Josep Ramoneda
Escritor
inolvidable, Manuel Vázquez Montalbán nos dejó hace un decenio, El legado de su
obra permanece vivo en veneradas reediciones, Este es el retrato de su ausencia
por Barcelona
fotografía de Jordi Socías
1. Manolo nació el año que acabó la guerra. El barrio del Raval
de Barcelona era territorio de perdedores que trataban de sobrevivir a la
miseria y a la crueldad del nuevo régimen. Las Ramblas dividen la Barcelona
antigua: a la derecha, el Raval, popular y un punto canaille, como bien
describió Jean Genet. Ala izquierda, el Barrio Gótico, la ciudad monumental y oficial.
El Raval, ajeno a las miradas de la Barcelona de orden, fue siempre un lugar de
tránsito: su proximidad al puerto le daba un trasiego de marineros y viajeros
que alimentaba la prostitución y la fama de barrio de mala vida, como se decía
entonces, pero era también un barrio de acceso a la ciudad, destino de ingreso
de muchos inmigrantes que venían a la búsqueda de mejor suerte, antes desde el
resto de España, ahora desde el extranjero. Manolo tenía cinco años el día que
al bajar corriendo --los niños casi siempre tienen prisa-- la escalera de su casa
se cruzó con "un hombre feo y canijo con una maleta en la mano", en
su propia descripción. No le hizo caso, siguió hasta la calle, la plaza del Pedró,
a jugar con los amigos del barrio. Cuando regresó a casa, resultó que aquel
hombre era su padre.Venía de la cárcel a la que la represión le había llevado
el mismo año del nacimiento de Manolo. Y, probablemente, le quitó del lugar de
privilegio que había ocupado al lado de su madre durante su ausencia. Dicen que
la única y verdadera patria es la infancia. Nuestras biografías vienen marcadas
por hechos seminales como este. Todo podía haber sido de otra manera. Pero fue
así. Probablemente este momento tiene algo de fundacional para un escritor que siempre
llevó incorporada la sombra de este barrio y de estos momentos. Amí esta
anécdotame ha servido siempre para reconocer y hacerme entendible todo lo que
he conocido de Manolo.
2. Muchos años más tarde, una mañana de enero, fría y
luminosa a la vez, con esta luz azul claro que solo tiene París, en un larga caminata
por los Campos Elíseos, hablando de su obstinada fidelidad al comunismo, del
que ya solo quedaban las ruinas, Manolo cerró el debate con esta frase: "Déjame
que sea el que apague la luz". Me pareció irrebatible. Lo inefable no se
discute: cada cual es dueño de sus parcelas en el territorio de lo que no es
falsable. Confirmaba así que su compromiso político era también profundamente
sentimental. En el fondo, su relación con el comunismo fue un modo de sellar
la fidelidad a los orígenes de un intelectual prestigioso que surgió de las
clases más castigadas por el franquismo y que, labrado por las contradicciones como todos, siempre tuvo el pasado
en el rabillo del ojo. Más allá de la razón y la crítica había la pasión de un hombre
que vivió muy deprisa, casi tan deprisa como escribía.
3. El recuerdo del Raval siempre le pudo a Manolo. Cuando
se emprendió la gran transformación del barrio, a finales de los ochenta y
principios de los noventa, a caballo de Barcelona 92, pero más allá de los
Juegos, Manolo ejerció, a veces con indisimulada melancolía, de vigilante
crítico de un cambio en el que la mejora de las condiciones de vida amenazaba
la expulsión del barrio de la población más débil. Fiel a su tradición de
puerta de entrada de la ciudad, el barrio hoy se parece poco al que conoció
Manolo. La transformación urbanística ha ido acompañada de una transformación demográfica,
de modo que hoy probablemente sea, por la diversidad de origen y condición de
sus habitantes, el barrio más cosmopolita de Barcelona.
4. "Este mundo no es como lo esperábamos",
"Hemos venido a este mundo a sufrir", el pesimismo de la inteligencia
podía en Manolo más que el optimismo de la voluntad. El happy end no existe.
Eran estos los eslóganes que presidían la redacción de la revista Por Favor en
la España del tardofranquismo y los inicios de la Transición en los que el
humor era la escapatoria posible, no exenta de riesgos y penalidades como lo
demuestran los cierres y desventuras judiciales que sufrió. La revista nació en
un día señalado del calendario de la crueldad fascista: la tarde en la que el
Consejo de Ministros dio el enterado para la ejecución de Puig Antich. Una
coincidencia expresión de las contradicciones del momento en el que el régimen
agotaba su enseñamiento represivo al tiempo que empezaban a emerger voces y
presencias del futuro.
5. En estos tiempos nuestros en los que el mito de la
productividad es el horizonte ideológico dominante, los predicadores del dogma
alucinarían con Manolo. Media revista la hacía él, generosamente nos dejaba el
resto a los demás. Una retahíla de seudónimos suyos se expandía por las
páginas. No creo que se conozca escritor con mayor productividad literaria por
hora. Una idea y una canción: Manolo decía que los artículos los escribía sobre
el patrón de una tonadilla.
6. Y, sin embargo, había tiempo para todo. Hay que recuperar
la literatura del tedio. Recuerdo con enorme nostalgia las tardes de los fines
de semana en su casa de Cruilles. Este placer, actualmente casi prohibido, del dolce
far niente, de la conversación sin prisa ni objetivo preciso, del dejar
fluir las horas, entre palabras. Los almuerzos se prolongaban en largas tardes
de sofá, entre la modorra y algún chispazo de Manolo, abundantemente regadas, solo
interrumpidas por la invitación a la merienda, plenamente integrable en el
pecado capital de la gula, hasta llegar, sin solución de continuidad, a la
cena, evidentemente preparada por Manolo. Nos acostábamos de madrugada y a la
mañana siguiente, cuando conseguías bajar a la cocina, con toda la carga de la
resaca, Manolo ya había escrito dos artículos, ya había hecho la compra y ya había
desplegado el desayuno sobre la mesa. Siempre he sentido una sana envida por
los que duermen poco y están despiertos como si durmieran mucho.
7. Manolo tenía fama de tímido . Es verdad que ponía una
cierta coraza entre él y el mundo. Una coraza que de vez en cuando rompía con
un latigazo de su desmesurada imaginación literaria. Yo, que defendí la primera
guerra de Irak (que no la segunda), todavía siento una cierta humedad en mis
labios cuando recuerdo la flecha que nos mandó a los proaliados en un debate
televisivo: "Boquitas pintadas de sangre". Los debates ideológicos y
políticos crean fronteras y rompen complicidades. Y la apuesta de Manolo por la
figura del intelectual a la sartriana --el del compromiso político-- le
llevó más de una vez a cruzar la que para mí es la línea roja: ocultar la verdad
para no desmoralizar a los nuestros. Pero detrás de su coraza se escondía una
dimensión entrañable que permitía recuperar la empatía siempre que supieras
vencer el primer muro de resistencia. Manolo Vázquez Montalbán formaba parte de
la media docena de intelectuales europeos --comunistas irredentos, podría decirse--
que acudían a la llamada de cualquier signo de emergencia de algún movimiento
radical que, en algún lugar del mundo, apareciera como portador de una nueva
esperanza. La causa zapatista, el pacifismo antiamericano y los movimientos
antiglobalización habían sido sus últimas apuestas. En cualquier caso, en
tiempos de auto complacencia neo capitalista, la tenacidad de Manolo ha servido
para que las noticias del caos y de la injusticia en el mundo tiñeran de negra
realidad cualquier retrato en rosa de un mundo sometido a la pax americana.
Pero más allá de la suerte de estas causas, el tiempo le ha dado la razón en
muchas cosas: desde los años ochenta es la revolución conservadora, destinada a
destruir los equilibrios labrados en los cincuenta y los sesenta, la que está
arrasando a unas sociedades a las que ha impuesto la cultura de la
indiferencia, y la que está devorando a la democracia con un crecimiento de las
desigualdades sin parangón, que destruyen el tejido social y político. Hoy no
le faltarían a Manolo causas que apoyar, en un momento en el que los
movimientos sociales están dando réplica a la política institucional,
construyendo nuevas formas de politización.
8. Unas gotas de surrealismo. El día de la muerte de Franco
nos dio por jugar al pimpón. Supongo que era una forma contenida de expresar
una alegría que no amagaba una derrota: Franco murió en la cama. La redacción
del Por Favor estaba cerca de mi casa. Fuimos a ella para ver la declaración
de Arias Navarro. Yo tenía una mesa de pimpón en la terraza y entre lágrima y
lágrima del presidente del Gobierno le dábamos a la pala. Extraño desahogo de
un día en el que todo era raro: nos sentíamos liberados, pero el régimen estaba
ahí. Con todo, la más surrealista de las experiencias que viví con Manolo fue
en TVE. Nos invitaron al programa de Carmen Maura, la chica que valía mucho. La
grabación era a las seis de la tarde, pero nos citaron a la hora de la comida.
Comimos juntos Bibi Andersen, Alaska la de los Pegamoides, Manolo Vázquez y un
servidor. "Ya has descubierto el secreto de Bibi Andersen", me decía Manolo
en voz baja. Por aquellos tiempos imperaba la idea de que la comida y la bebida
llevaban a los invitados más relajados al estudio y mejor preparados para la
grabación.
9. La publicación de 'Crónica sentimental de España' en Triunfo
marca un momento crucial en la renovación del periodismo español. Los jóvenes
que empezábamos entonces, en unas redacciones franquistas que se iban poblando
paulatinamente de rojos, queríamos escribir como Manolo. La literatura como vía
para ejercer la crítica prohibida. A través del repertorio musical y
cinematográfico de la incipiente cultura de masas, Manolo devolvió la dignidad
simbólica a amplios sectores de las clases populares y llevó a cabo un proceso
de codificación de la cultura popular que la hacía visible para amplios
sectores de la sociedad y la incorporaba al arsenal cultural de la resistencia
antifranquista. "Afortunadamente, las señoras tienen espalda",
escribía en una Capilla Sixtina de Triunfo, a propósito del film de
Jaime Camino Mi profesora particular. Y concluía: "¿La esperanza?
La espalda de Analía Gadé recordándonos la proclamación de Hólderlin: los
dioses se han marchado, nos queda el pan y el vino".
10. "No quiero que me den la mano / empapada con nuestra sangre".
Estos dos versos de Pablo Neruda, del Canto general, "parecen dar
la clave de la rápida muerte" del poeta, después del golpe de Estado de
Pinochet, escribía Manolo en Triunfo. Me he acercado estos días de
aniversario de aquella felonía a sus artículos en torno a la caída de la Unidad
Popular Chilena que para una generación fue el fin de la última ilusión que quedaba
o, si se prefiere, la pérdida de la inocencia. "Cuando la paciencia de la
víctima no tiene límite, la paciencia del verdugo se acaba", escribía
Manolo. "Allende era irritante. Nacido para ser Frei, había querido ser
Allende. Masón de convicción, presidía los actos religiosos. Socialista
obsesivo y ultimista, creía en el respeto a la norma democrática, incluso como
instrumento de construcción del socialismo. Así se explica la urgencia, la furia,
la rabia de las balas. Mataban la excepción. Confirmaban la regla".
11. Pocos días antes de su muerte en los pasillos del
aeropuerto de Bangkok, un lugar propio de un espía más que de un escritor,
cerca de los mares del Sur que le fascinaban, Manolo escribió en su columna de
EL PAÍS con el título Vacíos: "No hemos valorado suficientemente la
sensación de vacío que nos espera cuando del friso político desaparezcan Pujol,
Aznar y, probablemente, Arzalluz" , cerrando un ciclo del que la primera
señal había sido la salida de Felipe González. "Esta no es España, que me la
han cambiado". Si ahora regresara, constataría cómo han sido premonitorias
aquellas palabras suyas. Efectivamente, el régimen de la Transición y el orden
de la España autonómica que estos ciudadanos representaban han quedado
irreconocibles sin ellos. Volvemos a estar en tiempo de mudanza, que eran los
que gustaban a Manolo.
12. Pero la singularidad de
Manuel Vázquez Montalbán es que cualquier batalla política, aun la que
pareciera más absurda o disparatada, era inseparable de sus pathos de escritor
insaciable. Escribir era , en el fondo, su manera de estar en el mundo. Y, en este
sentido, probablemente nada explica mejor la complejidad política, psicológica
y literaria de Manolo que la relación con dos mitos --en el sentido de que sus
narrativas pesaron sobre casi todos los periodos de su vida--, Fidel Castro y
Franco, la cara y la cruz. A ambos dedicó miles de páginas. Se metió dentro de
Franco para escribir la autobiografía en una especie de viaje a lo siniestro.
Yse embebió de Fidel Castro, que le generó siempre tanta admiración como
incomodidad. Manolo sabía perfectamente qué es y qué no es una dictadura. Pero
desde algún rincón de su conciencia seguían llegando órdenes que le venían de
aquella su lejana patria, la infancia en el barrio del Raval, y marcaban sus
palabras, sus fidelidades sus silencios. E incluso sus excesos.
0 comentaris:
Publica un comentari a l'entrada