18 de febrer del 2014

El gran maestro de la novela negra

[Página 12, 18 de febrero de 2014]

Las novelas El sueño eterno y Adiós muñeca, sumadas al conjunto de artículos reunidos en A mis mejores amigos no los he visto nunca, permiten volver a disfrutar de la literatura de Raymond Chandler. Y, por supuesto, de su inolvidable detective Philip Marlowe.

Julieta Grosso

La intermitencia de Raymond Chandler en las librerías promete ser zanjada por una colección que acaba de relanzar las novelas El sueño eterno y Adiós muñeca –donde irrumpe como arquetipo del género el huraño detective Philip Marlowe– y que junto al conjunto de artículos reunidos en A mis mejores amigos no los he visto nunca pone en valor la obra de este emblema de la novela negra.
La mirada cínica y desencajada sobre la corrupta sociedad norteamericana de los ’40 que Chandler (1888-1959) propagó sin reparos –una perspectiva que compartió con su compatriota Dashiell Hammett, a quien también lo unió la afición compulsiva por el alcohol– no parece haber perdido vigencia medio siglo después en comunidades planetarias que no han logrado desterrar la ilegalidad y la descomposición social. Sin embargo, la obra del escritor norteamericano prevalece más allá del apunte social sostenida en una narrativa que arrancó dentro de los parámetros del rubro con El sueño eterno y Adiós muñeca y que con los años se tornó desafiante y apuntó con El largo adiós al desdibujamiento de las fronteras entre géneros.
Nacido en Estados Unidos pero criado en Inglaterra, Chandler sufrió un largo derrotero antes de dedicarse a la literatura: se desempeñó como alto ejecutivo de una empresa petrolera en Los Angeles durante varios años, pero tras ser despedido por su adicción alcohólica, pasados los cuarenta años se decidió a probar suerte con la escritura. “A largo plazo, no importa qué tan poco se hable de ello, lo más duradero de la escritura es el estilo”, señaló alguna vez el artífice de Marlowe, cuyas historias explotan una dinámica que comienza con la exposición de un caso que luego queda en suspenso hasta que se pone en funcionamiento un segundo enigma criminal vagamente relacionado con el primero pero a fin de cuentas crucial para su resolución.
Por estos días, Penguin Random House acaba de lanzar la Biblioteca Raymond Chandler que, a través de su sello De Bolsillo, publicó la novela El sueño eterno, editada originalmente en 1939. La obra marcó el desembarco de Chandler en el campo de la narrativa y sentó las bases para la reinvención del policial a partir de una concepción que hace foco en la crítica social y desplaza a segundo plano el enigma. En su debut, el detective Marlowe debe internarse en un submundo corrupto y mafioso para investigar un chantaje que involucra a una joven llamada Carmen, hija menor de un general de nombre Sternwood, portador de una incalculable fortuna. El taciturno detective debe averiguar al mismo tiempo el paradero del marido de la hija mayor, Vivian, que al parecer se fugó con la mujer de un mafioso. El sueño eterno está considerada una de la mejores novelas negras del siglo XX y tuvo una célebre transposición cinematográfica que con guión de William Faulkner protagonizaron en 1946 Humphrey Bogart y Lauren Bacall, bajo las órdenes de Howard Hawks. La edición actualizada del libro incluye dos relatos pulp publicados en la revista Black Mask, que permiten adivinar en estado germinal el sustrato de sus obras mayores y detectar su tendencia a la canibalización a través de textos que asumen el formato novelístico tras surgir como cuentos.
“El relato de misterio debe ser técnicamente correcto en lo referente a los métodos de homicidio e investigación. Nada de venenos fantásticos ni de errores como una muerte por dosis insuficiente, etcétera. Nada de silenciadores en los revólveres (no funcionarían porque la recámara y el cañón no son continuos), nada de serpientes trepando por el cordón de la campanilla”, explica Chandler. “Si el detective es un policía profesional, tiene que comportarse como tal y poseer las cualidades físicas y mentales necesarias para su trabajo. Si se trata de un investigador privado o de un aficionado, al menos, debe conocer las rutinas policiales lo suficiente como para no hacer el ridículo”, apunta en ese texto, publicado en 1949 y ahora incluido en A mis mejores amigos no los he visto nunca.
El volumen, que acaba de ser relanzado también por De Bolsillo, reúne un conjunto de cartas, crónicas y ensayos en torno de cuestiones tan dispares como la soledad, la industria del cine y el alcoholismo, hilvanados por su prosa sarcástica y humorística. La primera parte de la obra es un compendio de cartas dirigidas a amigos, editores, agentes y colegas que funciona como una autobiografía fragmentaria, mientras que el segundo módulo está integrado por artículos periodísticos –algunos inéditos– que retratan su oscilante cosmovisión.
“Philip Marlowe y yo no despreciamos a las clases altas porque se bañan y tienen dinero; las despreciamos porque son farsantes”, asegura, mientras que en otro tramo dispara: “No soy un personaje importante en Hollywood ni en ninguna otra parte, y no tengo ninguna gana de serlo. Por el contrario, soy en extremo alérgico a los personajes importantes de todo tipo y no pierdo oportunidad de insultarlos si es que puedo hacerlo”.
Finalmente, con traducción de César Aira y Juan Manuel Ibeas, también sale a la luz Adiós muñeca, la segunda novela de Chandler. Escrita en 1940, avanza en su análisis de la corrupción y supone una primera avanzada en la reinvención de las convenciones de la novela negra. En este caso, Marlowe se lanza a la búsqueda de una cantante pelirroja al mismo tiempo que queda involucrado en la escena de un crimen y debe desentrañar un turbio asunto de deudas de juego: esta confluencia dispara en el detective reflexiones del estilo “las leyes se hacen para los que pagan” y permite al escritor avanzar en su indagación sobre el funcionamiento del poder.
Esta edición reúne también tres relatos que Chandler canibalizó para escribir la novela: “El hombre que amaba a los perros” (1936), “Busquen a la chica” (1937) y “El jade del mandarín” (1937).

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