20 de maig del 2014

Santiago Roncagliolo: "Si quieres matar a alguien, hazlo durante un partido de fútbol"

[La Vanguardia, 20 de mayo de 2014]

Xavi Ayén 

Santiago Roncagliolo, novelista, que publica 'La pena máxima'



Félix Chacaltana es un hombre aparentemente gris, pero que se toma muy a pecho su labor como asistente en los archivos del vetusto Palacio de Justicia de Lima. Su pasión por que la ley se cumpla y los procedimientos se respeten sólo se ve ensombrecida por un apocamiento sexual que empieza a inquietar a su novia, Cecilia. Así transcurren las cosas hasta que, un día de 1978, su vida cambia de golpe, coincidiendo con el Mundial de fútbol de Argentina: cadáveres, desapariciones, amantes, bandas armadas, servicios de inteligencia... en un Perú que, aunque regido por un dictador, prepara unas elecciones democráticas que den pie a una nueva legalidad. El país se paraliza cada vez que juega la selección -un dream team que incluye al Cholo Sotil, goleador del Barça- y los partidos clave coinciden con los momentos álgidos de la trama. Todo eso, y más, es La pena máxima (Alfaguara), la trepidante nueva novela de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), escritor tan barcelonés de adopción como peruano de origen.

¿Cuál fue su primera idea?
Me gustaba la idea de un tipo que nace en una guerra, la de España, y muere en otra, la de Argentina en los 70, como si no pudiera librarse de esa guerra, que es la misma, contra el fascismo, un sistema que empieza en la España de los años treinta y que extiende sus últimos regímenes en Argentina y Chile en los setenta... No sabía cómo contar esa historia, probé con varios narradores, distintos tiempos, y el fiscal Chacaltana, el protagonista de mi novela Abril rojo (2006), se me apareció: "Hijito, en el año 78 ¿quién estaba allí? ¿Tú o yo?".

Retrata esa dictadura decadente, blanda, en contraste con la argentina...
Me gustan los libros de Tabucchi que hablan del Portugal de Salazar, esas dictaduras no tan brutales como otras tiene algo en común con los años setenta en España.

Chacaltana tiene dos características que le hacen parecer no peruano: su estricto cumplimiento de la ley y que no toca a su novia.
Nooo. En el reino del caos, muchos empleados públicos son rigurosamente burócratas, es la única seguridad que tienen. Lo del sexo tiene que ver con que es una novela sobre la pérdida de la inocencia, en todos los sentidos de la palabra. No deja de ser también una novela política, de la historia de América Latina, un continente que ha perdido ocho veces la inocencia: ha creído ciegamente en la revolución cubana, en el neoliberalismo radical, en tantas cosas... A Chacaltana la realidad le explota en la cara.

¿Jugó tantos partidos Perú?
Todos los partidos, con sus lances y resultados, son auténticos. Los he visto todos de nuevo, incluyendo el 6-0 que nos metió Argentina, fue un acto de tortura.

Son un hallazgo porque no son ruido de fondo, sino parte de la acción.
Si quieres matar a alguien, hazlo durante un partido de fútbol de máxima rivalidad. No importa ni que se escuchen los disparos.

¿La considera novela negra?
Sí, siempre utilizo géneros populares pero los llevo más allá de lo obvio. Mis novelas negras también son históricas y políticas. Mis comedias son un juego entre ficción y realidad. Mi ciencia ficción ha sido sobre la soledad... Me gusta jugar con géneros que todos conocemos, e incluso despreciamos, y darles una ambición mayor.

Su sentido del humor se marca el reto de hablar de desaparecidos y provocar una sonrisa sin frivolizar el tema.
El humor negro es muy peruano y lo aplicamos a las cosas más atroces. Es un mecanismo de defensa cuando la realidad es terrible. Es algo muy de país pobre, me di cuenta en un congreso literario en el que me pasé toda la noche contando chistes políticos con un escritor de Angola y otro de Mozambique... ¡Teníamos los mismos!

La carceleta en el sótano del edificio donde ven el partido funcionarios junto a presos...
Es absolutamente cierto. Hablé con uno que estuvo ahí: ponían los partidos, incluso el de Polonia, que coincidió con las elecciones. Y los carceleros gastaban esas bromas a los presos políticos: "No os torturamos lo suficiente", "te voy a tocar tu culito blanco"... Comparados con los chilenos o argentinos, los policías peruanos eran civilizados. Eso privaba a los izquierdistas de una épica: "Me han torturado". "¿Qué te han hecho?". "Bueno, dos cachetes...". Nos podemos reír, en parte, por eso, porque están vivos.

¿Y la operación Cóndor?
Argentina tenía interés en que sus opositores no hicieran propaganda desde otros países, y fue a cazarlos al extranjero. Perú no fue como Chile o Uruguay, socio activo, pero sí cómplice porque le pidieron permiso para cruzar la frontera y respondió: "Vale, entra a por tus subversivos pero de paso llévate a algunos de los nuestros", incluyendo a candidatos electorales.

Hay también un reflejo de la moda juvenil de los setenta...
Las películas de John Travolta fueron muy importantes, y me sirve de contraste con Chacaltana, que siente hacia él una mezcla de envidia y asco. Quiere ser Travolta pero a la vez está horrorizado. La libertad sexual de los sesenta no llegó a la clase baja peruana hasta los setenta. Perú es muy clasista, a mí me impresionó ver que en Argentina había rubios pobres. En mi país, en 1978 y los años siguientes, era sencillamente imposible. La clase social te la determina la raza.

Sus malos son grises, hasta empáticos.
He aprendido, haciendo reportajes o trabajando en derechos humanos, que los malos creen que son buenos, igual que usted o yo, y esa ambigüedad moral me atrae como un abismo.



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