Laura Fernández
Ella nunca será una dama del crimen, "porque es una etiqueta rancia que no le pega nada", dice él. Y él nunca dejará de alimentar a la bestia que lleva dentro, "porque no puede evitarlo", dice ella. Ella es Cristina Fallarás, y él es Juan Ramón Biedma, dos buenos amigos, y autores 'negros', que se entienden tan bien que no sólo comparten copas de vino y mejillones en la mítica librería Negra y Criminal, sino un espíritu "diferente", que les lleva a crear y después colorear, en rojo sangre, detectives "rabiosos, extraños", en palabras de Fallarás. "En nuestras historias, el manso tiende a ser el malo", añade. Y no miente.
Victoria González, la protagonista de 'Las niñas perdidas' (Roca Editorial), flamante Premio L'H Confidencial, es una bomba de relojería con aspecto de detective embarazadísima y mirada de chica de barrio que no teme a los malos porque se sabe, en parte, tan mala como ellos. Se extirpa la violencia cometiendo asesinatos, sí, mata, pero mata mascotas, porque si no lo hiciera, explotaría.
Ha montado un despacho (con altillo y cama para conquistas) en El Raval (ex barrio chino) de Barcelona y parece que odia a todo el mundo y a veces lo hace. Ahora se ha metido en un caso de niñas desaparecidas que fueron hijas de una madre con pasta que se dio a la mala vida y se permitió el lujo de huir enloqueciendo, o fingiendo que lo hacía. Una de ellas ya ha aparecido muerta (y violada, y torturada, y troceada) y la otra sigue sin aparecer.
"Cristina no se limita a estudiar el esquema de la novela negra para tratar de desmontarlo después, sino que aprovecha todos sus tópicos para construir una gran historia, en la que los que mandan son los personajes", dice Biedma. "Y lo hace hablándonos de cosas que no encontramos en la narrativa contemporánea, como es la diferencia entre los barrios pobres y los barrios obreros; de la maternidad y sus contradicciones, y del mundo de los pederastas, de la pederastia como un negocio en el que a veces se ven involucradas personas que sólo piensan en sobrevivir, a cualquier precio", añade el escritor, que resulta de lo más gráfico cuando asegura: "Esta novela es lo más parecido a arrancar un trozo de cuero cabelludo de la realidad y dárselo al lector para que le eche un vistazo".
Sobre Biedma, Fallarás asegura que siente su narrativa, en parte, como propia. Habla de la bestia que los dos alimentan y que acaba dotando de vida (y odio) a sus personajes principales y admite que en un primer momento, aunque siempre ha sido fan del escritor sevillano, tuvo miedo de que su última novela no le gustara "porque no me gustan los zombis".
'Antiresurrección' (Dolmen) es una novela negra ambientada en una Sevilla infestada de zombis. "Hay un policía que también es militar porque en esa situación de epidemia todos los policías lo son y este encima lleva una bala en la cabeza pero no sabe por qué, y también hay una detective, que en vez de una bala, lleva siempre encima una 'papela' de heroína", explica. "Y hay funcionarios que se comen entre ellos y un barrio que se llama Sudario, y por en medio, un asesino en serie que está acabando con miembros de la Iglesia", dice. "El anticlericalismo de Biedma es siempre tan radical que me fascina", añade. Y también hay una historia de amor, dice Fallarás, "de amantes que a la vez son monstruos".
Dicho esto, uno y otro se miran y se preguntan para cuándo una novela a cuatro manos, "porque estamos destinados a entendernos, ¿no?", pregunta Biedma. Fallarás sonríe y dice: "¿Te imaginas?". Detectives embarazadas y zombis sevillanos, añade. Y luego, en serio, aseguran compartir el interés por la pederastia. "Biedma tiende a ponerse del lado del desfavorecido, coloca a su protagonista monstruo justo ahí, y luego hace que todo se le vuelva en contra al auténtico malo, como hago yo", dice Fallarás. Si la oferta es buena, prometen pensarse lo de escribir a medias. Mientras tanto, seguirán en sus mundos paralelos.
0 comentaris:
Publica un comentari a l'entrada