16 de gener del 2014

Los tormentos nazis de Bernie Gunther

[Elemental, 16 de enero de 2014]

Juan Carlos Galindo


Sobrevivir al mal absoluto deja heridas. Navegar por las aguas del fin del mundo quema. Tratar de mantener unos principios morales en medio de la mayor matanza de la historia parece tarea imposible. Más aún si quien lo intenta forma parte, quiera o no, de la maquinaria asesina. Ese es el dilema esencial de Bernie Gunther, el personaje creado por Philip Kerr (Edimburgo, Escocia, 1956) y del que ahora publica RBA en España su novena aventura, Un hombre sin aliento (traducción de Eduardo Iriarte),
Pueden leer el primer capítulo en exclusiva y un día antes de que llegue a las librerías en Elemental.
Prestigioso detective de homicidios en la República de Weimar, investigador privado tras su salida de la policía por la llegada de los nazis (ver la Trilogía de Berlín), Gunther acaba en las garras del nacionalsocialismo como último recurso de supervivencia. No quiere, pero si en Praga mortal trabajaba obligado para Reinhard Heydrich, el arquitecto del Holocausto, ahora lo hace para Joseph Goebbels, el propagandista del régimen. No es nazi, ni mucho menos, pero ahí está. Detesta lo que los de la cruz gamada han hecho con su país y con otros, pero ahí sigue. Su cinismo, su sentido del humor, su sarcasmo y su idea de que los débiles necesitan protección y que la verdad ha de triunfar le salvan, en cierto sentido. Pero uno no puede evitar caer en la trampa planteada por Kerr, convertido en un maestro de la complejidad moral. Al terminar esta novela negra, este pequeño drama con el Holocausto de fondo, uno sabe que ha disfrutado de un gran libro y de un gran personaje, pero se siente incómodo, sucio, confuso. En un mundo de apuestas sencillas, efectistas y moralistas, el planteamiento de Kerr se agradece.
Corre el año 1943. A pesar de la propaganda, entre las fuerzas alemanas cunde el desánimo tras la derrota de Stalingrado. El nazismo necesita un golpe de efecto y el hallazgo de una fosa llena de soldados polacos que podrían haber sido asesinados por los soviéticos es el tipo de munición ideológica que necesitan Hitler y sus secuaces.
Tras un periplo duro y extraño (no hablaremos de las otras novelas de la serie, todas publicadas por RBA, y en las que Gunther aparece en distintos momentos previos y posteriores a la II Guerra Mundial) y después de haber trabajado para Heydrich en Praga, Bernie Gunther está empleado en la Oficina de Crímenes de Guerra de la Wehrmacht, institución surrealista que se preocupa por la Convención de Ginebra y por el respeto de ciertas normas en medio del Holocausto. Enviado a Smolensk, zona rusa ocupada por Alemania, Gunther tiene que controlar que las fosas de Katyn se conviertan en un éxito propagandístico o que, si se se comprueba que no han sido los soviéticos, sean convenientemente silenciadas.
Bernie está moralmente roto. En un momento dado, ya en Smolensk, tiene que investigar la muerte de dos soldados alemanes a los que han rebanado el cuello. Y estalla. No es la única vez, el libro está lleno de reproches del protagonista hacia sí mismo, de frases cargadas de odio contra su persona, pero esta es de las más representativas:
 “Estoy harto de que toda esta gente piense que toda esta mierda tiene alguna importancia en realidad. Sus hombres han sido asesinados. Sería para partirse de risa si toda la situación en Rusia no fuera tan trágica. Habla usted de asesinato como si aún significara algo. Por si no se ha dado cuenta, coronel, estamos todos en el peor lugar del mundo, con una bota en el puto abismo y fingimos que hay ley y orden, y algo por lo que merece la pena luchar. Pero no lo hay. Ahora no. Solo hay locura y caos y matanzas y, tal vez, algo peor que está aún por llegar. Hace solo un par de días me dijo usted que dieciséis mil judíos del gueto de Vitebsk acabaron en el río o convertidos en fertilizante humano. Dieciséis mil personas. ¿Y se supone que tienen que importarme un par de Fritz de permiso a los que les han rebanado el gaznate a la salida de un burdel?
No olvidemos que, como se ve en Gris de campaña, Gunther estuvo en Minsk, en el frente del Este, y fue testigo de atrocidades brutales antes de que fuera mandado a casa por desobedecer órdenes. El Holocausto es un presencia continua, latente, inquietante, en toda la novela. Aparecen referencias indirectas y una sensación de que todo el mundo sabe lo que ocurre que no produce más que desazón. En una conversación de este primer capítulo que ofrecemos en la que alguien hace referencia a los rumores sobre los campos de concentración Gunther no deja lugar a dudas: “No creo que estas historias se acerquen ni siquiera a lo que ocurre en los guetos del Este. Y, por cierto, no hay nada parecido a una reubicación. Solo inanición y muerte”.
La novela está llena de virtudes. Como ya explicó aquí Guillermo Altares, consigue contar muy bien la Historia a través de personajes anónimos y de ficción. La trama de asesinatos sin resolver en esa población entre Rusia y Polonia que se mezcla con la trama histórica está muy bien resuelta, es esa “buena historia en los márgenes de lo que la gente conoce” que el propio autor asegura que busca. También aporta datos esenciales para entender mejor las novelas anteriores y a un personaje de la complejidad moral de Gunther.
En un momento de desesperación, borracho y acostado con tres prostitutas polacas, una de ellas le pregunta: "¿Qué haces aquí, en Smolensk?" Y él responde:
“Oprimir a los rusos. Tomar lo que no pertenece a Alemania. Cometer un crimen de proporciones realmente históricas. Matar judíos a escala industrial. Eso es lo que estamos haciendo aquí, en Smolensk. Por no hablar de otros muchos sitios”.
Gunther no representa al mal, aunque conviva con él, aunque no haya sabido escapar de su influencia. Su sentido de culpa y su asunción de responsabilidades, el tormento mental que lleva consigo, le alejan de aquellos para quienes trabaja. Bernie tiene miedo y quiere sobrevivir. No se le puede culpar. Sigue siendo el último personaje chandleriano vivo (o casi) y uno de los mejores ejemplos de la riqueza de matices y la complejidad que puede alcanzar el género. Por todo y a pesar de todo: larga vida.



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