Juan Carlos Galindo
Empecé a leer novela negra sin saberlo, en mi raquítica habitación del barrio del Cristo del Mercado de Segovia. No recuerdo cómo me llegó pero tenía entre mis manos Jazz Blanco (ediciones B, como todo hasta ahora), novela desquiciada, dura, reveladora. Abandoné el género al que no me hice adicto hasta muchos años después, pero nunca dejé a ese maldito, a esa bestia literaria y humana, a ese dueño de un universo particular e hipnótico. Desde entonces, James Ellroy (Los Ángeles, 1948) ha estado conmigo.
Reconozco que llegué a hartarme de su exhibicionismo a raíz de ese texto autobiográfico, para qué si ya había hecho Mis rincones oscuros, cuyo título no recuerdo. Admito que Sangre Vagabunda me cansó. Confieso que Perfidia (publicada ahora por Literatura Random House, traducción de Carlos Milla Soler) me ha llevado a los cielos, me ha vuelto a erizar la piel como lo hizo América, Sangre en la luna o L.A. Confidencial, me ha obsesionado y se me ha metido dentro. Vuelve Ellroy, vuelve La Bestia.
Los Ángeles, diciembre de 1941. El hallazgo de una familia de japoneses abiertos en canal en su casa es el detonante de una trama tan compleja y excesiva como las mejores del escritor norteamericano. Un suceso que podría haber pasado más o menos desapercibido se torna en el acontecimiento central para la policía de la ciudad cuando los japoneses bombardean Pearl Harbour y la locura racista se desata.
Con Perfidia, Ellroy inicia lo que ha querido llamar el Segundo cuarteto de Los Ángeles (recordemos que el primero estaba formado por La dalia negra, El gran desierto, L.A. Confidencial y Jazz blanco), la precuela de todo, la vuelta suicida a los inicios del sargento Dudley Smith (que luego tendría su propia trilogía, con obras tan sobresalientes como A causa de la noche), de Lee Blanchard (La dalia negra), Kay Lake o el propio Ward J. Little (Seis de los grandes) quien aparece como un honrado agente federal absolutamente secundario.
Dudley Smith, el Duster, ese hombre que es todo “incitación y amenaza” merece un capítulo aparte. Irlandés, católico, corrupto, violento, drogadicto, ladrón y mujeriego, el Sargento es un personaje monstruoso, que poco a poco se come a los demás en una novela con vocación coral. Hay un pequeño episodio, que podría ser considerado como un cuento, en el que se le ve en un coche camino de una cacería humana. La narración se mezcla con sus pensamientos en unas páginas que se convierten en un diccionario de cómo crear un personaje con dobleces. Su relación con su hijastra Beth demuestra que para Ellroy nada es blanco y negro y que el sentimentalismo está siempre a la vuelta de la esquina. Dudley se alía con la mafia china, oculta y manipula pruebas, mata japoneses a sangre fría, trepa y engaña pero con su amante Bette Davis, sí, han leído bien, y su hija y su amigo ciego Dudley es otro. Ay.
Lee Blanchard, ese exboxeador brutal con un con conflicto sexual tremendo después de que violasen a su hermana por un descuido suyo cuando era adolescente, aparece como un personaje primario, enfrentado a Dudley, atemorizado por él. Mata y hace el mal porque no sabe decir que no. Es débil, es brutal. Está casado con la bella Kay Lake, de esas mujeres que le gustan a Ellroy, pero no la toca y el drama le mata.
El rival de Dudley no es ningún criminal. Ya saben, esto es el mundo de Ellroy y ahí el némesis de un policía corrupto suele ser otro policía corrupto. En este caso es William H. Parker, aspirante a jefe de la policía de Los Ángeles, alcohólico que ahuyenta el veneno con plegarias, católico a ultranza, fracasado al por mayor. El bueno de Bill se obsesiona con Kay Lake, joven, roja, fatal, mientras va a la caza de un fantasma pelirrojo y del comunismo en todas sus formas.
No hay que olvidar al agente Ashida, gay en un mundo de homófonos, forense, licenciado en Stanford, cerebro privilegiado absolutamente indispensable para sus compañeros, que se entregará al mal y la corrupción para salvarse y salvar a su familia de los campos de internamiento creados por EE UU para los japoneses que allí vivían. El sargento Smith ve la oportunidad y no duda en corromperlo hasta el fondo.
La ciudad y la oscuridad
El grupo de personajes es mucho más amplio: está el alcalde de la ciudad, corrupto y corruptor; el alto cargo cuya esposa es dueña de la red local de prostitución de lujo; los obsesos eugenésicos; unos locos que quieren operar a las prostitutas para que se parezcan a actrices ¿les suena? y así. Estos seres movidos por instintos primarios, deseos brutales y el egoísmo más salvaje ven en la Segunda Guerra Mundial y en el contexto que esta crea la oportunidad perfecta para progresar y hacer negocios. Utilizando el apagón de todas las luces de la ciudad para evitar un bombardeo japonés de la costa, paranoia a flor de piel, Ellroy crea una negrura física que acompaña a la moral y un escenario perfecto para sus maldades.
Guerra al rojo
La conspiración política está de nuevo presente, marca de la casa. En este caso, hay personajes pro Eje, los hay simplemente aislacionistas, otros admiradores del imperio japonés, nazis puros y duros y anticomunistas declarados que con mucha lucidez ven que esta guerra en la que se acaba de embarcar EE UU es sólo el preludio de la que viene detrás, de la batalla contra el comunismo. Y van tomando posiciones.
Los Ángeles como ciudad histérica, grandiosa, y en pleno crecimiento urbano y de tráfico ocupa un lugar central. Un día en un encuentro con Ellroy le pregunté cómo sería un criminal que condujese un coche eléctrico. “Un tío que condujese uno de esos no tendría pelotas para cometer un crimen” me respondió antes de cargar contra los coches pequeños, eficientes y baratos: “España y el mundo no necesitan esa mierda tercermundista”, añadió entre voces y risas mientras iniciaba una oda desmedida al Cadillac.
En Ellroy, en el buen Ellroy, en este que ha vuelto en Perfidia, no hay perdón, no hay respiro, no hay lugar para el bien pero sí, siempre, para el amor y a veces para la redención. Es maaaaaalo, como le gusta decir a él mismo, es grandioso, es negro de verdad, es único. No sé si será recordado como uno de los grandes de la historia, como se empeña en repetir siempre, pero tiene un lugar en mi corazón negro. Su editorial actual anuncia que va a recuperar su obra en bolsillo. La tengo, en español, en inglés, algunos en francés; en tapa dura, en bolsillo. La compraré de nuevo, la regalaré, difundiré la palabra. Vive le noir!
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