[El Periódico de Villena, 17 de junio de 2011]
Abandonad toda esperanza, salmo 277º
Entre los morbosos aficionados a la crónica negra, aquellos que antes leían El Caso y ahora siguen las tertulias de Susanna Griso y Ana Rosa Quintana, se suele aceptar como verdad universal que los hombres matan más pero las mujeres matan mejor. No sé si es cierto, pero sí es verdad que las escritoras han venido jugando un papel muy relevante en el género policíaco desde que Agatha Christie, con perdón de Poe, sentó sus bases: Dorothy Sayers, Patricia Highsmith, Sara Paretsky, P. D. James, Ruth Rendell, Anne Perry, Donna Leon o la alfabética Sue Grafton son una garantía de cara a un público que, no nos engañemos, está constituido en su mayoría, genéricamente hablando, por féminas.
En nuestro país, como casi siempre y en casi todo a rebufo del resto, la lista parecía reducirse a Alicia Giménez Bartlett, la creadora de Petra Delicado. Pero de un tiempo a esta parte han empezado a surgir otros nombres, y uno parece destacar por encima de los demás: Cristina Fallarás. Recuerdo que cuando tuve la oportunidad de conocerla hace unos años, por aquel entonces llevaba publicado bastante menos que ahora, y un servidor no tenía claro si aquella pelirroja extrovertida y apabullante, como solo pueden serlo las pelirrojas -sobre todo las del cine negro en blanco e ídem-, era escritora, periodista o groupie literaria. Luego descubrí su faceta creadora, y me sorprendió que alguien tan accesible y tan poco pagada de sí misma desempeñase una labor tan proclive al endiosamiento. Más tarde caí en que es uno de esos casos en los que, conociendo primero al escritor y luego a la persona, llegamos a afirmar "¡Qué campechano es!" como si fuese el Rey de España; es solo que con Cristina yo había tomado el camino diametralmente opuesto. Pues bien: ahora, con una novela que huele a inicio de serie por los cuatro costados, Fallarás no se anda con remilgos ni rodeos, y con Las niñas perdidas realiza el retrato de una Barcelona canalla y lumpen por donde una detective embarazada, al más puro estilo de la sheriff de Fargo pero sin el humor marciano de los Coen, es contratada para descubrir a los culpables del secuestro y asesinato, con tortura y otras vejaciones incluidas, de dos pequeñas hermanas. Olvídense de prejuicios ante escritoras con personajes femeninos y disquisiciones sobre géneros masculino, femenino o neutro: esta novela, soberbiamente ejecutada y de resolución demoledora, solo tiene un género, y es el negro.
Y si hablamos de eso que se ha venido a llamar "las nuevas Damas del Crimen", Karin Fossum juega un papel primordial: mucho antes de que la novela negra escandinava se pusiera de moda hasta extremos agobiantes, esta noruega ya apostaba por los relatos policíacos para retratar la sociedad que nos rodea; esto es precisamente lo que vuelve a hacer en Presagios, demostrando mediante una trama absorbente que no es necesaria la intriga per se -el lector conoce la identidad del criminal desde el principio- para atrapar al lector y no soltarlo hasta la última página, y construyendo una radiografía de la población de un pequeño pueblo que arranca con una escena en la que, si usted es padre y no se le ponen los pelos como escarpias, es que tiene sangre de horchata. Eso sí: si mañana mismo se crea un galardón internacional para escritoras de género policíaco, le recomiendo a Fossum que no se presente... Después de ganar el L'H Confidencial con Las niñas perdidas y el Ciudad de Barbastro con Estado de sitio, la Fallarás parece haberse propuesto no hacer honor a su fatídico apellido y llevarse todos los premios de calle.
Las niñas perdidas y Presagios están editados por Rocaeditorial y Mondadori respectivamente.
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