Lilian Neuman
Que una madre despojada deje salir su hipnótico discurso en la sala de espera de ginecología del hospital de Sant Pau es una imagen formidable para este libro tan intenso, tan impiadoso: en 2004 la cúpula de esa sala se vino abajo y, al caer, se hundió el suelo. La vieja foto de prensa muestra ese impresionante socavón, con las sillas vacías, como estupefactas, alrededor de los escombros, en donde esperaban mujeres que resultaron heridas. Como heridas y estupefactas están estas otras mujeres que han dado a luz a niñas, o llevan una en su vientre.Oherida está la hija que contempla a suvieja y vencida madre que duerme en una butaca fea y con el cigarrillo consumido entre sus amarillentos dedos (el detalle, todo el libro tiene detalles como este: en los dedos de esa madre están todos los viejos mitos por los que se le consumió la vida).
Demasiado dolor –y horror; pero este horror existe– para dos personas –Victoria y su compañero Jesús, quien alguna vez quiso ser periodista deportivo y ahora, ante lo visión de una película de esas distribuida entre degenerados, tal vez se lo replantee– que tiran de sus vidas en un despacho del Raval. Victoria se mueve por esta ciudad intentando dar con algo que, como sea, le dará un golpe brutal. Dos hermanas de tres y cuatro años fueron raptadas. Se sabe del destino de una de las dos, y tal vez sea posible salvar a laotra. Victoria se enfrenta a los abuelos de esas niñas –un abuelo ginecólogo (curioso, ¿no?)–, a una madre de acogida imperdonable (fundamentalista medioambiental a la que, en verdad, sólo debería permitírsele acoge focas o alguna otra especie en peligro; mientras la verdadera especie en peligro le importa nada). Todo se pone en entredicho: ¿por qué existe la maternidad? ¿De qué sustancia está hecha? Si se mira y se camina por la realidad por la que camina la preñada e indignada Victoria, si se abren los ojos y se mira fijo adonde no queremos mirar, nunca y de ninguna manera, se escribe un libro así: indescriptible. Cargado de numerosos momentos y detalles: la ciudad, su tormento, esos tipos que viven de la mierda y sonríen, o la hiriente sonrisa de ese policía que sabe demasiado, o el matón ocasional preocupado por su sobrina, o los dos Alka-Seltzer agitados dentro de una botella de agua que la investigadora se pone entre pecho y espalda. Todo eso que de a poco nos hunde, nos deja sin suelo, nos deja solos.
Cristina Fallarás
Las niñas perdidas
ROCA EDITORIAL
194 PÁGINAS
15 EUROS
PREMIO L. H. CONFIDENCIAL 2011
Las niñas perdidas
ROCA EDITORIAL
194 PÁGINAS
15 EUROS
PREMIO L. H. CONFIDENCIAL 2011
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