Iñaki Berazaluce
Vista aérea del DF
Empecé a leer ‘La chica que llevaba una pistola en el tanga’ un jueves por la tarde y no la solté hasta el domingo por la mañana, de un tirón, con las pausas preceptivas para dormir y estirar las piernas (leer y comer al mismo tiempo no es mayor problema). La nueva novela de Nacho Cabana se devora como si fuera una teleserie por episodios, tal vez pensada por los guionistas para degustarla en varios meses pero que los fanáticos de la ficción televisiva se pueden merendar en un fin de semana. Como yo hice con este libro.
El autor es doblemente sospechoso de esta pulsión audiovisual, pues es al mismo tiempo creador de ficciones (ha sido guionista de ‘Policías’ y ‘Cuenta atrás’, entre otras muchas series) y de ávido devorador de series: Cabana es de los que se emocionan cuando suena la cortinilla de la HBO.
‘La chica…’ es una novela de ritmo trepidante que transcurre a caballo (es un decir) entreMadrid y México DF (el DeFectuoso, como le apodan con condescendencia sus sufridos habitantes). Una operación policial rutinaria desemboca en el descubrimiento de una red delincuencial (permítanme el mexicanismo) que se recrea en el lado más abyecto de la naturaleza humana.
La parte central de la novela –Ciudad tóxica- es, a mi entender, la más lograda del libro, tanto por la evocadora recreación de la rica lengua mexicana como por la desolada retrato de los suburbios del D.F.: “Hay muchas maneras de morir en el Distrito Federal”, arranca esta vibrante segunda parte. El (anti)héroe de la acción es Pedro, un taxista español casado con una mexicana y cegado por el dinero fácil, un personaje bajo cuyo disfraz no es difícil detectar al propio autor, que utiliza su mirada para expresar su fascinación y su pavor por la megalópolis, vital y cruel.
En este capítulo la novela alcanza cotas dignas de Elmer Mendoza, posiblemente el mejor escritor mexicano de novela negra.
‘La chica que llevaba una pistola en el tanga’ es víctima de alguna arritmia hacia la mitad del relato, asombrosamente en una escena de acción –el punto fuerte de Cabana-, la matanza en el parque del Oeste de Madrid. Las coletillas que acompañan la descripción de cada personaje (“la cuarta bala le arranca la oreja a Joseángel, un repartidor de Mercadona de lunes a sábado especializado en gastarse en una tarde lo que ha ganado durante la semana subiendo kilos de comida a pisos sin ascensor…”) son innecesarias y lastran el ritmo de la acción.
Otro detalle que me resultó fuera de lugar es la insistente referencias a “los malos”, una obviedad que no sólo es un insulto a la inteligencia del lector sino una negación apriorística de la ambigüedad moral de todo personaje del género que se precie, de Walter White aTony Soprano.
Salvando estos pequeños detalles, la novela se lee con auténtica fruición. Valga este apunte sobre el DeFectuoso como botón de muestra de un relato que está pidiendo a gritos unaadaptación cinematográfica:
“(…) La ciudad entera está en permanente guerra con la naturaleza desde su fundación. Desde el mismo momento en que comentó a construirse sobre una laguna, la pinche Ciudad de México sostiene batalla tras batalla contra los volcanes que la rodean y amenazan con llenarla de lava o ceniza, con los terremotos que la agitan cada semana, con los árboles que no se resisten a dejar de crecer porque el metro frene sus raíces, con las lluvias torrenciales que tornan el verano en invierno en apenas quince minutos…”
Por otra parte:
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