En las más de setecientas páginas de Perfidia, el frenético y siempre fascinante James Ellroy busca llevar la novela negra a escala épica. Precuela a su segundo Cuarteto de Los Angeles, esta nueva entrega sigue ficcionalizando la historia de EE.UU., mientras usa a Hollywood como el escenario ideal de su pasión por la historia y el crimen.
Rodrigo Fresán
Cuando nadie lo esperaba –excepción hecha de su creciente legión de seguidores que trasciende por mucho y muchos a los cultores del noir– James Ellroy está consiguiendo todo aquello que los titanes de una generación anterior de la literatura norteamericana apenas rozaron de tanto en tanto.
Nacido en Los Angeles en 1948 –pequeño hijo de madre asesinada (a su memoria dedicó y de ella trata esa cima de la no-ficción que es Mis rincones oscuros), delincuente juvenil, escritor de policiales, adicto a las pelirrojas y, de un tiempo a esta parte, considerado por muchos, incluido él mismo, como el mejor perseguidor en actividad a atrapar eso conocido como Gran Novela Americana–, Ellroy no ceja, con cejas enarcadas y ladrido de perro demoníaco, en su empresa de hacer historia propia y privada a partir del deshacer historia ajena y pública. Lo que, por separado, John Updike examinó en La belleza de los lirios (la radiación religiosa del cine), Don DeLillo en Libra y Submundo (los albores de la edad de la paranoia-conspirativa y el modo en que se entretejen las efemérides), Thomas Pynchon en El arcoiris de gravedad, Contraluz y Al límite (las corrientes entrópicas mareando las grandes catástrofes modernas), y Philip Roth (la intimidad de los pequeños y vencidos próceres en los/las márgenes de momentos clave del malestar de un país en su Trilogía Americana), James Ellroy lo mezcla todo. Y lo centrifuga y lo ofrece como un peligroso y electrizante cocktail criminal sin tregua. Aquí y ahora, Ellroy parece ir camino de conseguir aquello que el también mesiánico y auto-mitómano y épico y patriota freak Norman Mailer anunció tantas veces pero que nunca acabó de lograr. Recuerden: Mailer se fue de aquí dejando inconclusa a la monumental El fantasma de Harlot.
Ellroy –todo parece indicarlo– cuenta con combustible y pasión como para terminar varias veces esta historia interminable pero decididamente terminal. En sus propias palabras: “Quiero darle a la gente novela negra con una escala épica y trascendental”. Y para Ellroy no hay punto de vista más eficiente y fidedigno para contar toda una sociedad que hacerlo desde sus lugares y pensamientos más oscuros.
Así, Perfidia toma su nombre de un melancólico y meloso standard compuesto por el mexicano Alberto Domínguez que fue un gran éxito para Xavier Cugat en 1940 y que ha conocido múltiples versiones. Pero Ellroy lo entona con su característico fraseo y filo que deja de lado todo romanticismo y lo acerca al rap primitivo del Bob Dylan de 1965 en “Subterranean Homesick Blues” (nada es casual, el nuevo videoclip de Dylan para su revisión de otra torch song “The Night We Called It a Day”, es muy pero muy Ellroy) aunque con arreglos ominosos y sinfónicos de su héroe absoluto: Ludwig van Beethoven.
Ya las oyeron: frases como ráfagas de ametralladora telegrafiadas por un psicópata que entra en nuestras cabezas pateando la puerta. “La idea de que sólo escribo frases cortas es un mito. Mi estilo no deja de evolucionar”, advirtió a quienes lo critican por su estilo o le reprochan sus un tanto extremas y revulsivas ideas políticas a la hora de redactar, casi histéricamente, la versión confidencial de la historia oficial. Están advertidos: a favor o en contra, las novelas de Ellroy –muchos se quedan fuera o se bajaron de este expreso vertiginoso hace varias estaciones, ellos se lo pierden– están escritas en ellroyés. Y el ellroyés no es un idioma sencillo de leer, pero una vez aprendida su sintaxis de anfetamina imposible dejar el vicio.
Algo que se experimenta como una explosión pop-pulp con pedigree decimonónico y, por qué no, cierto perfume romántico, porque Ellroy (quien en sus ratos libres pone a punto el guión para remake del clásico con mujer fatal Laura) lo ha dicho muchas veces: él quiere ser Tolstoi. Y Balzac. Y Hugo. Y Dickens. Así, Perfidia es la precuela que abre el segundo Cuarteto de Los Angeles, ubicándose cronológicamente antes de La Dalia Negra, El gran desierto, LA Confidential y Jazz blanco. Y está lista para integrarse con la Trilogía USA Underworld compuesta por América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda y, aunque Ellroy la desconsidere, la exploratoria y magistral Clandestino. Cuando todo haya sido dicho y ajusticiado, Ellroy habrá ficcionalizado con sus verdades treinta y un años de sangre, sudor y más sangre. Algo que, también, podría acabar llamándose La guerra y la guerra o La tragedia inhumana o Los muy miserables o Historia de una ciudad. Sí, de nuevo la satánica metrópoli que Ellroy ha reclamado a Raymond Chandler y a Ross Macdonald para hacerla suya (y, de tanto en tanto prestársela por un rato a Bruce Wagner para que diseccione la podredumbre presente de la pesadillesca “Fábrica de los Sueños”).
Y en lo que un crítico no duda en definir como el Finnegans Wake modernista de la literatura policial y otro recomendó como “un libro para toda la familia siempre y cuando tu familia sea la familia Manson” –Ellroy prefirió un “lo he escrito con todo mi corazón”– todo estalla de entrada con el bombardeo a Pearl Harbor. Después, enseguida, el asesinato de una familia japonesa como obertura a la psicosis del Terror Amarillo y Hollywood como más pantalla que telón de fondo donde se proyectan veintitrés días con sus noches protagonizados por viejos conocidos de la casa (sí, aquí viene/vuelve la bella Kay Lake y la bestia Dudley Smith), el lado oscuro de las estrellas (el amo del FBI J. Edgar Hoover, Bertolt Brecht, Bette Davis, Sergei Rachmaninoff, Joan Crawford, los gangsters Mickey Cohen y Bugsy Siegel, el capitán de policía William H. Parker), y un protagónico de esos que sólo se le pueden ocurrir a alguien como Ellroy: un químico-forense prodigio y gay, Hideo Ashida –ya mencionado en La dalia negra– enfrentándose a sus muy inferiores superiores.
“Creo que aún lo mejor de mi parte está por venir y que seré recordado como uno de los grandes escritores de mi país”, declaró no hace mucho James Ellroy imaginándose ya los muchos volúmenes de la inmortalizadora Library of America (donde ya están Hammett y Chandler y Goodis y Thompson y Macdonald) que ocupará todo esto y mucho más.
Está claro que ganas no le faltan.
Talento le sobra.
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