Sergio Torrijos
“Aquella mujer significaba problemas y sin duda lo más sensato habría sido mandarla a paseo. Pero hay que pagar el alquiler, no te sobra el trabajo para rechazar a nadie. Y además, te gustaban sus piernas. Así que, en cambio, aún sabiéndote su historia antes de escucharla, la inevitable crónica de cama, dinero, traición (¿qué coño le pasa al mundo, de todos modos?), le pediste que te la contara. Desde el principio, dijiste”. Esta novela ha sido tratada como “escritura posmoderna del género negro”, literalmente y tengo que reconocer que esa definición se ajusta con acertada malicia al contenido del libro.
Personalmente no es una novela, es un canto, un salmo a las novelas negras, al cine en blanco y negro y a historias y autores que han provocado miles de sensaciones siempre en el ámbito policíaco. Se parte del tópico y a partir de ahí se fabula sin abandonar nunca ese mundo mítico, bizarro, cruel y delirante que es toda buena ficción.
Noir no es una narración lineal ni al uso. El límite entre ficción y realidad no existe, se mueve en un punto indefinido en el que a partir de la página cuatro se puede esperar cualquier cosa. Se juega con los tópicos, detective duro, mujeres bellas, policías corruptos, malos de verdad y sobre todo una ciudad que es la madre de todas las ciudades, tiene muelles, clubes, callejones, muertos por doquier y ese sabor añejo de las historias ya contadas en más de una ocasión: “”Te encaminas al Skipper´s Waterfront Saloon, un antro vulgar y cargado de humo que los polis llaman “Café del Punto Muerto”, por la cantidad de fiambres que han sacado de allí”.
O por ejemplo: “Le estabas contemplando las piernas otra vez. Ella se dio cuenta de que se las mirabas. Las abrió ligeramente y pareció que un suspiro se escapaba entre las sombras de su falda”.
La obra puede ser citada por párrafos de manera continua, posee una gran calidad, una sensibilidad especial para la frase certera, lo cual está enormemente cerca de los padres del género negro. No obstante como ficción se nutre de múltiples historias, muchas conocidas, otras reinterpretadas y la mayoría reorganizadas porque la novela es un conjunto de historias, todas ellas con una base tópica, que nos van ilustrando una narración densa, condensada, pertinaz y al mismo tiempo gozosa porque cada encuentro con una de esas historias, aunque sean conocidas, nos lleva a un recuerdo, a veces a una novela, otras veces una película. “Es el ritmo, la melodía, la melancolía, la música. Tú eres la música mientras dura la música, lees en la mesa marcada. Te suena de algo; a lo mejor lo grabaste tú. Te instalas en esas cálidas ilusiones como en una vieja butaca de salón, bebiendo a sorbos lo único que realmente te ha sabido bien en la vida (ya vas por el tercero). El local en sí, cargado de humo, es sucio, maloliente, sombrío. Como tú”.
El ambiente de irrealidad es tal que por momentos se duda sobre la veracidad de todo, no obstante, el desvarío del autor no naufraga, nos va arrimando, a golpe de garito cutre al lugar donde nos quería llevar, al final de una historia enrevesada que no tenía tampoco un principio claro. Es lo de menos, lo importante en la obra es dejarse llevar, sumergirse en el tópico y disfrutar de él o al menos intentarlo. Olvídense de tramas y argumentos, reduzcan su crítica al mínimo y avancen páginas, la obra no pierde nunca intensidad, todo lo contrario, y se debe a su reducido tamaño, aunque por el contrario hace que todo sea demasiado denso, pero era el tributo a ese ejercicio de juntar letras que es la novela.
Por último les dejo la última cita que versa sobre un personaje principal del libro: “Llevar luto por esposos muertos repentinamente es un deporte de fin de semana en gente como usted”.
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