14 d’abril del 2013

El asesinato de los marqueses de Urbina

[El País / Babelia, 13 de abril de 2013]


Jesús Duva

El asesinato de los marqueses de Urbina
Mariano Sánchez Soler
Roca, Barcelona, 2013
188 páginas, 14,90 euros (electrónico: 6,99)

Hay heridas que jamás acaban de curar. Como hay crímenes que nunca se acaban de cerrar. Uno de ellos es el asesinato de los marqueses de Urquijo --María Lourdes Urquijo Morenés y Manuel de la Sierra-- ocurrido el 1 de agosto de 1980 en su lujoso chalé de Somosaguas (Madrid). La investigación del caso empezó mal y concluyó mal. En realidad, las pesquisas no empezaron a cuajar hasta abril de 1981, en que un policía solitario, el inspector José Romero Tamaral, encontró en la finca de la familia Escobedo casi trescientos casquillos, entre ellos uno idéntico al disparado por la pistola que mató a los marqueses. A partir de ese hilo, el inspector Romero detuvo al joven Rafael Escobedo, casado con la hija de los aristócratas. Este fue condenado en 1983 a 53 años de cárcel como autor del doble homicidio "solo o en compañía de otros", según establecía la sentencia. El caso ha llenado miles de páginas de periódicos y ha originado ya varios libros. Dos de los últimos, recién publicados, son ¿Por qué me pasó a mi? (Espasa), escrito por Myriam de la Sierra Urquijo, y El asesinato de los marqueses de Urbina (Roca), de Mariano Sánchez Soler. Sánchez Soler ha cambiado los nombres de los personajes para fabular con libertad sobre una vieja teoría: que detrás del doble crimen había una mano negra ligada a la gran banca. Se inventa a un tal Fierro, un especialista en trabajos sucios, como urdidor del asesinato perfecto y encargado de fabricar a un culpable. La hipótesis es harto arriesgada e indemostrable. Es verdad que hubo episodios increíbles como la desaparición de 269 casquillos guardados en el juzgado. O la absurda pérdida de la pistola homicida, que había sido depositada en 1983 en el Ayuntamiento de Pelayos de la Presa (Madrid) tras ser hallada por unos niños en un pantano al que supuestamente fue arrojada por Javier Anastasio, amigo de Escobedo. O el hecho de que aún hoy no se sepa a quién pertenecía la huella dactilar parcial localizada en una puerta del chalé. La novela de Sánchez Soler se lee bien y mantiene la intriga del género negro, pese a que los personajes de la trama hubieran requerido un mayor ahondamiento vital y psicológico. Tal vez el autor ha preferido orillar a los seres reales, de carne y hueso, para centrarse más en su criatura: el siniestro Fierro.

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