Felipe H. Cava, Federico del Barrio. El artefacto perverso. Barcelona: Planeta- DeAgostini, 1996
Un velo de silencio y olvido cayó sobre los españoles cuando comenzó la tantas veces citada transición política. En aras de un cambio pacífico y no traumático de la dictadura a la democracia, se decidió hacer borrón y cuenta nueva de un pasado no tan lejano, que podía despertar algunas heridas todavía a flor de piel. Y, así las cosas, a los jóvenes se les negó la memoria de lo que fue el régimen franquista y sus antecedentes. Cuando Federico del Barrio y yo abordamos este álbum, quisimos recrear algunas de esas zonas sombrías sirviéndonos de una atmósfera especialmente opresiva, y en ocasiones irreal, para envolver a los personajes (a menudo, en historieta y en cine, la evocación de otras épocas se vale de una utilización demasiado aséptica de la documentación), de la que son elocuentes esos cables de tranvía que se ciernen sobre ellos como telas de araña. Pero, al mismo tiempo, El artefacto perverso es una suerte de homenaje a muchos de aquellos historietistas de la posguerra, a los que su filiación republicana les apartó de sus inquietudes profesionales y les condujo a encontrar un refugio laboral en este medio de comunicación popular. Nuestra literatura de kiosco y nuestros tebeos estaban copados, en buena medida, por antiguos "rojos" que, como nuestro Enrique Ponce, terminaron por hallar en los calificados como subgéneros narrativos una digna forma de subsistencia. Es cierto que el grafismo de ese personaje de ficción puede hacer pensar en Vañó (Roberto Alcázar y Pedrín), pero, por extensión, nosotros teníamos "in mente" también a Ambrós, a Blasco, y, por qué no, a escritores como Eduardo de Guzmán, González Ledesma o Marcial Lafuente Estefanía. Que nadie vea, sin embargo, en esta obra un mero trabajo de resonancias históricas y de homenaje a una de las generaciones más maltratadas, y a uno de los oficios socialmente más denostados, porque cometería el error de hacer una lectura demasiado superficial. El artefacto habla, una vez más, de la importancia vital de la memoria, tan débil siempre en nuestra historia pasada y reciente, y de la inevitabilidad en todos los que tratan de sepultarla para acabar, antes o después, topándosela de frente.
Felipe Hernández Cava
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