Salem publica ‘Muerto el perro’, un grito en prosa por la dignidad femenina y su libertad
Su poesía, canalla, callejera y con influencias de Bukowski, ha generado todo un fenómeno fan
Juan Carlos Galindo
foto: Claudio Álvarez
Un poeta excesivo, canalla y callejero que hace poesía con “las palabras de comprar el pan” y que ha generado un fenómeno fan entre mujeres jóvenes con sus versos y su hiperactividad tuitera; un escritor nacido en Argentina que “vive, come, folla, escribe y ama” en Madrid desde hace 25 años, que nunca dejará de ser del todo argentino ni del todo español; un narrador “con pinta de golfo y macarra”, pañuelo de pirata, tatuaje con el título de su primera novela en francés en todo un antebrazo y una tremenda verborrea. Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) es estas y otras muchas cosas, pero sobre todo es un hombre y un autor con una deuda: reivindicar la dignidad y la rabia femeninas. Por eso ha publicado Muerto el perro (Navona) una novela negra que no lo es, una narración delirante protagonizada por Piedad, una mujer pija y modosa que descubre a los 50 años que su vida no es lo que creía y que inicia una búsqueda cargada de humor, de zarpazos a la comodidad bienpensante del lector, de excesos.
“Lo de la mujer era una deuda conmigo mismo porque personajes masculinos tengo de sobra y la mujer es el negro del mundo. Aunque suene tópico o poco políticamente correcto, las mujeres siguen siendo ciudadanas de segunda, por más que le vendan y le digan lo que sea”, asegura en restaurante del centro de Madrid, mientras destroza con sus manos que no pueden parar una miga de pan. “En España, la mujer no ha terminado de asomar la cabeza y ya tiene que esconderla”, añade, enfadado, con el giro “retrógrado” del Gobierno del PP “¿Qué es lo siguiente? ¿Que vuelva la ley de adulterio?” se pregunta. “Piedad no es una heroína, es un producto de esa España postfranquista que ve que no le ha servido de nada reprimir sus deseos, sus preguntas. Termina la carrera con notables calificaciones pero se pasa 25 años firmado los papeles que le pone su marido delante. Un poco como la Infanta”, añade con voz muy ronca.
Mujeres, y jóvenes, son las que llenan los bares en los que recita sus poesías, cual Bukowski hispanoargentino, en Madrid, Santander, Murcia y donde se tercie. “Tengo un libro, Yo también puedo escribir una jodida historia de amor, que va por la tercera edición y eso es todo por Twitter. Esto supongo que dura hasta el día que les decepcione y ya no me sigan más. También hay gente que se tatúan versos míos. Que una chica se tatúe tu poesía en la nalga, en el hombro o en el brazo y te envíe la foto, siempre te pone tontorrón, pero luego te da cierta sensibilidad, cierta responsabilidad”.
Salem reconoce que Bukoswski es una de sus principales influencias. “Un tío que escribe ‘Nací para robar las rosas de la avenida de la muerte’ no podía ser tan cabrón, ¿no?”, afirma acelerado antes de arremeter contra el tópico de que los jóvenes no leen: “Lo importantes es que quieren leer, digan lo que digan las estadísticas. Y empiezan a leer poesía. Los expertos de marketing, que siempre me gustaría saber qué clase de hierba fuman (una distinta a la mía, seguramente), nos dicen desde hace diez años que la gente no quiere leer y eso no es cierto. Es un tópico”.
Escritor de método “suicida”, que escribe de pie, “siempre sobrio”, redactando mentalmente hasta los diálogos, que tiene abiertas cuatro novelas y que ha publicado 17 libros en siete años, Salem es un hiperactivo irredento- “si fuera mujer, tendría 300 hijos, no sé decir que no a nada interesante”- que no esquiva ningún tema, por personal que sea. “Traté de ser el mejor padre, el mejor director de periódico, el mejor novelista, pero no lo conseguía porque lo que quería era venir a Madrid a escribir putas novelas”, explica sobre su tardía incorporación a la literatura. “A los 10 decidí escribir, a los 13 descubrí a las chicas, empecé a perseguirlas y me di cuenta de que con las poesías corrían menos. Mi sueño era que me publicasen en Francia y se ha cumplido. La crisis ha hecho que no vaya ahora en limusina, pero lo he conseguido. Soy un paracaidista y la cosa funciona porque la gente se descojona con mis novelas”, afirma ufano cuando se le pregunta por su éxito en Francia (decenas de miles de ejemplares vendidos y finalista del prestigioso premio SNCF du Polar).
Antes de terminar, tras horas de conversación desenfrenada, muestra su perfil más pesimista: “¿Qué me queda de la vida que yo quiero? ¿15 años? Ponle 20. Pues voy a escribir lo que quiera. Como decía mi abuelo (y repite continuamente Soldati, un personaje secundario que recorre varias de sus novelas): “Si hay miseria, que no se note”.
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