[El Mundo, 5 de abril de 2008]
Héctor Marín
Raúl Argemí (La Plata, Argentina, 1946) retrata en su nueva novela las mezquindades de los claustrofóbicos countrys bonaerenses, herméticas urbanizaciones habitadas por nuevos ricos bajo estrechas medidas de seguridad. "Para que el mal no entre". Pero los malos se alojan tras las vallas del barrio privado, dentro de esta suerte de cárcel de cinco estrellas.
El clima opresivo que se respira en esas uniformes urbanizaciones residenciales planea sobre Retrato de familia con muerta (Roca), flamante premio L'H Confidencial 2008, galardón internacional de novela negra del Ayuntamiento de L'Hospitalet de Llobregat y la editorial Roca. Argemí recogerá su condecoración esta tarde en la biblioteca La Bòbila de esta ciudad.
La ficción se inspira en un caso real que conmocionó a la sociedad argentina a finales de 2002: una mujer de la alta sociedad bonaerense fue asesinada en el interior de su blindado domicilio.
El crimen, tan brutal como misterioso, es sólo la punta de lanza de una cadena de acciones y reacciones que dibujan una sociedad abiertamente corrupta en que las diferencias sociales entre los adinerados y sus sirvientes resultan cada vez mayores: "Es pura ficción porque los aspectos más oscuros sobre este caso no se han revelado aún por los muchos intereses en juego", indicó ayer el autor de El gordo, el francés y el ratón Pérez, novela que en 1997 le sirvió para perder su trabajo de periodista; el perfil real y duro que ofrecía sobre la sociedad de Río Negro molestó a algunos hombres poderosos.
El presunto culpable del asesinato fue absuelto por la Justicia argentina. Por este motivo, en la novela no aparecen nombres reales. El cuerpo sin vida de la mujer fue maltratado y vejado hasta el paroxismo: "Me parecío algo parecido a lo que pasaba en los campos de concentraci´´on nazis", indicó con vehemencia Argemí, que pasó diez años encarcelado en las celdas de la dictadura militar de Videla.
A pesar de que una llamada desde el country alertó a la Policía del suceso, la patrulla nunca llegó a entrar en el fortificado recinto. Alguien les invitó a marcharse de las puertas de la urbanización porque "todo está bien, sólo se trata de un problema familiar que no incumbe a nadie más".
Es el cadáver el eje vertebral de la novela, trufada de numerosos acontecimientos, pasajes y cuestiones asombrosas. "Empecé a escribir porque me hice estas preguntas: ¿quién era esa mujer?, ¿por qué generó tanto odio en los otros?", señaló el autor de Penúltimo nombre de guerra (2004).
La narración, siempre en primera persona, corre a cargo del juez porteño Juan Manuel Galván, quien se remueve inquieto por despejar una sucesión de incógnitas, parte de un intrincado rompecabezas que poco a poco va minando la poca dignidad moral que encuentra a su paso. "Además de los profesionales del crimen, están los inocentes, que son los que más tienen que perder", dice Argemí.
Para algunos autores, la novela negra es un juego. Según Argemí, es un espacio de "juego adulto muy serio" porque le permite adentrarse en la piel del asesino más sangriento "sin pagar coste alguno" y, además mirarse en "un espejo negro". "La Policía española es muy diferente a la argentina", concedió Argemí. "Aún sabemos poco de Marbella, donde la delincuencia menor tiene bajos índices: las mafias no permiten que se moleste al turismo". Cuestionado sobre si llevaría su encarcelación política a las estanterías, Argemí zanjó: "Todos mis libros tienen que ver con eso. Pero yo protagonista, nunca".
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