19 d’octubre del 2013

La fiesta interminable

[Clarín, Revista Ñ, 18 de octubre de 2013]


Novela. Con el marco frívolo de los años 90, “Me verás caer”, del escritor Ernesto Mallo, narra con solidez una efectiva trama de suspenso.

Miguel Angel Petrecca


Los 90 fueron una década tan banal como trágica. La exclusión de una parte cada vez más grande de la población, los negocios espurios y el desmantelamiento de la economía y del Estado ocurrieron en simultáneo con la farandulización de la política y el auge de una alegre fiesta consumista. El relato sobre esta década infame, que ya a esta altura es un viejo lugar común, incluye la pizza con champán, los jueces comprados, las relaciones carnales, etc. En Me verás caer , Ernesto Mallo utiliza parte de este relato para construir una parábola que, si no dice nada que no se haya dicho antes sobre los 90, logra en cambio una ficción atrapante. La novela está compuesta por capítulos cortos y veloces que van haciendo un zapping entre personajes y líneas narrativas diversas, generando un efecto de multiplicidad y de progresiva confluencia. Mallo ficcionaliza personajes y hechos reales, como el asesinato de Cabezas, el accidente de Carlos Jr. en helicóptero, el suicidio de Yabrán, y los mecha con personajes ficticios, entre los cuales el más prominente es Miguel Beltrán, un hombre sencillo y recto, un perdedor atrapado en un vida rutinaria y un matrimonio infeliz, que terminará actuando como modesto justiciero. De Beltrán sabemos que viene de una familia de origen peronista. Su padre participó de la Resistencia y él mismo tiene una historia de militancia fugaz en la izquierda del movimiento. Representa, por lo tanto, el reverso de época que le ha tocado vivir. Beltrán es el héroe, pero se trata de un héroe mínimo, ya que lo importante en Me verás caer no son tanto los individuos como la trama de la que participan, una trama global que une en una misma red a figuras tan disímiles como un campesino boliviano, un ex agente del FBI y un muyahidín. Frente a esa escala, los individuos quedan pequeños.
Me verás caer no propone una lectura novedosa de los 90. Tampoco se podría decir que construya personajes memorables. A cambio de eso, es capaz de proporcionar un placer concreto, que hace que uno avance en la lectura de forma compulsiva. Parte de este placer tal vez provenga de la pericia con que construye la intimidad (y los diálogos) de personajes y escenas que forman parte de nuestro inconsciente, como cuando sigue las últimas horas de Yabrán o recrea una fiesta en Olivos. Depende ahí de la complicidad del lector, que entiende las alusiones y avanza con avidez; en esos momentos el texto se acerca un poco a la crónica. Otra parte del placer, en cambio, proviene de la forma en que va atando los diferentes cabos y líneas narrativas, que van confluyendo con un vértigo y suspenso crecientes. En cierto sentido, con su larguísima galería de personajes, la novela funciona como una especie de gran cuadro de época balzaciano comprimido y pasado en cámara rápida.


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