Negra, negrísima y amarga y casi sangrante es Las niñas perdidas (Roca), novela que le ha valido a esta periodista todoterreno el Premio L'H Confidencial 2011. Es lo que tiene exorcizar ciertos miedos, levantar ciertas alfombras, poner el dedo en esa llaga ante la que muchos, casi todos, pasarían de largo
texto: Milo J. Krmpotic
foto: Marta Calvo
Colocando a dos niñas tan pequeñas como víctimas de un crimen tan atroz, ¿buscabas un aire de cuento de hadas perverso o es que así de alto (o bajo) se halla nuestro listón del horror a día de hoy?
Antes, una madre tenía miedo de que a su hijo lo atropellara un coche, o al menos eso se creía. Pero ahí estaba el lobo feroz para comerse a Caperucita, mientras a Hansel y Gretel los abandonaban sus padres a la puerta de la bruja antropófaga. No sé dónde ha puesto CSI el listón de nuestro horror, pero es un lugar muy oscuro, sí. Éstos que cuento son mis miedos, tejidos de cuentos perversos y lecturas de Dennis Lehane. Miedos de madre, claro. Conozco demasiadas caperucitas, creo.
¿Te das cuenta de que, si esta novela se lleva al cine, su director podría enfrentarse a una denuncia por pornografía infantil?
En el caso de que filmara la violación y tortura de las niñas, es posible, y también es imbécil. En cualquier caso, yo no describo esas escenas. A ti te parece atroz sin necesidad de que yo te las describa. Digo "uñas" y digo "dientes", y con eso vale. El hueco que dejan, la ausencia de sus cuerpos es lo suficientemente atroz para poner en marcha lo que guarda tu cabeza. Porque tu cabeza lo guarda. En realidad todo trata de eso, de los horrores que nuestra cabeza ignoramos que guarda. Las denuncias también tratan de eso.
Junto a un caso tan extremo como el de las niñas del título, también aparece en el libro alguna Lolita de barriada que vende su sexo ingenuo por dosis de droga. ¿Cómo entiendes una adicción por la carne joven que, tal y como vemos con cada nueva redada policial, atraviesa de arriba abajo la pirámide social? ¿Internet tiene la culpa?
El gusto, que no adicción, por la carne joven es normal. Lo raro es el gusto por la carne vieja. Las narraciones eróticas y porno, incluso gráficas, en internados de niñas o niños han sido siempre muy del gusto de los erotómanos. En Internet se da un paso más, y para mi ése es el paso: la identificación, el grupo. Cuando enuncias lo prohibido y lo compartes pasa del tabú a una especie de reivindicación. Asqueroso, pero así es. Responde al mecanismo de las sectas: no estás solo, no eres raro, no eres un monstruo.
Como dictan los cánones de la novela negra, la detective Victoria González tiene un pasado turbio y su relación más positiva y duradera ha sido con la botella de alcohol. En su presente, no obstante, hay un elemento que le ofrece esperanza: su embarazo. ¿Cómo llega ese comodín a una baraja tan cruenta y desencantada?
En el centro de mi novela hay dos mujeres. Una es la detective embarazada. La otra es una madre que bebe, se droga y pierde por ello la custodia de sus hijas. En ninguna de ellas hay esperanza, ni como hijas ni como madres, y sin embargo ambas se empeñan en sobrevivir a costa de lo que sea. Ahí están los dos temas que me preocupaban cuando escribía y todavía me preocupan: el uso de niños para consumo sexual adulto y los mecanismos por los que la justicia le quita sus hijas a una madre. Más concretamente, el hecho de que nos neguemos a situar en el centro de la pornografía infantil a sus víctimas y nos informen sólo sobre los delincuentes. Creo que tememos mirar a la cara el dolor de los niños, porque es nuestra responsabilidad. Y también me preocupa cómo la acción sobre la desatención de los hijos tiene que ver con el nivel económico de los padres.
El crimen a la vista de todos
Ese gesto desencantado se forma por acumulación: Victoria fue periodista antes que detective. Como profesional del oficio primero, ¿consideras que invita también a abandonar toda esperanza sobre la naturaleza humana?
No se lo que es la esperanza en la naturaleza humana. Se lo que es la belleza y aspiro de forma vaga al equilibrio que la belleza lleva consigo, y que una vez creí vislumbrar. En cuanto al periodismo, participa de ese pacto de consumo y ficción en el que se sostiene la sociedad en la que vivimos. Hasta ahora nos ha servido relativamente bien, pero observo que empieza a sufrir ciertos deterioros fatales. Un pacto como el que te digo está basado en la confianza cómoda: tú construyes un engaño que te beneficia y yo disimulo porque me beneficio también. Creo que ha habido ahí un abuso y que todos salimos perdiendo.
¿Y cuando vislumbraste ese bello equilibrio?
Cuando me separé de mi primera pareja, me desahuciaron del piso, estaba montando un periódico de barrio ruinoso, no tenía nada, una pequeña maleta y la cama que me prestaron unos amigos en su casa. La noche de San Juan no quise salir. Abrí la ventana del salón y me tumbé en el suelo. Olía a pólvora, entraba el ruido de los petardos y la hoguera de la calle. Consciente de mi desposesión radical, empecé a acordarme de ciertos poemas (tengo memoria de elefante) y supe que la belleza no existe, que es un estado de ánimo. Exactamente ése.
Victoria es una antiheroína con todas las letras. Al punto que su forma de lidiar con las frustraciones, matando animales, podría hacer que una futura adaptación al cine de esta novela sufriera denuncias de las protectoras...
Tu lo que quieres es que a mí me denuncien. O que me lleven al cine. Lo veo claro. Está bien. Cualquiera de las dos opciones me parece rentable.
¿Cómo ves el aquí y ahora de Barcelona en su relación con el vicio y el crimen? Tu novela escarba bajo las alfombras de la ciudad.
Me encanta el enunciado "el vicio y el crimen". España es el mayor consumidor de drogas en general y de cocaína en particular de la Unión Europea, y debe ser el segundo o tercero del mundo. Eso no se construye en diez años. Las alfombras que tú dices que levanto son de cristal, transparentes. O sea, que quien no ve debajo es porque no mira. Barcelona es un buen puerto para eso, pero nos olvidamos de que el punto más bestial y destructivo está en el consumo de alcohol, justo en el que se basan todas nuestras relaciones sociales. Ahí no hay alfombras que valgan. Legal y omnipresente.
Tu último proyecto, Sigueleyendo.es, te lleva a trabajar hoy día en el Raval. ¿Tienes una relación amor-odio con ese barrio?
Mi relación con el Raval de Barcelona, o sea, con el Chino, es sólo de amor. De mucho amor. Yo soy pobre. Eso es algo de lo que no quiero olvidarme, y el Raval me lo recuerda a diario. Algunos barrios y algunos puestos de trabajo provocan el espejismo del que huyo, del que creo que hay que huir:el espejismo de que tenemos algo, de que somos blancos ricos. En el Raval campa la libertad de la chancleta. Sólo en la libertad de la chancleta se puede crear sin remilgos y sin concesiones. Es mi barrio.
No se lo que es la esperanza en la naturaleza humana. Se lo que es la belleza y aspiro de forma vaga al equilibrio que la belleza lleva consigo, y que una vez creí vislumbrar. En cuanto al periodismo, participa de ese pacto de consumo y ficción en el que se sostiene la sociedad en la que vivimos. Hasta ahora nos ha servido relativamente bien, pero observo que empieza a sufrir ciertos deterioros fatales. Un pacto como el que te digo está basado en la confianza cómoda: tú construyes un engaño que te beneficia y yo disimulo porque me beneficio también. Creo que ha habido ahí un abuso y que todos salimos perdiendo.
¿Y cuando vislumbraste ese bello equilibrio?
Cuando me separé de mi primera pareja, me desahuciaron del piso, estaba montando un periódico de barrio ruinoso, no tenía nada, una pequeña maleta y la cama que me prestaron unos amigos en su casa. La noche de San Juan no quise salir. Abrí la ventana del salón y me tumbé en el suelo. Olía a pólvora, entraba el ruido de los petardos y la hoguera de la calle. Consciente de mi desposesión radical, empecé a acordarme de ciertos poemas (tengo memoria de elefante) y supe que la belleza no existe, que es un estado de ánimo. Exactamente ése.
Victoria es una antiheroína con todas las letras. Al punto que su forma de lidiar con las frustraciones, matando animales, podría hacer que una futura adaptación al cine de esta novela sufriera denuncias de las protectoras...
Tu lo que quieres es que a mí me denuncien. O que me lleven al cine. Lo veo claro. Está bien. Cualquiera de las dos opciones me parece rentable.
¿Cómo ves el aquí y ahora de Barcelona en su relación con el vicio y el crimen? Tu novela escarba bajo las alfombras de la ciudad.
Me encanta el enunciado "el vicio y el crimen". España es el mayor consumidor de drogas en general y de cocaína en particular de la Unión Europea, y debe ser el segundo o tercero del mundo. Eso no se construye en diez años. Las alfombras que tú dices que levanto son de cristal, transparentes. O sea, que quien no ve debajo es porque no mira. Barcelona es un buen puerto para eso, pero nos olvidamos de que el punto más bestial y destructivo está en el consumo de alcohol, justo en el que se basan todas nuestras relaciones sociales. Ahí no hay alfombras que valgan. Legal y omnipresente.
Tu último proyecto, Sigueleyendo.es, te lleva a trabajar hoy día en el Raval. ¿Tienes una relación amor-odio con ese barrio?
Mi relación con el Raval de Barcelona, o sea, con el Chino, es sólo de amor. De mucho amor. Yo soy pobre. Eso es algo de lo que no quiero olvidarme, y el Raval me lo recuerda a diario. Algunos barrios y algunos puestos de trabajo provocan el espejismo del que huyo, del que creo que hay que huir:el espejismo de que tenemos algo, de que somos blancos ricos. En el Raval campa la libertad de la chancleta. Sólo en la libertad de la chancleta se puede crear sin remilgos y sin concesiones. Es mi barrio.
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