Fernando Castro de Isidro
Se ha dicho que el lenguaje simbólico es el verdadero lenguaje de la Humanidad. Olvidado, sin embargo, en la vigilia cotidiana, emerge en nuestro ámbito onírico y nos habla desde los mitos, los cuentos y leyendas. El buen cine, en la actualidad. Una particularidad del lenguaje simbólico es la condensación de elementos. Así, un símbolo recoge, contiene, sintetiza, integra y alude a varias abstracciones, ideas o conceptos, a menudo estados de ánimo y muchas veces actos. Y se conecta con los mismos y puede enlazar con otros mediante relaciones de semejanza, contigüidad y analogía. Pues el símbolo es polivalente y polisemántico; esto es, que admite diferentes valoraciones y diversas lecturas al poseer varios niveles, significados y sentidos de interpretación diferentes.
Out of the past es una de esas joyas cinematográficas que, acaso condensa y resume mejor que cualquier otra los procedimientos narrativos simbólicos, formales y estilísticos del cine negro y a la que cabe considerar, en cierto modo, como el paradigma del género y el ejemplo más ilustrativo para conocer las marcas características de éste. Y ello, porque sus casi 97 minutos de duración no dejan de ser una colección de metáforas, compleja y densa, de lo que es la vida de un individuo corriente en el umbral de la ley, narrados con una perfección asombrosa, desde la trama más simple y convencional.
Eleven mi horca, una novela de Geoffrey Homes (seudónimo de Daniel Mainwaring) publicada en 1946, constituye la base narrativa sobre la que el propio novelista –con la colaboración final del escritor y guionista de la RKO en esos momentos James M. Cain– construye el guión definitivo de Out of the past, estrenada en España como Retorno al pasado, la obra maestra de Jacques Tourneur. El personaje central (Robert Mitchum) –Jeff Markham– se oculta de su pasado regentando la gasolinera de un pueblo olvidado (Bridgeport) en las montañas californianas. En este enclave ha conseguido rehacer su vida y volver a experimentar la posibilidad del amor con una joven llamada Ann Miller (Virginia Huston). No obstante, el pasado regresa –en la figura secuaz del gángster Whit Sterling – para exigerle cuentas por haberle traicionado años atrás.
Out of the past es una producción RKO de 1947. La descollante fotografía en blanco y negro, con ambientes brumosos, noches mágicas y deslumbrantes exteriores diurnos, es de Nicholas Musuraca, uno de esos modestos pero geniales operadores con los que contaba la productora en aquella década. Dirige el gran Jacques Tourneur, cineasta de probado talento (aunque hoy un tanto olvidado) capaz de dejar su impronta personal dentro de los géneros clásicos en multitud de joyas inolvidables.
No es la intención de este post condensar el intrincado, pero no confuso argumento de Out of the past en unas pocas (o muchas) palabras, pues se trata de un corolario de mentiras entrecruzadas, engaños, situaciones y personajes, que forman una red difícil de desenredar, aunque no imposible. Nada tiene que ver, por supuesto, con un “whodunit” (películas en las que hay que encontrar al culpable de un crimen), pero tampoco se reduce a una simple investigación, por lo que su estructura (creada con verdadero esmero) cobra renovada vigencia cada vez que se vuelve a contemplar. Siempre hay algún detalle nuevo que el espectador puede descubrir. Esta originalidad argumental aporta también frescura a la película, si bien su parte más canónica (la que afecta a los elementos propios del cine negro), que no es otra que el flashbackcon voz en off (aunque más bien sería la superposición de lo que le relata el protagonista a su novia), pasa por ser el pasaje más ensoñador y arrebatador de todos.
El fragmento de recuerdos del protagonista tiene lugar en Acapulco (se trata de un filme con muchos desplazamientos geográficos, aunque se rodó con un bajo presupuesto). Hasta allí llega Jeff Markham, quien, por orden de Fred Sterling (Kirk Douglas, en uno de sus papeles iniciales como villano), sigue los pasos de Kathie Moffett (Jane Greer, actriz fallecida en 2001), una mujer que, al parecer, le ha robado y ha intentado matarle. La encuentra finalmente en un bar, y no podrá evitar ceder al deseo que ella le despierta, y que se traduce en unas preciosas imágenes en las que se entremezcla de modo admirable la ilusión de dicho encuentro, con los diálogos (toneladas de réplicas insuperables), estableciéndose un equilibrio entre fantasía y sensualidad francamente memorable, que aporta una carga de tragedia a toda la segunda parte del filme, mucho más oscura.
La realización no puede ser más inteligente, y refuerza el caudal de detalles con los que está plagada la narración; detalles que, lejos de allanar su sinuosidad, le otorga aún mayor profundidad al aumentar sus connotaciones misteriosas. Ya la primera secuencia que comparte Jeff Markham con su novia Ann (Virginia Huston) tiene una delicadeza única, y el momento, visualmente enjundioso, en el que Mitchum pasa a recogerla en coche para ir al lago Tahoe, le sirve a Tourneur para presentar, mediante sus voces, a los padres de la chica, personajes que aparecerán de nuevo más adelante en un plano breve para mostrar su malestar por la relación. Después está la secuencia en la que Jeff visita un club de jazz de Nueva York para buscar información sobre la misteriosa Kathie, quien había trabajado allí, y es informado de que ella se ha ido a un lugar cálido. Tras esto, Jeff no olvida invitar a sus confidentes a una copa, depositando un billete sobre la bandeja del camarero. Otro detalle: cuando Jeff conoce a Kathie, decide regalarle unos pendientes que le compra a un mercader ambulante, y ella le dice que no los usa (“Yo tampoco”, responde Jeff), pero en la primera ocasión en la que Kathie invita a Jeff a su casa (un instante esplendoroso de Greer, con el cabello mojado, secándoselo a Mitchum, y viceversa), podemos ver cómo ella lleva en sus orejas los colgantes, y Tourneur no inserta ningún primer plano de la actriz (ni tampoco, desde luego, de una de sus orejas, como acostumbra el cine anterior a la década de los 50).
El hijo de Maurice Tourneur (excelente director del cine mudo americano aunque de origen francés) es un artista fascinado por lo oculto, que construye su relato en un proceso de elección permanente entre aquello que desea que veamos y todo lo que quiere que permanezca invisible a fin de aumentar la ambigüedad de la historia. Sin ir más lejos, las acciones criminales se nos muestran a través de sus consecuencias, pero ocurren fuera del encuadre. Ahora bien, donde de verdad se demuestra esto es en el modo de manejar al personaje de Kathie, para mi gusto la mejor construcción del mito de Lilith de la historia del cine, aunque con una lectura tan actual que puede ser reivindicado sin miedo a ser tachado de machista. Sólo este personaje merece una Tesis doctoral. Kathie es una mujer independiente y libre acostumbrada a hacer su voluntad sin someterse jamás a ninguno de los hombres que la rodean.
El director se cuida mucho de darnos pistas sobre la chica hasta que Jeff empieza a desconfiar de ella. Incluso en el asesinato de Jack Fisher (Steve Brodie) no vemos su pistola hasta después de haberla disparado. Posteriormente sí nos dejará entrever algo, aunque por poco tiempo, sobre todo en su modo de tratar al secuaz de Fred que la acompaña. Ahí podemos ver, fugazmente, su personalidad fría, reflexiva e independiente, que contrasta con esa apariencia de chica frágil, sumisa y silenciosa, que adopta para conseguir lo que quiere (y a quien quiera).
Jeff Markham es sólo el testigo de los acontecimientos que van teniendo lugar sin que pueda hacer nada por evitarlos. El pasado ha regresado a su vida y le secuestra de nuevo. Entre dos mujeres, además. Una de ellas es Ann, una chica rubia, comprensiva, que ostenta una inusitada fidelidad hacia Jeff, y parece en todo momento consciente de que él tendrá que lidiar con asuntos misteriosos. Para ella, él es (como le confiesa al principio), una puerta a un mundo oscuro que la intriga, y del que le gusta ser una observadora. Jeff la quiere, pero esto parece más consecuencia de su lealtad, que la lleva a arriesgar su reputación en el pueblo y ante sus padres, y bondad, que de una fuerte atracción física, que sí se manifiesta cuando está con Kathie, la otra mujer (morena). Kathie le atrae, no cabe duda, y ella lo sabe desde el primer instante, aunque continuamente le pregunte: “¿Me quieres?“, o “¿Has pensado en mí?“. Incluso cuando descubre su falsedad, Jeff es incapaz de romper con ella.
Ambos personajes, Ann y Kathie, vienen a simbolizar esa clásica lucha entre opuestos, entre luces y sombras, entre el bien y el mal, entre Eva y Lilith. Sin embargo nada es tan sencillo como lo presenta el relato más convencional. Y la dualidad se desgaja hasta romperse en el tramo final, cuando ambos mundos colisionan y se contaminan el uno al otro en la vida de Jeff. Así, en los últimos instantes, Kathie se le presenta a Jeff vestida como una especie de monja, una monja negra. Este aspecto choca con su inicial aparición (no por ilusoria menos irresistible), de blanco, bañada por el sol, en el bar mexicano donde la esperaba Jeff.
Además, en los planos finales, Ann le pregunta a un chico sordomudo que es el único amigo de Jeff (interpretado por Dickie Moore) en todo el relato, si era o no cierto que éste se fugaba con Kathie en el momento en el que la pareja fue interceptada por las autoridades. El chico sordomudo le dice que sí, cuando resulta que fue el propio Jeff el que avisó a la policía para dejarse coger. Al oír eso, Ann se marcha con su soso pretendiente, en lo que se ha tomado siempre como una mentira piadosa por parte del chico para liberarla de su amor por Jeff. Pero hasta esto es discutible en la película. En la última escena entre Jeff y Kathie antes de coger el coche, ella le propone una fuga inverosímil, y pretende convencerle de que ambos están hechos el uno para el otro. Jeff le sigue la corriente, pero después, mientras arroja un vaso con violencia, parece creerse lo dicho por Kathie, y, aunque la entrega a ella (y a sí mismo), también la acompaña en una huida suicida. Por tanto, podría decirse que no quería fugarse con ella, pero, de algún modo, tampoco consigue escapar de su atracción, y juntos emprenden un camino decisivo, y aceptan su destino fatal. Si se tiene esto en cuenta, la mentira del chico sólo sería relativa, y respondería, así también, a la ambigüedad general del relato. Tourneur jamás descubrió este misterio. Siempre que le preguntaban por el final de la película realzaba esta ambigüedad. Como la vida misma.
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