Manuel Llorente
¿Qué hubiera escrito Manolo sobre
Manolo? ¿Qué hubiera comentado Manolo Vázquez Montalbán sobre Manolo Escobar?
¿Qué opinaría sobre la manifestación del domingo de las víctimas del terrorismo
sobre la sentencia de Estrasburgo? ¿Y del partido del sábado entre el Barça y
el Real Madrid, entre Bale y Neymar?
Manolo está en los artículos
periodísticos, en los libros que escribió, en los habituales silencios cuando
se reunía con tres o cuatro personas más, en la socarronería y en ese ir a su
aire que tanto molestó. No hay peor cuña que la de la misma madera. Ese
inconformismo, ese cuestionamiento desde la izquierda a la izquierda misma,
amén de otras opciones políticas, ese temor de la opinión que desestabilice lo
que ya se supone estaba establecido, nunca gustó. Pero él iba por libre.
Manolo era un 'voyeur' que paseaba su
perplejidad y su bonhomía por las calles de Barcelona tras haber leído a Eliot
y escrito unas coplas a su tía Daniela. Manolo se fue abriendo paso entre el
desencanto de un país de derribo y en blanco y negro, el recuerdo de un padre
encarcelado y la irrupción en un mundo que iba desde Concha Piquer a Lacan
pasando por las peleas sobre el comunismo con Manuel Sacristán.
Manolo, como recalca Daniel en este
libro que nos ocupa, 'Recuerdos sin retorno', hoy estaría desconcertado. No
reconocería un mundo arrasado por una crisis económica y no menos social y
vital. No se sabe dónde disparar; él tuvo claro su objetivo en su adolescencia
y juventud pero él ya conoció el desencanto de una Europa a la deriva y
dividida entre los calvinistas del norte y los desclasados del Sur. Como
confesó a su biógrafo George Tyras en su imprescindible 'Geometrías de la
memoria. Conversaciones con MVM' publicado por Zoela ediciones, en 2003 decía:
'Están destruyendo la ciudad de mi infancia, y del personaje Carvalho. Están
sustituyéndola por otra ciudad, pero también están rompiendo mi imaginario'. De
ahí que las últimas novelas de Pepe Carvalho, 'Roldán, ni vivo ni muerto', 'El
premio', 'Quinteto de Buenos Aires', no tengan la acción en la Ciudad Condal.
Ante ese desconcierto, a Manolo se le
aparecía su particular Rosebud, aquel trineo de 'Ciudadano Kane', la película
de Orson Welles, la palabra cero, que según Manolo "es ese instante del
recuerdo que representa la clave para definirnos o para explicarnos a nosotros
mismos2. Y agrega el propio Manolo:
"Mi Rosebud se me aparece
constantemente desde hace varios años. Es una mañana en Barcelona, en los años
40, una mañana muy bonita y soleada, en un mundo en el que no había coches en
las calles y mucha gente estaba fuera, había muchos peatones, carretas de
basureros, estiércol de caballo en las calles. Delante de mi casa, en la calle
de la Botella, había una panadería. El pan era un alimento muy importante
durante la posguerra, estaba racionado. Y el pan caliente... El pan normal era
un pan bastante malo que la gente llamaba 'pan negro' porque era una mezcla de
harinas, y quedará como el pan del racionamiento, pero aquel pan
caliente...Recuerdo a mi madre atravesando la calle con una barra de pan y un
cucurucho de papel lleno de aceitunas negras de Aragón, partió un trozo de pan
caliente y me lo dio con la bolsita de aceitunas negras. Cada vez que he intentado
hallar un momento de plenitud, se me aparece ese instante, ese instante de
plenitud'.
Manolo era, es y seguirá siendo el
crío que empezó con los libros de Blasco Ibáñez que leía su padre, y los que
llevaba a su casa un tío suyo, de Fernández Flórez y Mallorquí. Pero un
profesor de la Universidad le hace leer con 16 años a Sartre, Camus, los
Machado y Baroja. Manolo, hijo único, el hijo de mozo de almacén por las
mañanas, de vendedor de sombreros por las tardes y luego cobrador de primas de
seguros. Manolo, que estudió por la porfía de sus padres y el empeño de una
profesora de una academia del Barrio Chino donde preparaba el Bachillerato,
Carmela Godó.
Manolo, al que compraron una máquina
de escribir marca Continental, el que ya gana con 10 u 11 años su primer premio
provincial, por un cuento. Manolo, el que años después sería tan generoso con
escritores jóvenes, a los que regalaba prólogos o buscaba editoriales, el que
se empeñaba que publicaran para luego seguir y seguir su camino y no se
estancaran.
Manolo, el niño, adolescente y joven
que sintió miedo hasta que murió Franco: "El miedo es una constante de mi
experiencia y de mi memoria". Manolo, el que toda su vida estuvo fascinado
por lo enigmático de una frase de T. S. Eliot de 'El entierro de los muertos':
"Sólo conozco un montón de imágenes rotas sobre las que se pone el
sol". Manolo, que forjó sus señas de identidad en una suerte de'collage'
porque la fragmentación del saber había llevado al escepticismo, con Eliot y
Pound como banderines de enganche hacia la nada.
Pero entre el abismo y la niebla,
Manolo surge respondón una noche de alcoholes con el poeta y editor José Batlló
y su amigo Frederic Pagès. Hablaron de la literatura que se hacía entonces,
"que era insoportable", confesó a Tyras. "Ya en plena borrachera
yo dije: 'Lo que hay que hacer es novelas de policías y ladrones y yo escribo
una novela así en 15 días' y otro contestó: 'me apuesto lo que quieras a que no
eres capaz'". Y entre 'Tatuaje', la canción de Concha Piquer, y la lectura
de una información en un periódico que relataba el descubrimiento de un cadáver
con un tatuaje que decía 'He nacido para revolucionar el infierno' surgió su
novela 'Tatuaje', tan mal entendida entonces. Era 1973. Ese libro también había
nacido de otra broma. Así lo contó a Tyras: 'Surgió en las conversaciones que
tenía con mi suegro, en las que se burlaba del nivel de vida que me procuraba
la literatura y cosas por el estilo. Yo invoqué como modelo a Simenon, que era
propietario de un castillo en Suiza, y mi suegro se cachondeó: "Ya veremos
qué día tienes tú un castillo en Suiza". Yo le contesté: "Bueno, me
pondré a escribir novelas como las de Simenon, y ya verá usted cómo tengo un
castillo en Suiza".
Antes ya había publicado 'Yo maté a
Kennedy'. Ya está en marcha Pepe Carvalho, con los sedimentos de Agatha
Christie y los dos Simenon, el del inspector Maigret y el otro, pero sobre el
del cine 'noir'. Manolo, según las palabras de su hijo Daniel, creó su 'alter
ego' imprescindible 'para no tener que pedir perdón constantemente'. Cita de
Daniel y de este libro: "Hay gente que soluciona los conflictos internos,
proporcionales a los sueños no realizados, visitando la siempre noble consulta
de un psiquiatra y se deja psicoanalizar hasta extremos que en otro contexto le
sería imposible de asumir. Carvalho fue una creación necesaria para ti, que
habías entrado en la treintena con la mente de un viajero empedernido, pero con
las obligaciones de un hombre sedentario".
Manolo, hijo de Evaristo y Rosa,
nacido en Barcelona, con su padre en la cárcel entonces y hasta 1944, fue
detenido por primera vez en la primavera de 1959 y en 1962 después. Manolo, que
entre rejas escribe el ensayo 'Informe sobre la información' y su primer
poemario, 'Una educación sentimental'. Precisa Manolo: "Yo nací el 14 de
junio de 1939. No estoy inscrito en el Registro Civil hasta el 27 de julio. Mis
padres eran un matrimonio republicano, de los que quedaron invalidados por el
régimen de Franco y si me hubieran inscrito el 14 de junio hubiera constado como
hijo natural".
Qué curioso. Como lo siguiente:
Manolo y Anna se casaron por la iglesia, en la de Santa Madrona, de Poble Sec
en 1961, pero "previamente tuve que hacer de padrino en el bautivo de mi
mujer, que no estaba bautizada".
Manolo, que según Manuel Blanco
Chivite cuando contaba 52 años ya tenía censados 54 libros, le confiesa en un
libro de entrevistas: "Generalmente me levanto temprano, hacia las siete
de la mañana y me pongo a oír la radio. La mañana la aprovecho para hacer las
cosas de prensa que tengo que entregar, luego me meto en lo que lleve entre
manos, con la novela que tenga en marcha. Todo mi día se organiza en torno a la
escritura y luego a los contactos humanos o personales. Yo vivo en el Tibidabo,
en Vallvidrera. Bajo a la ciudad para los contactos familiares, personales,
laborales y luego regreso a casa y continúo escribiendo. Casi escribo más que
vivo". También un servidor puede dar fe de esta última frase. A veces se
arrepentía, o quizá sólo se lamentaba, de no haber vivido más.
- ¿Cuántas horas escribes al día?
-Hay periodos de nada o muy poco y
periodos en que estoy escribiendo hasta 18 horas diarias.
Manolo fue cocinero porque de algún
modo tenía que dulcificar un nítido compromiso político que le abocaba a la
cárcel por el norte; la contradicción de las muchas estéticas que en los 70 se
disputaban entre sí, al sur; la insatisfacción de cuajar su yo creador hasta
que descubrió a un alter ego, al oeste; y las incontenibles ganas de otear
otros paisajes mediterráneos, claro, al este.
Manolo se levantaba con el sol
cucharón en ristre para orear la casa con el sofrito del día, una película
olorosa sobre la que irá escribiendo los folios de la mañana. Cuenta Daniel en
este libro que un agosto le llamó César Alonso de los Ríos para que retomara el
proyecto de 'Crónica sentimental de España' que hacía dos años había presentado
para la revista 'Triunfo'. Dijo que sí, sin más. No volvió a la playa. Toda su
memoria, personal y colectiva, se reactivó y para acallar ese torbellino
interior que le podría engullir en segundos, tuvo que empezar a volcarlo sin
parar hasta el amanecer, lejano ya el recuerdo del paseo en una barca de pesca
que capitaneaba horas antes Pep Nadal.
Cuando la nostalgia iba ganando
terreno a su memoria, tiraba de poesía. Manolo prefería la memoria a la
nostalgia, pues según confesó a George Tyras "la nostalgia es la censura
de la memoria". Siempre a vueltas con la memoria, que no deja de ser
nuestra herencia. Manolo tituló sus versos reunidos y completos 'Memoria y
deseo', volumen que a alguno dedicó no mucho antes de lo de Bangkok con un
inteligente "ya más con memoria que con deseo".
Manolo, pese a la opinión (muchas,
claro) que de él se puedan tener, era ante todo un poeta. Cuenta Josep Maria
Castellet, en el prólogo a una edición de sus versos reunidos hasta 1986, con
motivo de una conferencia en la Menéndez Pelayo de Santander que tituló 'Futuro
¿para quién?' lo siguiente: "Acabada su intervención, y ante unas
preguntas de un profesor italiano que no estaba de acuerdo con las tesis que
había dirigido a los alumnos y ante un discurso metafísico y agresivo por parte
de ese profesor, nuestro Manolo, con voz casi inaudible y como pidiendo perdón,
dijo lacónicamente: 'Mire usted, yo soy un poeta...".
Un poeta enamorado de los boleros, un
hombre que para muchos escribía demasiado. Desde cuándo eso ha sido un delito.
Quizá lo que molestaba era que fue, también, un personaje con un corazón
anarquista, y eso no es perdonable. Alguien que trazó su biografía a golpes
autobiográficos, y como él mismo escribió: 'Fui una sombra chinesca sobre las
paredes'.
A Manolo, llegada ya la media mañana,
se le quejaban las tripas y tenía que darles justo acomodo. En una ocasión que
quedamos para comer en Madrid le pregunté en qué restaurante nos veíamos.
- No, la pregunta -me dijo- es qué
vamos a comer. Y me apetecen callos.
Preguntando, preguntando llegué a la
conclusión que los mejores de Madrid los servían en la taberna San Mamés, al
lado de Cuatro Caminos. A decir de la leyenda urbana, "quizá no sean los
mejores, lo que es seguro es que son los más caros de la ciudad". Y cuando
nos trajeron la carta de vinos no se decidió por un Rioja o un Ribera, quizá lo
más lógico. Manolo preguntó y preguntó al maitre sobre las cualidades de los
vinos de la región, detalle que expone a las claras su inquietud constante, sus
ganas por conocer otros sabores, otros paladares.
Tanto culinarios como intelectuales:
él se despachaba tanto a T. S. Eliot como a Luis Cernuda, Ángel González, Joan
Vinyoli, Pere Quart, el 'Juan Mairena' de Machado o el 'Poeta en Nueva York' de
Lorca, el 'Mausoleo' de Enzensberger, la obra de Saint-John Perse, Aragon,
Apollinaire, Maiakovski y de un brinco saltaba a Quevedo, tal y como Daniel da
cuenta en este libro al descubrir el lote de poemarios que le regaló cuando su
hijo empezaba a escribir.
Manolo el del Barça, el que quería
haber sigo su delantero centro, el que reprochó a Daniel haberse perdido por su
nacimiento la final del Mundial de 1966 entre Inglaterra y Alemania y al que al
salir del paritorio le dijo: "Y por esto me he perdido el partido".
Manolo, aquel que creció escuchando por la radio las hazañas de César y Kubala.
El hombre tímido y reflexivo,
apabullante en su dialéctica, pero que ha preferido pasar por la vida como un
espectador, como confesó nada más ganar el Planeta con 'Los mares del Sur' a
Joaquín Soler Serrano en su programa de televisión 'A fondo'.
Manolo, simplemente Manolo. Manolo
uno y múltiple, el que también escribió sobre Serrat, sobre la cocina sencilla
y más sofisticada, el que ha sido fiel a esa frase catalana que viene a decir
"que el leer no te haga perder el escribir", no tan alejada de
aquella del artista suizo Paul Klee: "ningún día sin una línea".
Manolo, el compañero de viaje
incómodo de la 'gauche divine', como Juan Marsé, protagonista de su primera
entrevista en la 'Solidaridad Nacioanl', conocida como 'la Sole'. Manolo
entonces tiene 21 años y Marsé acaba de publicar 'Encerrados con un solo
juguete'. Esa pieza, por la que Manolo cobró 150 pesetas de 1960, comenzaba
así:
"La plaza de Rovira y sus
alrededores tiene el colorido de esas zonas parisienses, estáticas e
inimaginables fuera de la calma de una tarde, de cielo entre limpio y sucio, de
aire claro y de pequeño mundo de tranviarios, paseantes, vendedores de
periódicos y parejas entre la risa y la tristeza. En una de estas calles, la
dedicada a un tal Martí y en el número 104, vive Juan Marsé, de 27 años de
edad, de profesión joyero novelista, y de estado soltero. Juan Marsé tiene en
las fotografías un aire duro que la realidad desmiente para dejarlo en cierto
gesto de reflexiva resignación. El novelista joyero abre la puerta, disculpa un
equívoco en la hora de la cita y nos introduce en su laboratorio literario. Una
habitación suficiente, de aire monacal, con algunos libros alineados y otros
amontonados en una alacena. A un lado se abre la cama plegable y junto a ella,
una mesita en cuyo centro está la máquina de escribir y cuartillas en derredor.
A la entrevista asiste el poeta
Miguel Barceló y una botella de coñac. En la pared, sobre la máquina de
escribir, una Edith Piaf, en trance, parece dedicarnos lo mejorcito del 'Himno
al Amor' o de 'My Lord'. Juan Marsé se nos enfrenta y llena las copas".
El mismo Manolo de todos los veranos
y todos los inviernos, el que regaló muchas frases a su hijo y quizá Daniel las
ha reproducido en este libro para que sean a su vez patrimonio de todos. Éstas,
por ejemplo:
-"Daniel, los pijos son muy
simpáticos, pero cuando les tocas la cartera te arman guerras civiles".
-"Daniel, ten paciencia, no te
pongas nervioso, siempre te llegará la oportunidad de devolver las
putadas".
-"Daniel, de haber esperado los
momentos de inspiración sólo hubiera escrito unas pocas páginas".
Y como escribió el pasado domingo
Enric González en EL MUNDO,
"este señor creó un modelo de novela negra ajustado a lo contemporáneo, a
lo comestible y a ciertos patrones marxistas (de Marx y de Groucho) que sigue
practicándose con éxito en el sur de Europa, en contraposición con el género
negro de los países fríos".
Hay otras frases lapidarias de
nuestro Manolo que he escogido de los libros de Tyras y Blanco Chivite, tales
como:
-"Quizá el sentido de la vida
sea pagar las deudas y enterrar a los muertos. Y cuando has acabado, ya no
sabes muy bien qué hacer".
- "Mi primera salida de casa, a
los 15 días, fue para ir al juzgado a conmover a los jueces que llevan el caso
de mi padre. Hasta los cinco años no vi a mi padre en casa".
- "Mi objeto es 'leer hasta
entrada la noche y en invierno viajar hasta el Sur", tal y como escribió
en un poema.
Como un vago homenaje a Daniel y a su
padre, a su padre y a Daniel, he copiado el poema 'El dibujante habría acertado
el rostro de la muerte', el preferido de Daniel del libro preferido de Daniel,
que cierra 'Pero el viajero que huye' y que aborda la muerte de Rosa, su madre.
Dice así:
Pero eres tú Rosa de Abril
La que contesta la soledad moral de
las estrellas
La que confirma el desenlace infeliz
de las huidas
La que se lleva mi memoria me deja
los deseos
A la deriva sobre los mares opacos
del invierno
Islas de quimera desde las que ya
nunca
Recibirás mis excusas escritas
Entre dos cansancios
Definitivamente nada quedó de abril
Su sombra era tu sombra
Mi viaje terminaba en tu muerte
Pobre rosa de abril el mes más cruel
Miente la Historia miente la Vida
Para otros ya
La memoria y el deseo inútiles tus
manos
Para reconocer mis rostros sumergidos
Nunca
Mas te dejaré en tu rincón de madera
Viajarás conmigo hasta mi muerte
Rota rosa de abril ensimismada
Como un abecedario de recuerdos
deshojados
Por la implacable lógica de los
calendarios
Entre las páginas de todo cuanto he
escrito
Los vencidos futuros encontrarán tu
sombra
Desdibujada en la usura mezquina
Las palabras
Incapaces de ser silencio grito dibujo
Aproximado del rostro de la muerte
Nada
Nada quedó de abril siquiera el
derecho
A su añoranza.
Con mis amigos suelo brindar a la voz
de 'Por los buenos tiempos... a ver cuándo llegan'. En el fondo no deja de ser
un homenaje a Manolo cuando levantaba un vaso y decía:
'¡Por la caída del régimen. Qué
régimen, no importa'
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