9 de juny del 2015

Unas flores que no sangran, y son de esencia negra.

[MML Mucha Más Literatura, 8 de junio de 2015]

Rubén Soriano


Se habla de lirismo, de poética narrativa y de musicalidad, de belleza literaria, pero sobre todo de novela negra. De buenas a primeras son conceptos enfrentados en estilo, pero, ¿y si nos encontramos con que la coexistencia entre todos estos detalles es posible, y más aún, pueden crear un todo? Escéptico y poco convencido, debo reconocer que parte de verdad hay. No soy de los que auguran un final satisfactorio en lo que a la lectura de un libro se refiere, pero siempre concedo el beneficio de la duda y declaro inocente a (casi) todo/s hasta que se demuestre lo contrario. Y cuando en el proceso judicial vas considerando las pruebas, corroborando argumentos, analizando perspectivas y te encuentras con que esa tal presunción de inocencia no es más que una realidad palpable, es cuando coges ese caucho impregnado en tinta roja, típico de películas californianas de policías cachas e inspectoras femme fatale y golpeas el libro marcando con un “¡Grande!” la portada. No hay mejor manera de plasmar tal belleza, lirismo, musicalidad poética, en una novela, aunque sea negra, que con flores. Pero Las flores no sangran, al menos en las Islas Canarias.
Vamos a dejar de lado la poética y centrémonos en el meollo. ¿Dónde puede encontrarse esa belleza en unos pobres infelices, delincuentes de tres al cuarto, – me encanta esta coletilla, muy usada, por cierto – que no les alcanza para más que cometer el golpe más estúpido que alguien del oficio pueda imaginar, a saber, un secuestro dentro de una isla? Pues queridos lectores, el señorAlexis Ravelo no sólo la encontró, sino que la redactó, la narró y nos la entregó en poco más de trescientas páginas. El argumento deLas flores no sangran, por encima, ya está dicho. Ahora empieza lo bueno, la transformación de ese simple hecho en una novela donde la corrupción, la marginación social, la lucha por la supervivencia, y la crisis de identidad de una hija provocada por la malversación paterna se hacen eco dentro de una narrativa que vosotros mismos podéis identificar como cotidiana, de la calle, nada fuera de lo común y menos aún dentro de la ficción.
 

Y empezamos con la destreza de crear personajes con la que el señor Ravelorompe moldes. No sólo son personajes sino que desde un principio se convierten en vidas, vidas conocidas en un submundo donde no se conoce más que la lucha por la supervivencia, delincuentes sin nada que perder para los que chanchullos mediocres son su pan de cada día, infelices que viven su propio infierno y que día tras día pagan su penitencia. Y el contraste con el puro, la corbata, la copa y los fajos de billetes de los impunes, de los que se ríen de ellos mismos porque la mente corrupta no entiende de primeras personas, de singular o plural, ni de género. Una centralización de poder en ambos lados, unos por listillos que matan por hambre, y otros por hastío. Incluso capaces de mentir a las flores, – “las mujeres son flores, no me gusta pisotear las flores, aunque si hay que hacerlo se hace”, dice el argentino Belmondo – sin pararse a pensar de qué familia son esas flores. Una flor que se marchitó, como principal punto de reflexión, al nacer hija de un magnate con nombre, que eclipsó su carrera y le tatuó el “hija de” a fuego en su interior. Una flor de sangre fría que lucha por mantener una vida junto a lo más preciado, y que es consciente que debe sobrevivir en el hielo de la miseria. Y muchas más flores de invernadero, tras la tapadera de la violencia de género, que no sangran, mueren. Y ese Salvaje, dispuesto a comprender su destino, entendiendo el precio de la “mala vita”, con su honorables actos. Ellos y ellas. Un jardín de personajes grabados en la mente del lector, todos ellos, formando parte de la familia.


Porque no sólo de personajes vive una novela, es de su boca de donde viene ese cariño que les llegamos a tener. Llegó la lírica, la musicalidad poética, la ironía y la cercanía en los diálogos,“canariones” en lengua callejera, que borda cada una de estas páginas. Quiero confesarle al señor Ravelo que me he convertido en fan de su narrativa. Ya no por su técnica, personalmente admirable, sino por el saber colocar el estilo donde cabe esperar. Es negro, es social, es estilo, sin más, propio, irónico, suyo, y de todos. Quizá se entienda. Espero. Supongo.
No voy a hacer un repaso argumental a una obra que por sí sola es capaz de expresarse sin ayuda de nadie. Ni tampoco listaré a todos esos pobres infelices que son tan cortitos de mollera como para llevar a cabo tan estúpido plan, ni a los mandamases encofrados con billetes de varios colores. Pensándolo mejor… eso de estúpido plan… Lo que sí que es necesario es pensar en un trasfondo que va más allá de una simple corrupción, de un simple plan mal planeado, y más allá de malversaciónes, blanqueos, secuestros, y marginalidades. Una novela que cruza la línea de lo social a lo negro tantas veces como merezca la pena, y que Alexis Ravelo ha sabido encauzar directa al corazón y a la mente del lector.
Las flores no sangran, esa novela negra que muestra una realidad social, fuera ya de comisarías e investigaciones – porque también las hay – y dentro de una marginación consciente de los daños colaterales que la corrupción, el pillaje, la obsesión de poder, destroza muchísimo más al ser humano que una simple bala. Aunque también hagan daño. Leí hace poco una afirmación del autor donde decía que la picaresca le ha influenciado mucho en su literatura. Puede que Las flores no sangran sea una muestra de ello. Pero la esencia negra de los clásicos hard-boiled ha sabido conquistar a esa picaresca y forman una pareja que ofrece un resultado más que sublime.
Las fores no sangran
Alexis Ravelo
Alrevés Editorial



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