10 de desembre del 2013

'Por el mal camino': un doloroso y bello viaje al interior de Australia

[Elemental, 10 de diciembre de 2013]

Juan Carlos Galindo


Hay un debate absurdo y en el que no quiero entrar sobre si el género negro es o no un lugar idóneo para escribir buenas novelas, para hacer buena literatura. Como si el triunfo de la ficción criminal y los que, como decía Jo Nesbo cuando hablé con él, “se han subido al éxito de la novela negra con libros malos” fueran los únicos que existen. Como si James Ellroy, James M. Cain o Benjamin Black, por citar sólo tres ejemplos muy dispares, hubieran nacido ayer o escribieran novelas rosas. En fin. Con Por el mal camino Chris Womersley (Es Pop, traducción de Óscar Palmer) demuestra varias cosas: que el debate de la calidad es ridículo;  que el género tiene unos límites muy difusos y que no hay rincón del planeta donde no se cultive.
Womersley (1968, Melbourne) elabora en esta primera novela una historia de perdedores abocados a un final triste y solitario; un viaje por el interior desolado de una Australia desconocida; una reflexión sobre lo fácil que es que la vida se tuerza. Y lo hace con pulso, estilo y sobriedad.
Lee es un joven delincuente de bajo estrato que acaba de salir de la cárcel y no lleva el camino que esperaba. Está en un motel de mala muerte, lugar de tránsito de todo tipo de gente de mal vivir, con un agujero en el estómago y 8.000 dólares robados a sus empleadores. Allí su vida se cruza con la de Wild, médico en fuga y adicto a la morfina, ser atormentado por un error irremediable. Obligados por las circunstancias, sus caminos se juntan en una cuesta abajo imparable.
Con este sencillo planteamiento, Womersley nos cuenta el viaje de dos perdedores en situación extrema, dos hombres que cargan con sus culpas pasadas y que buscan algo de esperanza en un futuro incierto. Una novela negra que lo es y no lo es. Una búsqueda en el interior de cada individuo, llena de preguntas y dolorosas respuestas. Completa el trío protagonista Josef, un matón de la mafia que persigue a Lee dispuesto a matarle para salvar su nombre. Porque Josef, judío supersticioso, viejo cansado, otrora asesino implacable, sabe que el honor y la imagen importan más que lo que realmente se haya hecho.  
Australia juega su papel en la novela en dos sentidos muy distintos. Por un lado, en un mundo de matones, moteles, robos y persecuciones, es fácil olvidarse de que no se está en EE UU, en cualquier novela del género negro cultivado allí. Por otro, el paisaje se va haciendo cada vez más presente. El interior del país es duro y agreste, y la llegada del invierno añade epicidad, grandiosidad y emoción poética a la obra.
Aunque no soy amante de los excesos introspectivos o descriptivos en la novela negra, y creo que esta tiene alguno de más, no puedo dejar de citar algún fragmento ejemplar:
 “Lee quiso volver a salir al jardín y echarse en los montones de nieve. Bañarse en el silencio. Se arrodilló en el suelo junto a la cama y descansó un codo sobre el borde del colchón. Las sábanas estaban tan frías y duras como el mármol. Lee se sintió incompleto, como si lo estuvieran desmantelando lentamente. Una tristeza prehistórica burbujeó en su garganta. Se le hizo un nudo y tragó con esfuerzo. Gimió y se estremeció. Notó el rostro pastoso y húmedo. Sus lágrimas le dejaron un gusto salado en los labios mientras desfilaban rumbo a su barbilla para gotera sobre la cama”.
 La prosa de Womersley es elegante, directa, poética, cuidada. La traducción de Óscar Palmer ayuda mucho a mantener el nivel. Creo que quienes le comparan con Cormac McCarthy exageran. Creo, también, que es una novela dura, muy dura, y buena, muy buena. Lean y disfruten.

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