24 de juny del 2014

"La chica que llevaba una pistola en el tanga" de Nacho Cabana, por Alexis Ravelo

[Calibre .38, 24 de junio de 2014]

Alexis Ravelo


Como arena en el paladar
En los últimos tiempos parece que el mejor elogio que se le pudiera hacer a una novela en su contraportada, es que es “cinematográfica”, como si los libros se publicasen para gente a la que no le gusta la literatura. No entiendo ese empeño en que todo parezca cinematográfico. Como no entendería que un experto en marketing se empeñase en venderme una película repitiendo una y otra vez que tengo que verla porque es “literaria”. Me encanta el cine y me encanta la literatura, pero los libros que abusan de los recursos cinematográficos se me antojan frívolos y torpes, así como las películas que pretenden ser literarias (que las hay) acaban resultándome insoportablemente cargantes. Quizá lo que quiero decir se explicaría mejor recordando un chascarrillo del Gordo Mulligan: “cuando hago té, hago té; y cuando hago aguas, hago aguas. Y Dios me libre de hacer las dos cosas en el mismo perolo”.
No dudo de que La chica que llevaba una pistola en el tanga pudiera llegar a convertirse en una buena película, pero, como lector, sé que no lo necesita: Nacho Cabana ya ha trabado en firmes palabras esta historia coral, dura y sincera, que nos habla de un mundo de violencia y sueños rotos, de sueños y sentimientos devorados por las fauces de un sistema que tritura a los más débiles. Con solidez y coherencia, nos arrastra, frase a frase, palabra a palabra, desde el centro de Madrid al laberíntico Distrito Federal y cruza varias veces el mar en un sentido y el otro, pegándose al pescuezo de unos personajes que nos inspiran empatía o compasión y a quienes querríamos advertir, como a Caperucita, de que no se adentren en el bosque ni hablen con ese lobo.
Hay un tango que dice que la verdad es restregarse con arena el paladar. Así es la verdad en algunos pasajes de esta novela con la que Nacho Cabana obtuvo recientemente el Premio L’H Confidencial, que ha recaído en ocasiones anteriores en firmas como las de Raúl Argemí, Mariano Sánchez Soler, Cristina Fallarás y Joaquín Guerrero Casasola. A esta nómina de autores justamente galardonados se une ahora Cabana, que suele ganar sus garbanzos escribiendo series televisivas pero ya había obtenido (en sus respectivas modalidades de cuento y novela) el Ciudad de Irún.
Pero toda esta información, lector, la tienes en Internet. Volvamos a lo nuestro, a la arena en el paladar, a esas historias duras que Nacho Cabana nos cuenta con agilidad y eficacia, con una prosa inteligente que le hace a uno querer siempre más y cabrearse cuando se da cuenta de que la novela se le va acabando. Para empezar, dos energúmenos apalizan brutalmente a una familia rumana: padre, madre e hija de corta edad. Asunto que llevará a una oscura trama de trata de menores a Violeta y Carlos, dos policías sin apellido que comienzan a caerte bien cinco páginas después del inicio de la novela. Sobre todo ella, que se parece más al Méndez de González Ledesma que a una de esas investigadoras importadas directamente del chic lit a la novela policiaca, hoy tan abúlicamente omnipresentes en las atestadas mesas de novedades. Nada de eso hay en Violeta, una poli solitaria y de laberíntica vida interior, dispuesta a soltar hostias como panes y a saltarse el reglamento con tal de que los malotes se lleven lo suyo. Carlos, su subordinado, tampoco titubea si hay que entrar en acción. Y ambos lo hacen en varias ocasiones en esta historia tan llena de violencia como de reflexión.
Pero el argumento madrileño queda en suspenso cuando en el segundo capítulo Cabana nos traslada a México DF y nos acerca a la vida del matrimonio formado por Pedro e Itzel. Ella es una mexicana que ha tenido que aparcar sus estudios para trabajar como teleoperadora; él es español y faena en el taxi; ambos, en fin, son proletarios que se parten el lomo para sobrevivir en la ciudad tóxica y dar una buena vida a su hija de once años. Hasta que Pedro encuentra una suculenta fuente de ingresos, haciendo encargos para los lenones de un prostíbulo especial, exclusivo y oscuro como vientre de bestia.
Ambas tramas, adivinamos enseguida, están destinadas a cruzarse. El talento con el que Cabana consigue que lo hagan podrá deberse, muy probablemente, a su experiencia como guionista. Sin embargo, el hombre de cine y televisión acaba ahí. Lo demás es literatura. Y muy buena literatura, que maneja perfectamente tiempos, atmósferas, léxicos y temas que recorren un texto que las imágenes no podrían sustituir. En especial, es una delicia ver cómo la voz narrativa se despliega en dos sabores completamente distintos (el castellano peninsular y el español de México) sin que haya estridencias que estorben a la constante fluidez de su relato.
Y sí, puede que algún día La chica que llevaba una pistola en el tanga sea, algún día, una buena película. Pero lo que sí es seguro es que se trata, hoy por hoy, de una estupenda novela.

La chica que llevaba una pistola en el tanga
Nacho Cabana
Roca Editorial



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