7 de juny del 2014

Víctor del Árbol: "El verdadero héroe no es el mito, es el hombre cotidiano"

[ABC, 7 de junio de 2014]

David Morán

El autor barcelonés indaga en la memoria y en la fragilidad de los ideales en «Un millón de gotas», novela negra y oscura con la que espera repetir en España el éxito que ha cosechado en Francia con sus anteriores títulos



«Era el momento de dar ese salto mortal y dejar un poco la tranquilidad. El lobo que aullaba dentro me ha traído aquí», admite Víctor de Árbol, (Barcelona, 1968), autor que durante años ha compaginado el oficio de la escritura con el trabajo como agente de los Mossos d’Esquadra y que, tras haber conquistado a los lectores franceses, quiere ahora reivindicarse como profeta en su tierra. Siendo escritor-policía (o viceversa) ganó premios como el Tiflos de Novela y quedó finalista de otros como el Fernando Lara, pero fue en 2011, después de que la edición francesa de su segunda novela, «La tristeza del samurái» (Alrevés), despachase más de 50.000 ejemplares en solo tres meses, cuando decidió aparcar la placa y dedicarse a la escritura a jornada completa.
Una decisión que refrenda ahora a lo grande con «Un millón de gotas»(Destino), un absorbente relato que, bajo una carcasa de novela negra oscura y violenta, ahonda en los mecanismo de la memoria, la fragilidad de los ideales, lo complejo de las relaciones familiares y lanaturaleza de la venganza. Una historia pasada y presente que arrastra a través de su propia memoria a Gonzalo, un abogado de vida más o menos acomodada que se sorprenderá a sí mismo tratando de investigar las causas del suicidio de su hermana.
Sus pesquisas le llevarán también a ahondar en la vida de su padre, Elías Gil, mito de la resistencia antifascista y héroe soviético que acabó delatado y arrojado a la isla de Nazino. Una inmersión a pulmón en la memoria histórica que, apunta el autor, nace con la intención de cuestionar mitos y darle al vuelta a la fábula del lobo flaco de Esopo. «Damos por supuesto que es mejor ser un lobo flaco que un perro doméstico, cuando en realidad no tiene por qué ser así. Desmonto un poco el mito de Esopo, el mito de Elías Gil. ¿Por qué el perro flaco tiene que ser mejor que el perro doméstico?».
-Tiene que haber de los dos.
-Y no solo eso: todos tenemos algo de lobo y algo de perro. No tenemos que renunciar ni a lo uno ni a lo otro. Dentro de Gonzalo, que sería el perro doméstico, también está el lobo. Luego hay otra cosa muy interesante, que es el peso del mito. A Gonzalo le pesa el mito de Elías Gil, y redescubrir quién era su padre realmente le acaba liberando. El verdadero héroe no es el mito, es el hombre cotidiano.
-¿Por qué enviar a Elías Gil precisamente a la URSS de los años 30?
-Las grandes utopías del siglo XX son el movimiento libertario y el comunismo. La historia ha demostrado que el comunismo se acaba convirtiendo en algo terrorífico y, sin embargo, no es la idea; son los hombres quienes pervierten la idea. Esto me parece asombroso. Y como fuerza argumental tiene muchísima fuerza dramática.
-Más allá de la memoria, en la novela amor y venganza van de la mano durante toda el relato.
-Esa fricción es la que nos hace avanzar en la historia. Somos contradictorios, y es la contradicción lo que nos explica. Desconfío mucho de los santos y de los demonios. Me cuesta asimilar la idea plana de la condición humana.
-Precisamente «Un millón de gotas» hace especial hincapié en mostrar que no hay buenos-buenos ni malos-malos, sino gente viviendo con lo que ha tocado en suerte.
-Creo que esta novela ha supuesto un avance, ya que el dolor estaba muy presente siempre en mis anteriores novelas. Seres heridos y dañados, pero me costaba mucho encontrar el contrapunto. Y si quieres escribir sobre personas reales, el contrapunto tiene que existir. Sin buscar el patetismo o la lágrima fácil.
-¿Está de acuerdo en que la novela negra, como defienden algunos autores, es la que mejor explora las realidades sociales y las contradicciones humanas?
-Totalmente. De la novela negra se suele decir que no es moralizante, pero es la más moral que existe, ya que de una manera u otra tiene que prevalecer una cierta forma de justicia, que no tiene porqué ser la justicia de los hombres. De alguna manera, hay que encontrarle un sentido a todo. Incluso partiendo del nihilismo o la crítica, siempre hay alguien que lucha contra la maldad del mundo. Pero el tema en sí del crimen, la investigación, no me interesa demasiado.
-Lo que sí que parece que le interesa es el uso es la violencia.
-Es un elemento dramático, no efectista. No me interesa tanto la violencia gráfica, que tiene que estar, sino sobre todo lo que provoca. Por ejemplo, tenemos a Tarantino y a Iñárritu. Yo soy de «Amores Perros”». Es una violencia creíble, que nace de dentro. Lo que pasa te puede pasar a ti. Y sobre todo, como esa violencia devasta a los personajes por dentro.
-¿Qué queda del Mosso d’Esquadra en el Víctor del Árbol escritor?
-Queda que son veinte años de profesión, y que, al final, todos somos nuestra experiencia. Quien me conoce encuentra cosas y emociones que tienen mucho que ver con mi trabajo. Anécdotas no, ya que no tengo una especial predilección por la novela policíaca. Sí que hay personajes que reflejan emociones y situaciones que me he encontrado, pero los he creado a partir de diferentes trozos, distintas partes. El haber trabajado en la policía sí que te da una determinada visión del mundo, esa idea de que la realidad bascula entre la esperanza y el desencanto. Eso también se nota en el aire de la novela.




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