si se descuidan, se bebe en un par de tacadas. Pero no se precipiten, vale la pena saborear y atesorar cada momento en pequeños tragos.



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