¿Existe realmente el policial argentino? Sólo los nombres de Rodolfo Walsh o Borges bastarían para dar una respuesta afirmativa a la pregunta. ¿Pero es realmente así? Contestan, entre otros, Elvio Gandolfo, Sergio Olguín y Alejandro Soifer.
Digámoslo de entrada: la literatura policial argentina está pasando por un gran momento. Una cantidad enorme de páginas llenas de sangre y tensión aparecen todos los meses en el sector de novedades de las librerías como si fueran animales en celo buscando con desesperación a sus lectores. Y ellos, por supuesto, aparecen: compran los textos, los hacen circular como presas a devorar y compartir. Lo que demuestra una avidez que desestabiliza cualquier pronóstico funesto, y risible, acerca de la muerte del libro como objeto cargado de sentido.
Pero esa no es la única pista de este florecimiento. Hay, a esta altura del almanaque, una lista larga de festivales dedicados al policial que tienen una gran concurrencia de público en todo el país: BAN!, Córdoba Mata, La Chicago Argentina, Azabache, entre otros. Y eso sin olvidarnos de la importante labor que están llevando adelante los sellos dedicados, en su totalidad o en parte, al género: Negro absoluto, Extremo Negro y Suma de letras, por nombrar unos pocos. Esto, sencillamente, no existía hace unos años.
¿Por qué el género policial vuelve a causar tanto interés en la gente? Veamos lo que le dice aTiempo Argentino uno de los mejores escritores de policiales de la actualidad: Leonardo Oyola, quien dentro de poco va a publicar Ultra/tumba: "Todos en algún momento tuvimos que tomar ciertas decisiones. Y la mayoría supimos quedarnos en el molde. Lo que nos atrae de los policiales es que en ellos pasa lo que no es moneda corriente, lo que nos hubiera gustado hacer más allá de si eso respeta o no la ley, de si está bien o mal. De ahí la identificación con esta gente. El sufrir a la par. El desearle que, contra todos los pronósticos, termine ganando sea lo que sea en lo que se hayan jugado." Ricardo Romero, el editor de Negro absoluto, dice al respecto: "Se me ocurren varias posibilidades. Está esa cuestión de que el policial puede leerse como una metáfora interminable y recurrente del escritor y sus búsquedas. Y más todavía, como una metáfora del hombre que busca una verdad. El romanticismo nunca muere, de eso no hay duda, y hasta la más oscura y cínica de las novelas policiales tiene su marca. La sola escritura señala, para mí, que la resignación no es una opción. Creo que por eso el policial tiene lectores más dispuestos.
Aunque la novela termine mal, aunque triunfen los malos, el libro se cierra y eso permite ordenar las cosas. En principio, saber quién es el malo. Identificar al criminal. ¿En cuántas novelas policiales el criminal se sale con la suya? En ninguna, porque siempre el lector sabe quién es el criminal. Se me ocurre una excepción sumamente perturbadora, la cuarta parte de 2666, de Bolaño. Debe haber más, pero no muchas. También está el hecho de que el policial, a diferencia de la ciencia ficción y el terror, tiene un engañoso perfil realista. Y el realismo siempre parece tener más lectores en un mundo donde el discurso informativo se ha vuelto tan poderoso."
Ahora bien, teniendo en cuenta que es un género heredado, como las series más interesantes del momento, de la literatura inglesa y norteamericana, ¿es posible hablar de un policial de impronta nacional? El escritor y periodista Elvio Gandolfo, un especialista en estas cuestiones, dice lo siguiente: "Sí es posible hablar de un policial argentino, porque existe. En general es mejor en unos cuantos cuentos excepcionales (Borges, Waslh, Arlt, Mignogna) que en muy pocas novelas donde fue muy bueno. Es muy divertido escribirlo, como hicimos con mi amigo Gabriel Sosa para la serie dirigida por Juan Sasturain, en dos ocasiones. Lo que sí, no creo demasiado en los 'seres nacionales'. En todo caso si lo hay se refleja siempre, aunque esté firmado con seudónimo yanqui y ocurra en Manhattan." Por su parte, el también periodista y escritor Sergio Olguín, quien acaba de publicar la novela policial Las extranjeras, dice: "El género que caracteriza a la literatura argentina no es la gauchesca sino el policial. Creo que es un género que nos queda cómodo. Me parece que si algo define al policial argentino es su desconfianza por el sistema jurídico policial, algo impensado en el policial nórdico e incluso en la novela negra norteamericana." Por su parte, Ricardo Romero explica: "Supongo que existe el policial argentino en la medida en que entendamos que es una clasificación que tiene que ver más con las coyunturas que con las obras en sí. El famoso decálogo de Gamerro puede ser una pista en ese sentido. Pero igual creo que las características más valiosas, o al menos las que más me interesan a mí, tienen que ver con la indefinición, con el mestizaje literario, con el tomar el género como un punto de partida y no como un punto de llegada. Estamos en Latinoamérica, en el Tercer Mundo: como Marcelo Cohen dice de la ciencia ficción, acá las cosas tienden a no funcionar. El berretismo es parte de nuestro estilo, pero entendido no sólo como una falla, sino también como un desvío. Las cosas funcionan, pero de maneras inesperadas. Los policías no son tan policías, los criminales no son tan criminales, los muertos no están tan muertos."
Bien, entonces existe algo llamado Policial Argentino. Con sus reglas, su idiosincrasia y una manera personal de encarar los cercos bien delimitados del género. Tiene sentido preguntarse en este momento, ¿cuáles son las dificultades con las cuales se encuentra un escritor cuando quiere encarar la escritura de una obra policial? El que responde es el joven escritor Alejandro Soifer (Buenos Aires, 1983), quien acaba de publicar Rituales de sangre, una novela sobre un doble crimen familiar, madre e hijo, y un suicidio, el del padre, dentro de la comunidad judía de Capital Federal: "El género policial siempre me gustó, de hecho es uno de mis géneros preferidos, si no mi preferido absoluto. Había hecho algunos intentos previos de escribir un policial pero no podía encontrarle la forma. Finalmente, luego de mucha prueba y error y guiándome casi a ciegas en la construcción de la trama, logré terminar Rituales de sangre y ahora quiero aprovechar el envión para seguir escribiendo en este género que tanto amo. Siempre encorsetarse en un género provee ventajas y desventajas. Las ventajas son claras: hay una especie de 'hoja de ruta' que uno sabe que tiene que cumplir para llegar a su objetivo. La desventaja corre por ese mismo lado; te obliga a no desviarte, a darle al lector un final satisfactorio, eso fue de lo más difícil para mí, resolver el misterio que planteaste y que no sea demasiado obvio ni tampoco demasiado intrincado que el lector no entienda cómo se llegó a eso. Ahora, a la distancia, puedo ver cosas en la novela que si tuviera que hacerla de nuevo desde cero, seguramente intentaría cambiar. Pero como no va a suceder, planeo aplicar todo lo aprendido en Rituales de lágrimas, la continuación que estoy escribiendo de Rituales de sangre." Hotaru fue la novela ganadora del concurso Extremo Negro- BAN! 2014, y cuenta una historia oscura donde confluyen la pasión descontrolada, las drogas alucinantes y la búsqueda de un destino irreparable en la noche profunda de Derqui. Fue escrita por Sancia Kawamichi (Parque Chacabuco, 1973) y él nos cuenta esto sobre la experiencia de escribir por primera vez un policial: "Creo que lo primero que busco en una novela policial es intensidad. Las novelas policiales que me han marcado como lector son, para empezar a hablar de ellas, novelas intensas. Eso es lo primero que le pido a una novela policial. Y con intensidad no me refiero a un despliegue de escenas vertiginosas o violentas. Me refiero a la prosa, a la respiración del texto, a la estructura. Eso, creo, es una de las cosas que más me interesan del género policial. Y también me interesan, y mucho, los personajes perdedores que suelen poblar gran parte de las novelas negras que leí. El perdedor insistente. Que es pura tensión. Que intenta y pierde. Que busca y no encuentra. Que va y no llega. Que no puede parar de perder. Esos suelen ser mis personajes preferidos. En cuanto a mi novela, no me di cuenta, mientras la escribía, de que estaba escribiendo una novela policial. La escribí creyendo que se trataba de una novela de amor, al estilo de las novelas bizantinas. Lo policial apareció sin que yo lo buscara de antemano, y sólo como una parte más de la aventura amorosa de los protagonistas. Creo que, de haberme dado cuenta de que podía ser un policial, la hubiera escrito de otra manera. No sé si mejor o peor, pero hubiera sido distinta."
Sergio Olguín tiene un personaje que ya lleva dos novelas, Verónica Rosenthal, y que planea continuarla en ocho más. Esa posibilidad le dio otra puerta de entrada a una de las características del género: la continuidad: "Verónica nació en un cuento que escribí hace ya unos diez años. Quedé con ganas de desarrollar su historia, tal como aparece en La fragilidad de los cuerpos. Mientras escribía esa novela me di cuenta de que finalmente había encontrado un personaje con el que podía seguir varios libros. El policial es un género que se presta a la repetición del investigador. A mí siempre me gustó la idea de tener un personaje que atravesara distintos libros míos y Verónica resultó ideal. Me gusta su complejidad: chica de clase acomodada pero que se sabe mover en la calle, periodista muy inteligente y un desastre en su vida personal, odiable y querible casi por las mismas razones. Tiene algo de Philip Marlowe y mucho de chica treintañera porteña."
Llegado este punto nos preguntamos si la literatura policial argentina en algún punto refleja cierto grado de violencia que se puede ver en las crónicas policiales tan presentes en todos los medios masivos de comunicación. Romero dice: "Me resulta conflictiva esta pregunta. ¿Reflejar? No creo que la literatura sea un discurso que refleja la realidad, sino que más bien la cuestiona. En todo caso el reflejo es sólo un primer movimiento, pero si se queda ahí, muere. Nadie necesita de la literatura para saber lo que pasa a su alrededor. Pero sí para cuestionar la imagen que tenemos de ese derredor. Y por otra parte, ¿impera la violencia social ahora, o siempre estuvo? Con estas salvedades, pruebo responder. No sé si esta división que voy a hacer es tan visible y clara, pero la hago como punto de partida, como para deslindar y pensar otras cosas. En la novela negra argentina, se me ocurre, hay dos vertientes: la que contiene crímenes clásicos, grandes estafas, crímenes políticos, pasiones de poderosos siempre impunes, y la que contiene crímenes de cabotaje, los que suceden en los suburbios de la Historia y no salen en las noticias, crímenes llenos de la sordidez de la insignificancia, que hace más patente el sinsentido de la violencia. Me parece que ahí pasa algo curioso con el realismo. En las primeras, la corrupción social siempre es una marca de realidad, los policías y las instituciones nunca salen bien parados. Pero es una marca de realidad más cerca de la 'idea', de una idealización o generalización de esa realidad malsana en la que vivimos o creemos vivir. En la segunda, los sucesos, por su misma menudencia barata y secreta, tienden a disparar hacia lugares más caprichosos e inesperados. Ahí aparece lo verdaderamente siniestro, la frontera que no podemos atravesar con ningún discurso que no sea el literario. Ese es el lugar más interesante para mí. Ahí es donde está el verdadero horror, la potencia más irreductible de la literatura por ser, paradójicamente, un entramado vivo de lo real."
Por último, nos preguntamos por qué hay escritores que vuelven sobre el género policial, qué encuentran ahí que les genera tanto placer. Leonardo Oyola cuenta: "Las reglas que maneja. Sus códigos. Creo que es una cancha en donde sé jugar. Y que es la forma que tengo de relacionarme con lo social y con el alma de los personajes que escribo."
Sergio Olguín explica: "A mí me interesa trabajar la ficción con elementos de la realidad. Hay en el mundo real poderosos disparadores de la ficción. Y en general esos elementos reales tienen que ver con el delito, el crimen, la injusticia. Es casi imposible que la novela no termine siendo policial cuando trabajás desde una perspectiva realista. El crimen siempre es la parte más superficial de esa realidad y el trabajo de la ficción es desentrañar qué se esconde por debajo. Y ahí aparecen todas las miserias y grandezas de los personajes. Puedo mostrar de manera más acabada a esos personajes empujados a una situación límite." «
Los mejores exponentes de de una gran tradición
Es un género que tiene una gran tradición en nuestro país, con las colecciones armadas por Ricardo Piglia en los '60 y '70, por ejemplo, y con nombres soberbios, como el de Jorge Luis Borges y el de Rodolfo Walsh entre otros que le hicieron honor. En la actualidad está muy expandido a través de las diferentes y variadas vertientes que presenta y en todas ellas el policial argentino tiene una serie de escritores que son fieles exponentes de esos múltiples territorios literarios.
Consultados para esta nota, los autores mencionaron sus preferencias a la hora de leer a sus contemporáneos. Alejandro Soifer mencionó Entre hombres de Germán Maggiori, Petite mort de Matías Bragagnolo, La misa del diablo de Miguel Prenz, a Mercedes Giuffré y Ezequiel Dellutri. Sergio Olguín habló de Claudia Piñeiro, Reynaldo Sietecase, Osvaldo Aguirre, Diego Grillo Trubba, Leonardo Oyola, María Inés Krimer, Ricardo Ragendorfer, Rodolfo Palacios, Candelaria Schamun y Javier Sinay. Por su parte, Sancia Kawamichi hizo mención a Guillermo Saccomanno, Juan Sasturain, Pablo De Santis, Miguel Ángel Molfino, Mempo Giardinelli, Guillermo Martínez, Federico Levín, Álvaro Abós, Sergio Aguirre, Horacio Convertini, Daniel Sorín, Guillermo Orsi, Juan Terranova y Carlos Salem.
Y por último, Ricardo Romero nombró a Siete y el Tigre Harapiento de Leonardo Oyola, Los restos mortales de Hugo Salas, Glaxo de Hernán Ronsino, Que de lejos parecen moscas de Kike Ferrari, La virgen cabeza de Gabriela Cabezón Cámara y Río Negro de Mariano Quirós.
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