[La Balacera, 7 de abril de 2008]
Ricardo Bosque
RETRATO DE FAMILIA CON MUERTA
Raúl Argemí
ROCA EDITORIAL
II Premio L'H Confidencial
Raúl Argemí lo ha hecho de nuevo. Y no refiero a lo evidente, la consecución de otro premio que añadir a sus justamente abarrotadas vitrinas, sino a sorprenderme y emocionarme con una narración tan original como este Retrato de familia con muerta.
Los muertos siempre pierden los zapatos, Penúltimo nombre de guerra, Patagonia Chu Chu, Siempre la misma música, El Gordo, el Francés y el Ratón Pérez... Novelas imprescindibles para cualquier aficionado al género criminal que siempre sobrecogen por su crudeza y, en ocasiones, incluso pueden llegar a arrancar una sonrisa en el lector ante situaciones inteligentemente cómicas dentro de la dureza de lo que se narra.
En el caso de su última novela, galardonada con el II Premio L'H Confidencial, no hay lugar para la diversión, pues la tragedia llena todas y cada una de sus páginas. Y cuando digo la tragedia, lo hago en el sentido más estricto de la palabra.
Juan Manuel es un juez en activo que ha pasado del idealismo de sus años jóvenes al realismo al que le ha llevado el tiempo dedicado a su quehacer profesional. Habituado por tanto a que no siempre -en realidad casi nunca- triunfe la Justicia, hay un caso del que no puede olvidarse después de que se cerrase sin resolver cuatro años atrás: una mujer muerta, a todas luces víctima de un asesinato aunque resulte imposible colgarle el muerto a nadie. Y es que el crimen se ha cometido en un country, una de esas urbanizaciones cerradas, aisladas del mundo y protegidas por vigiladores privados que sólo ve lo que les dicen que deben ver. Urbanizaciones habitadas por individuos acostumbrados a hacer su santa voluntad, por la sencilla razón de que tienen el dinero necesario para comprar la de policías, fiscales, forenses...
La obsesión por el caso hace que Juan Manuel se salte todas las normas judiciales con la única finalidad de encontrar respuestas, aunque estas no sirvan para llevar a nadie ante los tribunales. A su lado, el Ritter, compañero de infancia que ha seguido una carrera muy diferente de la suya y que le ha permitido ver de cerca la verdadera cara de esos inocentes a los que nunca se podrá culpar de delito alguno. Aunque los cometan a plena luz del día, con la arrogancia de quien se sabe a salvo en toda situación. Y en medio, presidiendo el drama a su pesar, la muerta. Incómoda para los suyos, recibirá la muerte vergonzante de manos de quienes la rodean, una muerte colectiva en la que cualquiera puede ser la mano ejecutora aunque todos sean las cabezas pensantes.
Los puntos de vista del juez, del Ritter y de varios de los acusados y testigos a través de lo que en su momento declararon nos proporcionarán la visión conjunta que necesitamos para completar una imagen trágica. Las Euménides, ese coro de griegas vengativas que Argemí utiliza como un recurso ciertamente original, arriesgado pero eficaz, subrayarán la fuerza dramática de la novela. ¿Se podría haber contado la historia de otro modo? Evidentemente, pero nadie como Raúl Argemí para hacerlo así y con esta maestría.
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