Antonio José Domínguez
La lectura de la narrativa de Dashiell Hammett nos sitúa en
el principio de la historia de un género, la novela negra, que se inscribe por
derecho propio en la corriente realista de la literatura occidental en la que
el lector puede encontrar, junto al placer de la lectura y la ruptura de los
códigos de la novela policiaca, la crónica de su tiempo y la denuncia: Novelas
como Cosecha roja y La llave de cristal, muchos años después, serán más que un espejo no solo de la
sociedad de los años veinte y treinta, sino también de un tiempo, el nuestro,
en el que los mecanismos enajenantes permanecen imbricados en las democracias
entre los distintos poderes, al tiempo que descubren la naturaleza del sistema
capitalista en la que se legitiman y sostienen, siempre en perpetua vigilancia
por sus perros de presa.
Dashiell Hammett publica su primera novela en el 1929 después
de una larga experiencia y un aprendizaje en el oficio de narrador de relatos
cortos en los que se desarrolla un arquetipo de personaje que llegaría a
definir después la denominada novela negra, diferente de la novela policiaca
tradicional. La evolución de este héroe-detective, cuya caracterización crearía
el estilohard-boilet, un hombre duro de roer, lo encontramos configurado en Cosecha roja. El propio Dashiell Hammett explica el origen de este tipo
de detective: “No estoy seguro que
merezca un nombre. Representa más o menos un cierto tipo, el del detective
privado que resuelve generalmente sus investigaciones. No tiene la cabeza de
madera, ni las huellas deformadas por una cierta escuela de ficción, ni el
genio infalible y la omnisciencia de otros. He trabajado con varios ejemplos de
este buen hombre”.
Las fuentes de Cosecha roja hay que buscarlas en la realidad
americana de los años veinte y en la propia biografía del autor. Su escenario
es una ciudad de cuarenta mil habitantes que vivían en medio de un paisaje de
chimeneas de ladrillos de los altos hornos, cuyos humos habían revestido de
amarillo ahumado sus edificios. Un paisaje que descrito en sus primeras páginas
es como una premonición del posterior desarrollo de la misma. Parece ser que
esta ciudad era el trasunto de Bute (Montana), ciudad donde trabajó el autor en
una época de su vida como detective. Este lugar había sido centro de largas y
graves huelgas sindicales a partir del otoño del 1917 recién iniciada la
participación de los Estados Unidos en la guerra. Sus yacimientos mineros eran
imprescindibles, pero la situación que soportaban los hulleros era
sencillamente inhumana, hasta tal punto que sus protestas fueron tan violentas
que a los patronos no les bastaba la policía urbana ni la Guardia Nacional para
reprimir a los piquetes y reventar las huelgas, que tuvieron que contratar la
colaboración de agentes privados. En una de estas huelgas fue linchado el líder
sindical Frank Litle, acontecimiento que ejemplifica una de las páginas más
dramáticas de aquellas luchas y que puso al descubierto complicidades
múltiples, hasta el punto que la patronal invocó el espíritu patriótico en los
obreros para que desistieran de sus luchas cuando los Estados Unidos se unieron
a la guerra. Sobre esta situación leemos en la narración: “La huelga duró ocho meses. Se derramó
abundante sangre en ambos bandos. Los sindicatos tenían que derramarlas ellos
mismos. Elihu, el Viejo, empleó a pistoleros y esquiroles, a la Guardia
Nacional…” Continúa
el narrador que cuando terminó la huelga la organización laboral de Personville
estaba descuartizada. El cacique ganó la huelga, pero los matones se quedaron a
partir de entonces en la ciudad en la que imponían sus leyes.
A Personville/ Poisonville, (ciudad envenenada), llega el
detective de la Continental contratado por Donald Willsson, director de los dos
diarios de la ciudad, para que le resolviese un problema personal, pero es
asesinado la misma noche de su llegada. Este personaje, era hijo del “zar,”
Elihu, el Viejo, que era dueño de un banco, dos diarios y copropietarios de
todas las empresas de la ciudad y “propietario” de un senador de Estados
Unidos, de un par de diputados, del gobernador, etc., es decir, era el amo de
todo y de todos. Como otros relatos de la novela policiaca clásica, Cosecha roja arranca con un asesinato y la
búsqueda del asesino, articulándose la trama en torno a interrogante tras
interrogante para mantener el suspense de la acción, pero esta configuración
lineal se va a romper al principio de la narración, porque aquí el culpable
aparece en el capítulo séptimo –la narración consta de veintisiete capítulos– y
con un desenlace imprevisto: el móvil del crimen era fue cuestión pasional. Es
el momento en el que la línea narrativa se quiebra para abrir otra en la que
Poisonville estaba ya madura para la cosecha.
Y es entonces, cuando el narrador, el agente de la
continental, despliega toda su estrategia para limpiar la ciudad de matones y
distorsionadores, mandamiento que recibe de Elihu, el Viejo, después de duras
negociaciones, una vez que aquel había descubierto el asesino de su hijo:“Necesito a un hombre para
limpiar esta pocilga que se llama Poisonville, para fumigar las ratas, grandes
y pequeñas. Es una tarea de hombre. ¿Es usted hombre?” Una tarea que llevará cabo hasta el
final, no sin haber sacrificado su código moral, pero que, sin embargo, le da
una dimensión y cercanía humana que rompe con la imagen del tipo duro de roer.
El tema de la corrupción política aparecerá de nuevo en La llave de cristal, novela que Dashiell Hammett publica en cuatro entregas en
la revista Black Mask entre marzo y julio de 1930 después del éxito que obtuvo El halcón maltés y que es recibida, en un principio
sin entusiasmo por parte de la crítica, pero hoy día se afirma que es su obra
maestra.
Aquí el protagonista no es un detective profesional, pero a
diferencia de las novelas anteriores, sí con su nombre, Ned Beaumond, que no se
comporta como tal, pero decide esclarecer el asesinato de un hombre, Henry
Taylor, hijo del senador, que puede interferir la vida de su amigo Paul Madvig,
dirigente político de una ciudad cercana a Nueva York, para quien trabaja como
asistente. Esta muerte se produce cuando se van a realizar unas elecciones en
las que Paul Madvig se presenta a la reelección, pero por causas que se irán
desvelando, este personaje, que está enamorado de Janet Henri, hija del
senador, se encontraba momentos después del crimen junto al hombre asesinado
por lo que todas las sospechas recaen sobre él, hecho que puede hacer peligrar
la ayuda de su padre como su ruptura sentimental con él.
En estos momentos el papel de Ned Beaumond es encontrar al
culpable o culpables del crimen para que su amigo no sea inculpado. Para
restablecer la verdad utiliza la estrategia del “hacer creer” y la manipulación
de los hechos, a través de un recorrido lleno de vicisitudes violentas hasta
encontrar al culpable y poder dejar el camino abierto a su amigo. Para ello,
Dashiell Hammett, al tiempo que busca la objetividad con diferentes técnicas
narrativas, como la caracterización de los personajes configurados en diálogos
y en acciones, persigue también que el lector dirima la significación de la
novela por sí mismo. Los dos sueños que Janet Henri ha tenido -una llave de
cristal aparece en uno como clave metafórica- al final son dos elementos más
para este fin, y cuyos enigmas, que debe el lector desvelar, se encuadran en la
dimensión cognitiva de la narración, y así poder alcanzar sus claves políticas
en una novela aparentemente apolítica, aunque el lector de hoy día, tiene
suficientes referentes para clarificar y codificar diferencias y similitudes.
La llave de cristal es
una novela que también indaga en las relaciones humanas y en los instrumentos
degradantes y deshumanizadores del ejercicio del poder. Sobre este tema, Louis
Aragon escribió en 1961 que las novelas por así decir elisabetianas de Dashiell
Hammett le habían enseñado sobre la naturaleza de la sociedad moderna más que
sesudos tratados, y queCosecha roja permanece como la gran novela del
nacimiento del mal.
Dashiell Hammet murió en 1966. Después de su muerte algunas
sombras quieren oscurecer su biografía. Es posible que algunos no le perdonan
su militancia comunista y escarban en todos los vericuetos de su biografía. Es
cierto que su firma va junto a otras ciento cuarenta y nueve más de figuras de
los ámbitos intelectuales norteamericanos en 1938 a favor de los procesos de
Moscú en el que expresaban su reconocimiento a la Unión Soviética por su fuerza
y progreso alcanzado, y también por ser un referente de futuro para la
democracia americana, al tiempo que instaban que se liberase de las amenazas
internas que eran un peligro para la paz y la democracia. Esto aconteció en un
tiempo, y lo saben, que se era comunista o fascista. No había terceras vías.
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