Un crimen de barrio alto, de Mario Valdivia, es la última novedad de un género que también ha conquistado a Henán Rivera Letelier e Isabel Allende. La novela negra local creció en décadas recientes con los libros de Ramón Díaz Eterovic y Roberto Ampuero. Ahora llegan nuevos ejemplares con relatos contingentes que apuntan a los bordes sombríos del poder.
Javier García
Su belleza destacaba en el estrecho círculo de los altos ejecutivos del mundo de las finanzas de Santiago. Era Clarisa de Landa, cuyo cuerpo sin vida estaba en una extraña posición cuando fue encontrado en el living de su casa.
El oscuro mundo del crimen llegó al ambiente financiero de la capital. Ahora, la cultura de la muerte y del dinero se funden.
El caso de Clarisa de Landa queda en manos del comisario Oscar Morante y su equipo de investigación. La historia, que involucra a gerentes y empresarios, se desarrolla en Un crimen de barrio alto, la novela escrita por Mario Valdivia (1964), recién publicada por editorial Planeta.
La realidad como material de ficción. “La contingencia social y política chilena ha terminado por develarse como un policial. ¿No cree?”, pregunta Valdivia, ingeniero comercial, quien era un conocido del género tras editar cinco libros en digital, pero que ahora presenta en librerías al comisario Morante y su ayudante, la psicóloga forense Adriana Vallejos. “Decidí crear a Morante como una manera de investigar la ‘realidad’ chilena”, dice Valdivia, el último nombre en sumarse a la novela negra criolla, protagonista de un auge editorial.
Nuevos personajes llegan para unirse a la historia de la literatura policial chilena, donde cada vez más autores incursionan en el género, que en las últimas décadas ha sido desarrollado por Ramón Díaz Eterovic y Roberto Ampuero, entre otros.
“Voy a poner patas arriba a la novela policial chilena”, amenazó el año pasado Hernán Rivera Letelier ante su debut en el género. Esta semana, luego de dos décadas de escribir sobre la pampa y el salitre, publicó La muerte es una vieja historia. Protagonizada por el Tira Gutiérrez, el único investigador privado de Antofagasta, quien va en busca de un violador. Según Rivera Letelier, prepara una trilogía con la presencia de Gutiérrez. Y el autor de La reina Isabel cantaba rancheras aseguró a este diario: “Yo no puedo escribir por modas”.
Quien logró excelentes resultados con su debut en el registro fue Isabel Allende. A un año de su salida, El juego de Ripper ha vendido más de 30 mil ejemplares en el país.
“Lo importante es incursionar en la novela policial no como una estrategia de ventas, sino que valorando el género como una narrativa de calidad y trascendente”, dice Ramón Díaz Eterovic, creador de Heredia, el solitario detective que tiene su despacho en el barrio Mapocho.
¿Hay una tradición de novela policial en Chile? “Es más bien esporádica. Tiene su origen, pero sólo a partir de los años 80 encontró cultores sistemáticos”, afirma Roberto Ampuero, autor de siete novelas protagonizadas por Cayetano Brulé. El detective privado, cubano con residencia en Valparaíso, viaja por el mundo para resolver sus casos. Apareció por primera vez en ¿Quién mató a Cristián Kustermann? (1993). “Un detective viajero me permite desarrollar lo que me apasiona: la novela del realismo cosmopolita”, dice Ampuero.
Si el auge del género policial ocurrió hace medio siglo, en EE.UU., con autores como Raymond Chandler y Dashiell Hammett, en los últimos años el mercado editoral cambió de continente. El policial nórdico ha sido la estrella, liderado por el escritor sueco Stieg Larsson y su saga de novelas Millennium.
Los antecedentes en Chile se remontan a inicios del siglo XX, a algunos cuentos de Alberto Edwards (1874-1932), que con el seudónimo de Miguel de Fuenzalida dio vida al detective Román Calvo, el llamado “Sherlock Holmes chileno”.
“El género negro existe, indefectiblemente, como el género espejo de un país”, comenta el escritor Sergio Gómez, quien regresó esta semana a la novela policial con la publicación de La felicidad de los niños.
El creador de la saga juvenil Quique Hache, detective vuelve con Plinio Jáuregui, periodista de provincia que investiga la muerte de un niño en el pueblo de Vertiente Baquedano, ubicado en el sur del país.
Temas como la educación exclusiva y los movimientos estudiantiles, están presentes en La felicidad de los niños. Novela que será la primera entrega de una serie que Sergio Gómez prepara sobre las aventuras de Plinio Jáuregui.
La contingencia y sus laberintos oscuros entra cada vez más en la narrativa local. “La novela negra es la novela social de nuestra época”, cree Díaz Eterovic, cuya primera entrega, La ciudad está triste (1987), aborda las desapariciones en dictadura a partir del asesinato de una joven universitaria. Mientras, en su última novela, La música de la soledad (2014), Heredia viaja a un pueblo del norte a investigar la muerte de un abogado representante de pobladores que se oponen a la contaminación de una minera.
También hay otros autores que no son cultores habituales pero se han aproximado al género y sus códigos. Jaime Collyer lo hizo en El infiltrado (1989), Roberto Bolaño en La pista de hielo (1993), Carlos Tromben en Poderes fácticos (2003) y Diego Zúñiga en Racimo (2014).
Una de las últimas sorpresas literarias fue el periodista José Gai, quien entró a escena hace una década con Las manos al fuego y ha logrado una buena recepción de la crítica. El año pasado publicó la novela El caso P. Ambientada en 1995, el subcomisario Abel Ayala intenta resolver una serie de crímenes de mujeres, mientras el ex general Manuel Contreras, atrincherado en un hospital militar, se resiste a cumplir su condena en la cárcel.
Pero las horas pasan y Oscar Morante, el comisario de Un crimen de barrio alto, logra dar con tres sospechosos que son detenidos. “La reputación de los altos gerentes ha sido destruida sin remedio”, señala.
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