26 d’octubre del 2013

'He venido para revolucionar el infierno'

[El Mundo, 25 de octubre de 2013]

Manuel Llorente

¿Qué hubiera escrito Manolo sobre Manolo? ¿Qué hubiera comentado Manolo Vázquez Montalbán sobre Manolo Escobar? ¿Qué opinaría sobre la manifestación del domingo de las víctimas del terrorismo sobre la sentencia de Estrasburgo? ¿Y del partido del sábado entre el Barça y el Real Madrid, entre Bale y Neymar?

Manolo está en los artículos periodísticos, en los libros que escribió, en los habituales silencios cuando se reunía con tres o cuatro personas más, en la socarronería y en ese ir a su aire que tanto molestó. No hay peor cuña que la de la misma madera. Ese inconformismo, ese cuestionamiento desde la izquierda a la izquierda misma, amén de otras opciones políticas, ese temor de la opinión que desestabilice lo que ya se supone estaba establecido, nunca gustó. Pero él iba por libre.

Manolo era un 'voyeur' que paseaba su perplejidad y su bonhomía por las calles de Barcelona tras haber leído a Eliot y escrito unas coplas a su tía Daniela. Manolo se fue abriendo paso entre el desencanto de un país de derribo y en blanco y negro, el recuerdo de un padre encarcelado y la irrupción en un mundo que iba desde Concha Piquer a Lacan pasando por las peleas sobre el comunismo con Manuel Sacristán.

Manolo, como recalca Daniel en este libro que nos ocupa, 'Recuerdos sin retorno', hoy estaría desconcertado. No reconocería un mundo arrasado por una crisis económica y no menos social y vital. No se sabe dónde disparar; él tuvo claro su objetivo en su adolescencia y juventud pero él ya conoció el desencanto de una Europa a la deriva y dividida entre los calvinistas del norte y los desclasados del Sur. Como confesó a su biógrafo George Tyras en su imprescindible 'Geometrías de la memoria. Conversaciones con MVM' publicado por Zoela ediciones, en 2003 decía: 'Están destruyendo la ciudad de mi infancia, y del personaje Carvalho. Están sustituyéndola por otra ciudad, pero también están rompiendo mi imaginario'. De ahí que las últimas novelas de Pepe Carvalho, 'Roldán, ni vivo ni muerto', 'El premio', 'Quinteto de Buenos Aires', no tengan la acción en la Ciudad Condal.

Ante ese desconcierto, a Manolo se le aparecía su particular Rosebud, aquel trineo de 'Ciudadano Kane', la película de Orson Welles, la palabra cero, que según Manolo "es ese instante del recuerdo que representa la clave para definirnos o para explicarnos a nosotros mismos2. Y agrega el propio Manolo:

"Mi Rosebud se me aparece constantemente desde hace varios años. Es una mañana en Barcelona, en los años 40, una mañana muy bonita y soleada, en un mundo en el que no había coches en las calles y mucha gente estaba fuera, había muchos peatones, carretas de basureros, estiércol de caballo en las calles. Delante de mi casa, en la calle de la Botella, había una panadería. El pan era un alimento muy importante durante la posguerra, estaba racionado. Y el pan caliente... El pan normal era un pan bastante malo que la gente llamaba 'pan negro' porque era una mezcla de harinas, y quedará como el pan del racionamiento, pero aquel pan caliente...Recuerdo a mi madre atravesando la calle con una barra de pan y un cucurucho de papel lleno de aceitunas negras de Aragón, partió un trozo de pan caliente y me lo dio con la bolsita de aceitunas negras. Cada vez que he intentado hallar un momento de plenitud, se me aparece ese instante, ese instante de plenitud'.

Manolo era, es y seguirá siendo el crío que empezó con los libros de Blasco Ibáñez que leía su padre, y los que llevaba a su casa un tío suyo, de Fernández Flórez y Mallorquí. Pero un profesor de la Universidad le hace leer con 16 años a Sartre, Camus, los Machado y Baroja. Manolo, hijo único, el hijo de mozo de almacén por las mañanas, de vendedor de sombreros por las tardes y luego cobrador de primas de seguros. Manolo, que estudió por la porfía de sus padres y el empeño de una profesora de una academia del Barrio Chino donde preparaba el Bachillerato, Carmela Godó.

Manolo, al que compraron una máquina de escribir marca Continental, el que ya gana con 10 u 11 años su primer premio provincial, por un cuento. Manolo, el que años después sería tan generoso con escritores jóvenes, a los que regalaba prólogos o buscaba editoriales, el que se empeñaba que publicaran para luego seguir y seguir su camino y no se estancaran.

Manolo, el niño, adolescente y joven que sintió miedo hasta que murió Franco: "El miedo es una constante de mi experiencia y de mi memoria". Manolo, el que toda su vida estuvo fascinado por lo enigmático de una frase de T. S. Eliot de 'El entierro de los muertos': "Sólo conozco un montón de imágenes rotas sobre las que se pone el sol". Manolo, que forjó sus señas de identidad en una suerte de'collage' porque la fragmentación del saber había llevado al escepticismo, con Eliot y Pound como banderines de enganche hacia la nada.

Pero entre el abismo y la niebla, Manolo surge respondón una noche de alcoholes con el poeta y editor José Batlló y su amigo Frederic Pagès. Hablaron de la literatura que se hacía entonces, "que era insoportable", confesó a Tyras. "Ya en plena borrachera yo dije: 'Lo que hay que hacer es novelas de policías y ladrones y yo escribo una novela así en 15 días' y otro contestó: 'me apuesto lo que quieras a que no eres capaz'". Y entre 'Tatuaje', la canción de Concha Piquer, y la lectura de una información en un periódico que relataba el descubrimiento de un cadáver con un tatuaje que decía 'He nacido para revolucionar el infierno' surgió su novela 'Tatuaje', tan mal entendida entonces. Era 1973. Ese libro también había nacido de otra broma. Así lo contó a Tyras: 'Surgió en las conversaciones que tenía con mi suegro, en las que se burlaba del nivel de vida que me procuraba la literatura y cosas por el estilo. Yo invoqué como modelo a Simenon, que era propietario de un castillo en Suiza, y mi suegro se cachondeó: "Ya veremos qué día tienes tú un castillo en Suiza". Yo le contesté: "Bueno, me pondré a escribir novelas como las de Simenon, y ya verá usted cómo tengo un castillo en Suiza".

Antes ya había publicado 'Yo maté a Kennedy'. Ya está en marcha Pepe Carvalho, con los sedimentos de Agatha Christie y los dos Simenon, el del inspector Maigret y el otro, pero sobre el del cine 'noir'. Manolo, según las palabras de su hijo Daniel, creó su 'alter ego' imprescindible 'para no tener que pedir perdón constantemente'. Cita de Daniel y de este libro: "Hay gente que soluciona los conflictos internos, proporcionales a los sueños no realizados, visitando la siempre noble consulta de un psiquiatra y se deja psicoanalizar hasta extremos que en otro contexto le sería imposible de asumir. Carvalho fue una creación necesaria para ti, que habías entrado en la treintena con la mente de un viajero empedernido, pero con las obligaciones de un hombre sedentario".

Manolo, hijo de Evaristo y Rosa, nacido en Barcelona, con su padre en la cárcel entonces y hasta 1944, fue detenido por primera vez en la primavera de 1959 y en 1962 después. Manolo, que entre rejas escribe el ensayo 'Informe sobre la información' y su primer poemario, 'Una educación sentimental'. Precisa Manolo: "Yo nací el 14 de junio de 1939. No estoy inscrito en el Registro Civil hasta el 27 de julio. Mis padres eran un matrimonio republicano, de los que quedaron invalidados por el régimen de Franco y si me hubieran inscrito el 14 de junio hubiera constado como hijo natural".

Qué curioso. Como lo siguiente: Manolo y Anna se casaron por la iglesia, en la de Santa Madrona, de Poble Sec en 1961, pero "previamente tuve que hacer de padrino en el bautivo de mi mujer, que no estaba bautizada".

Manolo, que según Manuel Blanco Chivite cuando contaba 52 años ya tenía censados 54 libros, le confiesa en un libro de entrevistas: "Generalmente me levanto temprano, hacia las siete de la mañana y me pongo a oír la radio. La mañana la aprovecho para hacer las cosas de prensa que tengo que entregar, luego me meto en lo que lleve entre manos, con la novela que tenga en marcha. Todo mi día se organiza en torno a la escritura y luego a los contactos humanos o personales. Yo vivo en el Tibidabo, en Vallvidrera. Bajo a la ciudad para los contactos familiares, personales, laborales y luego regreso a casa y continúo escribiendo. Casi escribo más que vivo". También un servidor puede dar fe de esta última frase. A veces se arrepentía, o quizá sólo se lamentaba, de no haber vivido más.

- ¿Cuántas horas escribes al día?

-Hay periodos de nada o muy poco y periodos en que estoy escribiendo hasta 18 horas diarias.
Manolo fue cocinero porque de algún modo tenía que dulcificar un nítido compromiso político que le abocaba a la cárcel por el norte; la contradicción de las muchas estéticas que en los 70 se disputaban entre sí, al sur; la insatisfacción de cuajar su yo creador hasta que descubrió a un alter ego, al oeste; y las incontenibles ganas de otear otros paisajes mediterráneos, claro, al este.

Manolo se levantaba con el sol cucharón en ristre para orear la casa con el sofrito del día, una película olorosa sobre la que irá escribiendo los folios de la mañana. Cuenta Daniel en este libro que un agosto le llamó César Alonso de los Ríos para que retomara el proyecto de 'Crónica sentimental de España' que hacía dos años había presentado para la revista 'Triunfo'. Dijo que sí, sin más. No volvió a la playa. Toda su memoria, personal y colectiva, se reactivó y para acallar ese torbellino interior que le podría engullir en segundos, tuvo que empezar a volcarlo sin parar hasta el amanecer, lejano ya el recuerdo del paseo en una barca de pesca que capitaneaba horas antes Pep Nadal.

Cuando la nostalgia iba ganando terreno a su memoria, tiraba de poesía. Manolo prefería la memoria a la nostalgia, pues según confesó a George Tyras "la nostalgia es la censura de la memoria". Siempre a vueltas con la memoria, que no deja de ser nuestra herencia. Manolo tituló sus versos reunidos y completos 'Memoria y deseo', volumen que a alguno dedicó no mucho antes de lo de Bangkok con un inteligente "ya más con memoria que con deseo".

Manolo, pese a la opinión (muchas, claro) que de él se puedan tener, era ante todo un poeta. Cuenta Josep Maria Castellet, en el prólogo a una edición de sus versos reunidos hasta 1986, con motivo de una conferencia en la Menéndez Pelayo de Santander que tituló 'Futuro ¿para quién?' lo siguiente: "Acabada su intervención, y ante unas preguntas de un profesor italiano que no estaba de acuerdo con las tesis que había dirigido a los alumnos y ante un discurso metafísico y agresivo por parte de ese profesor, nuestro Manolo, con voz casi inaudible y como pidiendo perdón, dijo lacónicamente: 'Mire usted, yo soy un poeta...".

Un poeta enamorado de los boleros, un hombre que para muchos escribía demasiado. Desde cuándo eso ha sido un delito. Quizá lo que molestaba era que fue, también, un personaje con un corazón anarquista, y eso no es perdonable. Alguien que trazó su biografía a golpes autobiográficos, y como él mismo escribió: 'Fui una sombra chinesca sobre las paredes'.

A Manolo, llegada ya la media mañana, se le quejaban las tripas y tenía que darles justo acomodo. En una ocasión que quedamos para comer en Madrid le pregunté en qué restaurante nos veíamos.

- No, la pregunta -me dijo- es qué vamos a comer. Y me apetecen callos.

Preguntando, preguntando llegué a la conclusión que los mejores de Madrid los servían en la taberna San Mamés, al lado de Cuatro Caminos. A decir de la leyenda urbana, "quizá no sean los mejores, lo que es seguro es que son los más caros de la ciudad". Y cuando nos trajeron la carta de vinos no se decidió por un Rioja o un Ribera, quizá lo más lógico. Manolo preguntó y preguntó al maitre sobre las cualidades de los vinos de la región, detalle que expone a las claras su inquietud constante, sus ganas por conocer otros sabores, otros paladares.

Tanto culinarios como intelectuales: él se despachaba tanto a T. S. Eliot como a Luis Cernuda, Ángel González, Joan Vinyoli, Pere Quart, el 'Juan Mairena' de Machado o el 'Poeta en Nueva York' de Lorca, el 'Mausoleo' de Enzensberger, la obra de Saint-John Perse, Aragon, Apollinaire, Maiakovski y de un brinco saltaba a Quevedo, tal y como Daniel da cuenta en este libro al descubrir el lote de poemarios que le regaló cuando su hijo empezaba a escribir.

Manolo el del Barça, el que quería haber sigo su delantero centro, el que reprochó a Daniel haberse perdido por su nacimiento la final del Mundial de 1966 entre Inglaterra y Alemania y al que al salir del paritorio le dijo: "Y por esto me he perdido el partido". Manolo, aquel que creció escuchando por la radio las hazañas de César y Kubala.

El hombre tímido y reflexivo, apabullante en su dialéctica, pero que ha preferido pasar por la vida como un espectador, como confesó nada más ganar el Planeta con 'Los mares del Sur' a Joaquín Soler Serrano en su programa de televisión 'A fondo'.

Manolo, simplemente Manolo. Manolo uno y múltiple, el que también escribió sobre Serrat, sobre la cocina sencilla y más sofisticada, el que ha sido fiel a esa frase catalana que viene a decir "que el leer no te haga perder el escribir", no tan alejada de aquella del artista suizo Paul Klee: "ningún día sin una línea".

Manolo, el compañero de viaje incómodo de la 'gauche divine', como Juan Marsé, protagonista de su primera entrevista en la 'Solidaridad Nacioanl', conocida como 'la Sole'. Manolo entonces tiene 21 años y Marsé acaba de publicar 'Encerrados con un solo juguete'. Esa pieza, por la que Manolo cobró 150 pesetas de 1960, comenzaba así:

"La plaza de Rovira y sus alrededores tiene el colorido de esas zonas parisienses, estáticas e inimaginables fuera de la calma de una tarde, de cielo entre limpio y sucio, de aire claro y de pequeño mundo de tranviarios, paseantes, vendedores de periódicos y parejas entre la risa y la tristeza. En una de estas calles, la dedicada a un tal Martí y en el número 104, vive Juan Marsé, de 27 años de edad, de profesión joyero novelista, y de estado soltero. Juan Marsé tiene en las fotografías un aire duro que la realidad desmiente para dejarlo en cierto gesto de reflexiva resignación. El novelista joyero abre la puerta, disculpa un equívoco en la hora de la cita y nos introduce en su laboratorio literario. Una habitación suficiente, de aire monacal, con algunos libros alineados y otros amontonados en una alacena. A un lado se abre la cama plegable y junto a ella, una mesita en cuyo centro está la máquina de escribir y cuartillas en derredor.

A la entrevista asiste el poeta Miguel Barceló y una botella de coñac. En la pared, sobre la máquina de escribir, una Edith Piaf, en trance, parece dedicarnos lo mejorcito del 'Himno al Amor' o de 'My Lord'. Juan Marsé se nos enfrenta y llena las copas".

El mismo Manolo de todos los veranos y todos los inviernos, el que regaló muchas frases a su hijo y quizá Daniel las ha reproducido en este libro para que sean a su vez patrimonio de todos. Éstas, por ejemplo:

-"Daniel, los pijos son muy simpáticos, pero cuando les tocas la cartera te arman guerras civiles".

-"Daniel, ten paciencia, no te pongas nervioso, siempre te llegará la oportunidad de devolver las putadas".

-"Daniel, de haber esperado los momentos de inspiración sólo hubiera escrito unas pocas páginas".

Y como escribió el pasado domingo Enric González en EL MUNDO, "este señor creó un modelo de novela negra ajustado a lo contemporáneo, a lo comestible y a ciertos patrones marxistas (de Marx y de Groucho) que sigue practicándose con éxito en el sur de Europa, en contraposición con el género negro de los países fríos".

Hay otras frases lapidarias de nuestro Manolo que he escogido de los libros de Tyras y Blanco Chivite, tales como:

-"Quizá el sentido de la vida sea pagar las deudas y enterrar a los muertos. Y cuando has acabado, ya no sabes muy bien qué hacer".

- "Mi primera salida de casa, a los 15 días, fue para ir al juzgado a conmover a los jueces que llevan el caso de mi padre. Hasta los cinco años no vi a mi padre en casa".

- "Mi objeto es 'leer hasta entrada la noche y en invierno viajar hasta el Sur", tal y como escribió en un poema.

Como un vago homenaje a Daniel y a su padre, a su padre y a Daniel, he copiado el poema 'El dibujante habría acertado el rostro de la muerte', el preferido de Daniel del libro preferido de Daniel, que cierra 'Pero el viajero que huye' y que aborda la muerte de Rosa, su madre. Dice así:

Pero eres tú Rosa de Abril
La que contesta la soledad moral de las estrellas
La que confirma el desenlace infeliz de las huidas
La que se lleva mi memoria me deja los deseos
A la deriva sobre los mares opacos del invierno
Islas de quimera desde las que ya nunca
Recibirás mis excusas escritas
Entre dos cansancios
Definitivamente nada quedó de abril
Su sombra era tu sombra
Mi viaje terminaba en tu muerte
Pobre rosa de abril el mes más cruel
Miente la Historia miente la Vida
Para otros ya
La memoria y el deseo inútiles tus manos
Para reconocer mis rostros sumergidos
Nunca
Mas te dejaré en tu rincón de madera
Viajarás conmigo hasta mi muerte
Rota rosa de abril ensimismada
Como un abecedario de recuerdos deshojados
Por la implacable lógica de los calendarios
Entre las páginas de todo cuanto he escrito
Los vencidos futuros encontrarán tu sombra
Desdibujada en la usura mezquina
Las palabras
Incapaces de ser silencio grito dibujo
Aproximado del rostro de la muerte
Nada
Nada quedó de abril siquiera el derecho
A su añoranza.

Con mis amigos suelo brindar a la voz de 'Por los buenos tiempos... a ver cuándo llegan'. En el fondo no deja de ser un homenaje a Manolo cuando levantaba un vaso y decía:

'¡Por la caída del régimen. Qué régimen, no importa'




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