Qué para ser un súper ventas no basta con
escribir una buena novela, ya lo sabía. Por suerte para mí, mis editores
también.
Tras estos meses de aventura literaria,
recuento los pasos dados, y el resultado es que voy sobrado de emociones. En lo
económico, es una puñetera ruina, esto de escribir. Pero eso también lo sabía.
Y, si os digo la verdad, ya comía patatas hervidas y arroz, a menudo, antes de
meterme a escritor. Porqué hoy por hoy, todo es una ruina.
Recuerdo el día que me senté a escribir Narcolepsia.
Tenía un relato de siete páginas, potente, dialécticamente violento y con un
desenlace brutal. Soy un escritor optimista, así que pensé que,
puliéndolo un poco, podría optar a un certamen literario de relato corto.
También se me ocurrió que podría convertirlo en un guión para un cortometraje,
o quizás para un cómic (el hambre agudiza el ingenio). En aquel relato los
personajes tenían mucha fuerza, y aunque la escena no tenga nada que ver con lo
que acabó siendo Narcolepsia, en ella ya aparecía John Claudio. Haber
sabido captar ese aire se lo debo a mi parcero, con quien mantuve
charlas excepcionales y aprendí muchas cosas, no solo acerca del funcionamiento
de las bases cocaleras, sino de una cultura, de un pueblo y de un país. Aprendí
que un buen sicario lleva dos pistolas, una para entrar y otra para salir. Y
que la lección puede aplicarse a cualquier campo vital.
Luego llegaron presentaciones, firmas, reseñas,
entrevistas, un festival y la final de un premio, con ello, una avalancha de
experiencias. El balance es muy positivo, pero de toda la andanza, me quedo con
las sensaciones de haber estado, junto a una decena de egos, sentado a una mesa
en la que Raúl Argemí hablaba y el resto escuchaba atento, como se escucha a un
maestro. Me quedo con las cañas con José Ibarz y su chica. Con la mirada
crítica de Sergio Vera, ahora, cuando nos escribimos nos llamamos hermano. Me
queda la ascensión a un cerro, durante el reposo de una comida, acompañado de
Víctor Del Árbol, la conversación me sentó como un orujo de hierbas. Me quedan
los mano a mano con Luís Gutiérrez Maluenda (él ya me entiende). El despiste
crónico de Gómez Escribano. Los juguetes rotos de Toni Hill. Y haber estado
cerca de Fallarás cuando le dieron el Hammet. Me quedo con la atención con la
que Andreu Martín se interesaba por mis futuros proyectos. Con el oído de Anibal
Malvar. La serenidad de Carlos Zanón. Y el abrazo de Paco Camarasa y de Montse
Clavé. Me quedo con estar en la agenda de Jordi Canal y en la lista de Cristina
Macía. Con una foto con el jefe, Taibo, hecha por Laura Muñoz. Y Con el
consuelo mutuo y toda la complicidad de Claudio Cerdán (tenemos grandes
planes). Siempre me quedarán los consejos de José Luís Espina y de Myriam
Soteras. El portal de Isabel De Bellart y, que las dos mejores críticas que he
recibido hablaban catalán. Gràcies Sebastià Benassar. Gràcies Anna Maria
Villalonga. Me quedo con cientos de correos, likes yretwitts. Y sobre
todo, me quedo con ganas de volverlo a vivir. Gracias a tod@s.
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