Rosario Spina
Cada vez son más los lectores que se sienten atraídos por una modalidad que arrancó con Poe, se prolongó en Conan Doyle y desembocó en el “hard boiled” para llegar a un rico presente. Las razones de un éxito que no se detiene.
En los últimos tiempos, la novela policial comenzó a sonar con mayor intensidad y a ganar espacio en festivales, concursos, nuevas colecciones y clínicas especializadas. ¿Hay un auge del género? ¿Crece la tendencia hacia esta literatura? ¿O bien, siempre se leyó y hoy está logrando cierta legitimidad —por fin— en determinados círculos literario-académicos? Por otro lado, ¿sigue siendo el género negro el mismo que el de sus comienzos o está modificando sus límites?
El escritor y periodista Osvaldo Aguirre reflexiona: “Creo que una cosa es el interés público por lo policial en términos culturales amplios y otra cosa el interés por la literatura negra. Lo primero tiene mayor alcance, como se ve en los festivales del género, donde justamente no hablan solamente escritores sino también especialistas de diversos ámbitos (forenses, policías, jueces, ex delincuentes) y de diversas disciplinas (historiadores, investigadores sociales, periodistas, etcétera). La respuesta típica para explicar el interés de los lectores es decir que la novela negra documenta los males de la época, que tiene una impronta crítica en términos sociales. Para mí eso es un estereotipo, no es cierto; justamente funciona como tal, uno lo ve en las malas novelas policiales que se esfuerzan por ser «políticas» o «críticas» confundiendo lo ideológico con una cuestión de contenidos o de declaraciones, cuando en el género lo ideológico tiene que ver, históricamente, con las formas. Además, si bien una parte de los best sellers actuales son de tema policial y hay una mayor receptividad editorial para los libros del género, los autores argentinos más conocidos se consagraron fuera de las colecciones específicas, y me parece que su consolidación responde a cuestiones literarias o contextuales ajenas al género en sí. La repercusión de los libros de Claudia Piñeiro o Guillermo Martínez, por ejemplo, no tiene que ver con que los lectores se vuelcan al género policial, sino porque algunos de sus títulos coincidieron con circunstancias culturales y sociales que llevan a mucha gente a leerlos. La difusión de la literatura policial está asociada históricamente a las colecciones, en una línea donde se suceden Rastros, Evasión, El Séptimo Círculo, Serie Negra, La Muerte y la Brújula, Sol Negro, etcétera. La colección provee un formato que permite distinguir los libros y volverlos más visibles para los lectores; que se diga de una novela que es policial ya nos permite saber algo sobre ella. Pero yo diría que en la actualidad las colecciones de novela negra tienen un ámbito más restringido, casi de culto”.
En la misma línea, Carlos Santos Sáez, editor en Del Nuevo Extremo, afirma: “Hablar del auge de la novela negra me parece excesivo. Sí me gusta pensar en un muy buen momento, no sólo de la novela negra, sino de la literatura argentina. Hay muchas ganas y modos de narrar, y muchos y muy buenos escritores, más allá del género”.
Aun así, como la marea de relatos no cesaba de llegar a Del Nuevo Extremo, decidieron crear la colección Extremo Negro y organizar un concurso para premiarlos: “En 2010 —recuerda Santos Sáez— cuando a nadie se le ocurría hablar de auge, pusimos en las librerías los primeros libros de Extremo Negro, y lanzamos el concurso que consagró como primer ganador al legendario Ray Collins (Eugenio Zappietro, uno de los más grandes guionistas de la historieta de habla hispana) con su novela Mi nombre es Zero Galván”.
El segundo concurso fue lanzado en sociedad con el BAN! (la semana negra de Buenos Aires) y la novela ganadora fue El último milagro, de Horacio Convertini. El año pasado el tercer concurso lo ganó Hotaru de Sancia Kawamichi y este año la novela ganadora fue Mato y olvido de Daniel Ares. En las cuatro ediciones del concurso se recibieron casi 2000 novelas participantes, y un dato no menor: la novela New Pompey de Horacio Convertini, y el libro de relatos Luna amarilla, de Álvaro Abós, figuran en las listas de libros más vendidos en la Argentina.
“La novela policial siempre tuvo lectores fieles, pero es cierto que el género se hizo más popular en los últimos tiempos —contrapone el periodista Jorge Salum. —Basta con mirar en los rankings de ventas de las librerías y editoriales. Hay más gente que lee novelas policiales, y también hay más escritores que las escriben, incluso como una actividad literaria paralela. Un ejemplo de esto último es el de John Banville, un candidato al premio Nobel que ha escrito novelas consagradas sobre otros géneros y que se inventó un seudónimo (Benjamin Black) para escribir historias policiales”
En cuanto a las causas de esta tendencia, el escritor y abogado Marcelo Scalona opina: “El auge de la novela negra es evidente, proliferan editoriales, concursos y premios específicos, de importancia, en todo el mundo. Las causas son múltiples: por un lado, sin ser ingenuos, hay una decisión comercial de las editoriales, que encuentran en este género un artefacto de gran entretenimiento: la novela negra ofrece efectos especiales de misterio, crimen, sangre, sexo, morbo, y encima, en muchos casos, basadas en historias reales (como le gusta saber al espectador de cine de Hollywood), y allí, creo, las editoriales han encontrado un filón comercial. Eso me parece obvio y cierto. Decía irónicamente Antonio Dal Masetto: «Cada vez nos es más difícil competir con Crónica TV». Por otro lado, hay algo positivo, y es el reconocimiento de que la novela negra es literatura mayor, gran literatura. Como género, es el artefacto que mejor permite ofrecer además de entretenimiento, grandes ensayos sociales, políticos, subjetivos”.
Por su parte, la periodista Silvina Tamous desconfía: “No sé si hay un auge. Creo que se editan muchos autores extranjeros y son mucho más accesibles. El buen policial es un género maravilloso, porque es una excusa para que un autor te cuente sobre una ciudad y también sobre un momento político. En uno de los libros de Ampuero, por ejemplo, hay una gran descripción de Valparaíso, o las vueltas por Sicilia que te propone Andrea Camilleri, con sus platos de comida típicos. O en los suecos, por ejemplo, donde se ve el problema de la inmigración”.
Los orígenes del policial negro: el policial de enigma
Si bien Edgar Allan Poe fue el responsable de sentar las bases del género, el policial clásico o de enigma vive su apogeo en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XIX, de la mano de Arthur Conan Doyle, Gilbert Keith Chesterton y Agatha Christie.
Son tiempos de crecimiento de las ciudades, la población se multiplica, la desconfianza en un otro desconocido se incrementa y los crímenes pasan de ser hechos aislados. Los pobladores “comienzan a ser conscientes del carácter inhumano de la gran ciudad” escribe Walter Benjamin en Iluminaciones II. En este contexto es donde se desarrolla el policial clásico: un investigador es el encargado de resolver un crimen, con la sola fuerza de la lógica y del razonamiento. Este personaje no necesita salir a la calle a enfrentar los hechos, puede desentrañar los problemas más sórdidos desde su biblioteca o su «cuarto cerrado». Es un personaje inteligente, que no recibe paga por su trabajo y que está movilizado por el desafío que representa este enigma para su inteligencia. Suele estar acompañado por un ayudante, quien en general carece de la brillantez de su mentor. No es casualidad que esta clase de relatos surja en esta época: la ciencia y la tecnología se encuentran en pleno desarrollo. Por ende, se piensa que todo enigma puede ser resuelto con la lógica y la razón. El número de lectores de estos relatos asciende notablemente: la inteligencia del investigador hace que el orden social, previamente en desequilibrio, vuelva a equilibrarse mediante la resolución exitosa del caso. El detective de estos relatos genera, mediante la resolución, un estado de orden.
Pero ¿qué sucede cuando este “orden del relato” ya no es suficiente para un lector turbado por los sucesos del momento? ¿Qué pasa cuando la verdad que allí se busca y se “restaura” no es acompañada por la ley?
Durante las primeras décadas del siglo XX en Estados Unidos, en un contexto de crisis económica y social, época en que afloran las mafias, la corrupción y el desempleo, el policial encuentra un nuevo cauce. Dashiell Hammett y Raymond Chandler surgen en este contexto de caos social y logran establecerse como los mayores exponentes del género negro, el cual toma su nombre de la colección francesa Série Noire y de la revista Black Mask.
Mapas de lo social
El escritor y periodista Osvaldo Aguirre reflexiona: “Creo que una cosa es el interés público por lo policial en términos culturales amplios y otra cosa el interés por la literatura negra. Lo primero tiene mayor alcance, como se ve en los festivales del género, donde justamente no hablan solamente escritores sino también especialistas de diversos ámbitos (forenses, policías, jueces, ex delincuentes) y de diversas disciplinas (historiadores, investigadores sociales, periodistas, etcétera). La respuesta típica para explicar el interés de los lectores es decir que la novela negra documenta los males de la época, que tiene una impronta crítica en términos sociales. Para mí eso es un estereotipo, no es cierto; justamente funciona como tal, uno lo ve en las malas novelas policiales que se esfuerzan por ser «políticas» o «críticas» confundiendo lo ideológico con una cuestión de contenidos o de declaraciones, cuando en el género lo ideológico tiene que ver, históricamente, con las formas. Además, si bien una parte de los best sellers actuales son de tema policial y hay una mayor receptividad editorial para los libros del género, los autores argentinos más conocidos se consagraron fuera de las colecciones específicas, y me parece que su consolidación responde a cuestiones literarias o contextuales ajenas al género en sí. La repercusión de los libros de Claudia Piñeiro o Guillermo Martínez, por ejemplo, no tiene que ver con que los lectores se vuelcan al género policial, sino porque algunos de sus títulos coincidieron con circunstancias culturales y sociales que llevan a mucha gente a leerlos. La difusión de la literatura policial está asociada históricamente a las colecciones, en una línea donde se suceden Rastros, Evasión, El Séptimo Círculo, Serie Negra, La Muerte y la Brújula, Sol Negro, etcétera. La colección provee un formato que permite distinguir los libros y volverlos más visibles para los lectores; que se diga de una novela que es policial ya nos permite saber algo sobre ella. Pero yo diría que en la actualidad las colecciones de novela negra tienen un ámbito más restringido, casi de culto”.
En la misma línea, Carlos Santos Sáez, editor en Del Nuevo Extremo, afirma: “Hablar del auge de la novela negra me parece excesivo. Sí me gusta pensar en un muy buen momento, no sólo de la novela negra, sino de la literatura argentina. Hay muchas ganas y modos de narrar, y muchos y muy buenos escritores, más allá del género”.
Aun así, como la marea de relatos no cesaba de llegar a Del Nuevo Extremo, decidieron crear la colección Extremo Negro y organizar un concurso para premiarlos: “En 2010 —recuerda Santos Sáez— cuando a nadie se le ocurría hablar de auge, pusimos en las librerías los primeros libros de Extremo Negro, y lanzamos el concurso que consagró como primer ganador al legendario Ray Collins (Eugenio Zappietro, uno de los más grandes guionistas de la historieta de habla hispana) con su novela Mi nombre es Zero Galván”.
El segundo concurso fue lanzado en sociedad con el BAN! (la semana negra de Buenos Aires) y la novela ganadora fue El último milagro, de Horacio Convertini. El año pasado el tercer concurso lo ganó Hotaru de Sancia Kawamichi y este año la novela ganadora fue Mato y olvido de Daniel Ares. En las cuatro ediciones del concurso se recibieron casi 2000 novelas participantes, y un dato no menor: la novela New Pompey de Horacio Convertini, y el libro de relatos Luna amarilla, de Álvaro Abós, figuran en las listas de libros más vendidos en la Argentina.
“La novela policial siempre tuvo lectores fieles, pero es cierto que el género se hizo más popular en los últimos tiempos —contrapone el periodista Jorge Salum. —Basta con mirar en los rankings de ventas de las librerías y editoriales. Hay más gente que lee novelas policiales, y también hay más escritores que las escriben, incluso como una actividad literaria paralela. Un ejemplo de esto último es el de John Banville, un candidato al premio Nobel que ha escrito novelas consagradas sobre otros géneros y que se inventó un seudónimo (Benjamin Black) para escribir historias policiales”
En cuanto a las causas de esta tendencia, el escritor y abogado Marcelo Scalona opina: “El auge de la novela negra es evidente, proliferan editoriales, concursos y premios específicos, de importancia, en todo el mundo. Las causas son múltiples: por un lado, sin ser ingenuos, hay una decisión comercial de las editoriales, que encuentran en este género un artefacto de gran entretenimiento: la novela negra ofrece efectos especiales de misterio, crimen, sangre, sexo, morbo, y encima, en muchos casos, basadas en historias reales (como le gusta saber al espectador de cine de Hollywood), y allí, creo, las editoriales han encontrado un filón comercial. Eso me parece obvio y cierto. Decía irónicamente Antonio Dal Masetto: «Cada vez nos es más difícil competir con Crónica TV». Por otro lado, hay algo positivo, y es el reconocimiento de que la novela negra es literatura mayor, gran literatura. Como género, es el artefacto que mejor permite ofrecer además de entretenimiento, grandes ensayos sociales, políticos, subjetivos”.
Por su parte, la periodista Silvina Tamous desconfía: “No sé si hay un auge. Creo que se editan muchos autores extranjeros y son mucho más accesibles. El buen policial es un género maravilloso, porque es una excusa para que un autor te cuente sobre una ciudad y también sobre un momento político. En uno de los libros de Ampuero, por ejemplo, hay una gran descripción de Valparaíso, o las vueltas por Sicilia que te propone Andrea Camilleri, con sus platos de comida típicos. O en los suecos, por ejemplo, donde se ve el problema de la inmigración”.
Los orígenes del policial negro: el policial de enigma
Si bien Edgar Allan Poe fue el responsable de sentar las bases del género, el policial clásico o de enigma vive su apogeo en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XIX, de la mano de Arthur Conan Doyle, Gilbert Keith Chesterton y Agatha Christie.
Son tiempos de crecimiento de las ciudades, la población se multiplica, la desconfianza en un otro desconocido se incrementa y los crímenes pasan de ser hechos aislados. Los pobladores “comienzan a ser conscientes del carácter inhumano de la gran ciudad” escribe Walter Benjamin en Iluminaciones II. En este contexto es donde se desarrolla el policial clásico: un investigador es el encargado de resolver un crimen, con la sola fuerza de la lógica y del razonamiento. Este personaje no necesita salir a la calle a enfrentar los hechos, puede desentrañar los problemas más sórdidos desde su biblioteca o su «cuarto cerrado». Es un personaje inteligente, que no recibe paga por su trabajo y que está movilizado por el desafío que representa este enigma para su inteligencia. Suele estar acompañado por un ayudante, quien en general carece de la brillantez de su mentor. No es casualidad que esta clase de relatos surja en esta época: la ciencia y la tecnología se encuentran en pleno desarrollo. Por ende, se piensa que todo enigma puede ser resuelto con la lógica y la razón. El número de lectores de estos relatos asciende notablemente: la inteligencia del investigador hace que el orden social, previamente en desequilibrio, vuelva a equilibrarse mediante la resolución exitosa del caso. El detective de estos relatos genera, mediante la resolución, un estado de orden.
Pero ¿qué sucede cuando este “orden del relato” ya no es suficiente para un lector turbado por los sucesos del momento? ¿Qué pasa cuando la verdad que allí se busca y se “restaura” no es acompañada por la ley?
Durante las primeras décadas del siglo XX en Estados Unidos, en un contexto de crisis económica y social, época en que afloran las mafias, la corrupción y el desempleo, el policial encuentra un nuevo cauce. Dashiell Hammett y Raymond Chandler surgen en este contexto de caos social y logran establecerse como los mayores exponentes del género negro, el cual toma su nombre de la colección francesa Série Noire y de la revista Black Mask.
Mapas de lo social
Así como en los relatos fantásticos suele vislumbrarse un miedo de época, en la novela negra pueden leerse los intereses contrapuestos de una sociedad. El policial negro surge en un contexto de crisis de valores: la relación entre la verdad y la ley es conflictiva, y ya no es suficiente un inteligentísimo detective de gustos sofisticados, aunque tenga las mejores intenciones de reconvertir el desorden. Dice al respecto Scalona: “La novela negra pone el foco en el mal de las corporaciones, del propio Estado, frente al mal individual, mucho más abstracto, y a menudo, menos importante en un mundo tan dirigido por poderes cada vez más concentrados. La novela negra es un organismo rabioso que ha devuelto mucha vitalidad a la literatura: Chandler, Patricia Highsmith, Walsh, Vázquez Montalbán, Camilleri”
En la novela negra, las causas de un delito no se resolverán al momento de descubrir al criminal, ya que los orígenes de ese crimen se encuentran en las bases mismas del sistema de esa sociedad. Es por ello que, como género, puede llegar a actuar como una radiografía de lo social: “Cuando un libro se convierte en best seller, no suelo leerlo en el momento —admite Perico Pérez, titular de Homo Sapiens—. Si bien en un principio con la trilogía Millennium no sentí interés, luego accedí al ver que gente que yo respetaba desde el punto de vista intelectual se acercaba a estos libros. Y verdaderamente me atraparon. A partir de ahí busqué los antecedentes y encontré a Mankell, a quien había leído hacía mucho tiempo. Lo retomé y además comencé a seguir a autores similares, que publican policiales con un interesante marco social. De esta manera, si por ejemplo uno llega a Qiu Xiaolong, este escritor chino muestra, a partir de un hecho policial, la problemática de su país en alguna ciudad cercana a Shanghai. Ahí se evidencia la relación entre el Partido Comunista y los diferentes poderes, y cómo los grandes empresarios comienzan a hacerse millonarios. Lo mismo sucede con Petros Márkaris, Henning Mankell o Leonardo Padura”.
Lectores del género coinciden en encontrar en él un valioso testimonio de época. Algunos, como la profesora en historia Marité Imhoff, oyen las reminiscencias de sus lecturas durante sus viajes: “Hace unos meses estaba yendo desde San Petersburgo hacia Riga cuando recordé que esa era la ciudad donde vivía la novia de Wallander, el personaje principal de Mankell. Entonces me sucedió que comencé a recordar pasajes de sus libros. Yo soy una apasionada de este personaje: es un detective que, creo, está trabajado psicológicamente a la perfección. Siempre pienso que son libros muy recomendables hasta para dar en el aula por los grandes dilemas morales que presentan”.
El abogado Jorge Elías, aficionado al género, relata: “Siempre fui muy lector de narrativa, pero durante años —creo que al igual que muchos lectores, y hasta críticos— veía al policial como «novelitas»más bien pasatistas. Comencé a interesarme cuando llegué a autores como Mankell o Petros Márkaris. Lo que me atrajo de ellos (hay otros como la sueca Asa Larson) es que la obra ya no se limita a un ingenioso enigma que debe descubrir un detective sobre el cual poco sabe el lector (caso Hercule Poirot), más allá de su perfil fascinante. En las novelas de Mankell, por ejemplo, hay siempre un trasfondo político en los crímenes que investiga el policía Kurt Wallander. En las novelas de Márkaris aparece una descripción de la complicada situación de la Grecia contemporánea, y hasta referencias al pasado del inspector Kosta Jaritos (protagonista principal) como policía durante la dictadura de los coroneles".
"Otra característica atrayente son las descripciones de los personajes: Wallander es un solitario con problemas con el alcohol, con alguna pena de amor, un padre viejo que le trae preocupaciones y una hija con la que no siempre termina de entenderse. Jaritos, además de padecer las estrecheces de todo asalariado en un país en crisis, tiene una mujer insoportable, también es padre de una única hija mujer, a la que quiere con devoción al extremo de tener celos de su yerno. La intriga, entonces, es la vía conductora para conocer estos personajes e identificarse con ellos, además de tener una visión de realidades sociales o conflictos políticos. Ya no importa tanto quién es el asesino. El final de la novela pasa a ser menos importante que haber compartido una aventura con personajes con los que simpatizamos, o sumergirnos en realidades distintas —o similares— a la nuestra”.
Escribía Raymond Chandler en El simple arte de matar: “...un mundo en el que ninguno puede caminar tranquilo por una calle oscura, porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos, pero que nos abstenemos de practicar; un mundo en el que se puede presenciar un atraco a plena luz del día, y ver quién lo comete, pero retroceder rápidamente a un segundo plano, entre la gente, en lugar de decírselo a nadie, porque los atracadores pueden tener amigos de pistolas largas, o a la policía no gustarle las declaraciones de uno (...). Un mundo en que los maleantes y matones pueden gobernar naciones y adueñarse de ciudades; en que los hoteles, departamentos y restaurantes son propiedad de hombres que hicieron su dinero regenteando burdeles; en que un astro cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla y ese hombre simpático que vive en la casa de al lado es el jefe de una banda de levantadores de apuestas...”.
La descripción pareciera ser la crónica del día, pero forma parte de un clásico ensayo sobre el arte del género negro escrito en 1950 por Chandler, padre del mítico detective privado Philip Marlowe.
Modos de metabolizar los tiempos que corren
Si el género negro corre el foco desde el “crimen” hacia el “criticismo” de la sociedad en que se produce, temas como el femicidio, la trata o los negocios alrededor de la estética también se dan espacio en sus portadas.
La escritora María Inés Krimer afirma: “En mis libros de género negro hablo de prostitución, el negocio de las cirugías estéticas o los talleres clandestinos: al respecto me impresionó el derrumbe, hace un tiempo, de un edificio en Bangladesh donde cientos de operarios cosían para las grandes marcas con sueldos miserables. De ahí salió Sangre fashion. Algo parecido cuenta James Cain en El cartero llama dos veces: la novela está inspirada en un caso real. Si bien el enigma sigue vigente, apuesto al autor. Cuanto mejor sea, más lejos irá y envolverá lo que no puede decirse con mayor sutileza. Como en toda obra literaria, lo importante es el tono, el fraseo, lo que conforma un relato que es, en última instancia, una visión del mundo”.
Por su lado, la novelista Selva Almada analiza: “El género policial siempre ha reflejado lo que pasa en una sociedad, los delitos que inquietan a los ciudadanos, los crímenes que más impactan. En ese sentido no me extraña que se escriban ficciones que reflejen la trata o el femicidio, que son problemáticas históricas en nuestro país, aunque recién desde hace unos años nos empezamos a hacer cargo de eso, de que una sociedad misógina es la que promueve y permite una mujer muerta cada 30 horas”.
En cuanto a su libro Chicas muertas, relata: “Hace unos cuantos años que la violencia contra las mujeres empezó a ser un tema importante para mí. Y la historia de Andrea Danne, que es una de las que abordo en el libro, marcó mi adolescencia y la de muchas mujeres de mi edad, en la costa del río Uruguay. A Andrea la mataron mientras dormía en su casa, con sus padres durmiendo en la habitación de al lado, en la ciudad de San José. Fue muy impactante. Nunca se encontró a los responsables. Su muerte quedó impune. Me acuerdo de que enseguida se dijeron muchas cosas, versiones que culpaban a Andrea, a la propia víctima, como suele ocurrir en estos casos. En fin... estas cosas siempre estaban en mi memoria. Hasta que pude darle forma al proyecto de escribir un libro con su caso y el de otras dos chicas asesinadas en la misma época: María Luisa Quevedo y Sarita Mundín”.
A partir del pedido de reversionar algún clásico infantil, Gabriela Cabezón Cámara escribió una “nueva versión” de La bella durmiente. De allí surge Le viste la cara a Dios, texto que dio origen a la novela gráfica Beya, producida junto a Iñaki Echeverría. Le viste la cara a Dios desafía la noción del género: “Cuando me puse a pensar en el clásico, una chica presa de una maldición en una cama por años y años, al principio me pareció un embole. Pero cuando me repetí la síntesis medio bestial: la chica presa de una maldición en una cama por años, me di cuenta de que, de algún modo, esa era la situación de una mujer secuestrada y explotada por tratantes. ¿Qué decir de eso?: es una situación concentracionaria, están desaparecidas y son objeto de tortura constante. Escribirlo fue mi desafío. Cualquier fenómeno criminal de la envergadura de la trata de personas y los femicidios que padecemos casi a diario son un objeto inevitable de la novela negra, creo yo. Y no negra, también”.
Los bordes del género
En Argentina la novela negra comienza a abrirse terreno entre los sesenta y los setenta, con autores como Juan Carlos Martini, José Pablo Feinmann y Ricardo Piglia. Este último fue el encargado de dirigir la colección Serie Negra, que difundió en el país a Dashiell Hammett, Raymond Chandler, David Goodis y Horace McCoy. “A partir de esta serie, el género negro deja de ser patrimonio americano y pasa a ser también de Latinoamérica” afirma el escritor Mempo Giardinelli. La capacidad de crítica hacia la sociedad capitalista, línea cultivada por autores como Hammett y Chandler, es retomada por los escritores argentinos. En su libro El género negro Giardinelli afirma que éste encuentra en América Latina un gran espacio porque permite hablar de los valores amenazados en la cultura, sobre todo, aquellos valores de “verdad y justicia”.
Sin embargo, ciertos elementos y contenidos del noir pueden encontrarse en toda nuestra literatura. De ahí la problemática acerca de las fronteras que lo delimitan: “El autor de la Biblia hizo que Caín matara a su hermano Abel para poder decir algo más que un asesinato. Con la narrativa criminal pasa algo parecido, es una excelente excusa literaria para hablar de la sociedad, la familia, la política, el amor, el sexo, la muerte o de sí mismo. Desde El matadero de Esteban Echeverría estamos contando crímenes en el río de la Plata para hablar de nosotros mismos” esboza Santos Sáez.
Hablar del concepto de “género” es ingresar en un terreno de límites difusos. Afirma al respecto Scalona: “A mí personalmente, no me gustan los géneros puros en ningún anaquel. Mi novela El portador no es una novela negra de canon. De hecho no tiene detective ni un solo crimen que resolver. Tiene aspectos de novela negra pero tiene la pretensión de ser otra cosa, es el análisis que ha hecho de ella nada menos que Raúl Argemí, maestro del género. El portador usa elementos del género negro pero para ir luego a una novela más social y política. Modestamente, es como si uno pensara en Los siete locos (Arlt) o en 2666, de Roberto Bolaño, en el mismo Soriano o en Manuel Vicent: en ellos hay un uso de novela negra, pero a más, a otra cosa. Las motivaciones para escribir El portador son las que se tienen siempre al escribir: hablar de uno a través de un alter ego, hablar de una sociedad, una época, e intentar decir-explicar lo que está pasando y modestamente, sugerir algo de lo que debería pasar”.
Es posible, entonces, que ciertas novelas y cuentos contengan elementos del género desplazados hacia nuevos horizontes; donde la huella de lo negro se reconozca, aunque no excesivamente delimitada. En cuanto a esto, el escritor y crítico literario Jorge Lafforgue postula la existencia de “el policial en relatos no policiales” es decir, “que las voces del policial, sus énfasis y sus tretas se dejan oír más allá de los textos estrictamente policiales”.
La mejor parte, entonces, quizá la lleven los lectores: quienes sin cuestionarse sobre tendencias o límites disfruten, con una libertad desprejuiciada, de estos relatos.
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