[Glam Out, 9 de enero de 2008]
Y sentados… detectives, asesinos, policías. Sinatra, Hitchcock, Capote y muchos más. Reunidos alrededor de la comida y la bebida, en un libro diferente y encantador, cuya autora -Raquel Rosemberg- advierte desde el miso título: hay "Sabores que matan".
Martín Auzmendi
Si pienso en un detective me aparece el sombrero, la pistola y el gesto duro de Humphrey Bogart en el Halcón Maltés. Para caníbal, lleno el casillero con Hannibal Lecter. La mafia tiene el nombre de Michael Corleone & familia en la saga de El Padrino. En este camino de figuras, Raquel Rosemberg va más allá, y logra sorprender incluso a los más fanáticos del cine, la literatura y la cocina. Lo logra gracias a su amplia erudición en temas que van desde cómo preparar aros de cebolla, a conocer sobre distintos tipos de venenos o el nombre de cuanta persona haya escrito sobre detectives en cualquier país del mundo. Apasionada por la literatura policial, las comidas y las bebidas, Raquel construyó en una búsqueda tan generosa como puntillosa un libro -Sabores que matan- que rastrea en el cine, ensayos y novelas, para iluminar un mundo negro y criminal en una dimensión amplia: desde el móvil de un asesinato hasta aquello que más gustaba comer al asesino; desde los cambios en los productos comercializados por las mafias italianas hasta los platos que se sirven en sus mesas cuando están en familia los domingos; desde la receta de la Bouillabaisse hasta una forma de vivir y morir en Marsella; desde los códigos de la Yakuza hasta el té con masas de una circe porteña. Pero antes de desgranar el contenido del libro, propongo un juego.
Una fiesta “negra y criminal
”Imaginemos una fiesta. No una de esas reuniones obligadas, grises y aburridas, sino una muy distinta. Hay un salón, que podría ser el de la Maison del FourSeasons, alguno del Hotel Provincial de Mar del Plata, o también un refugio subterráneo y laberíntico iluminado con velas. Si no es en Buenos Aires, el lugar merecería ser algún paraje en Sicilia, Nueva York, Barcelona, Tokio, Moscú o Londres. “El genio de las burbujas”, como nombra la autora al champagne en el capítulo que le dedica, se enfría en baldes con hielo. En la barra un cantinero catalán fajina copas de Martini y alinea los ingredientes para preparar los aperitivos: Dry Martini y Gimlet. No falta en el anaquel de la barra una botella de pastis. El ron cubano, un par de botellas de bourbon y otras de sake esperan que la fiesta pase la frontera de la medianoche para salir al ruedo. Manuel Vázquez Montalbán, acodado bebe ya su primer cóctel. El vodka, todavía guardado en cajas de madera, llegó de contrabando, cruzando sin problemas lo que alguna vez fue una cortina de hierro. Bajo la barra, un Jack Daniels espera a Sinatra y en una mesa de roble francés, alineadas, diversas cosechas de Margaux. Churchill se cruza en una charla entretenida sobre París, su liberación y los Martinis con Humphrey Bogart. Marx y Mao charlan con Pepe Carvalho, mientras algunos ex KGB miran con recelo este triángulo. Agatha Christie le alcanza un bocadito a Freud, y Patricia Highsmith, algo celosa, se aleja a la espera de su chance con el austríaco. No sabe que Sherlock Holmes, la anda relojeando, algo oculto detrás de un cortinado. Sinatra va en busca de su whiskey, escoltado por unos hombres sombríos, con un fuerte acento siciliano. Marilyn Monroe, medio borracha de tanto champagne, coquetea con Hannibal Lecter y, en la sala contigua, Philip Marlowe busca un mazo de naipes para jugar unas manos de poker con tres miembros de la Yakuza. Hitchcock fuma asomado a una ventana, y el humo posa una sombra sobre Raymond Chandler. Ni uno ni el otro miran que pasa en el salón, fascinados con los dibujos del jardín inglés, donde George Simenon, solitario, parece ocultarse entre unos arbustos. Bajo las luces de las arañas de cristal, zigzagueando entre los invitados y con una copa de champagne, Truman Capote oficia como un Luís XIV contemporáneo, rey, sol y centro de gravitación de la fiesta. Las mesas rebozan de platos variados y exquisitos: aros de cebolla, blinis con caviar, sesos en salsa de alcaparras, empanadas árabes y criollas, berenjenas al estragón, entre los entrantes; arroz picante con conejo, pavo relleno con congrí, boeuf bourguignon, cerdo agridulce, cazuela de faisán, pavo horneado, lubina con hinojos, entre otros, para el segundo paso. En la cocina, en medio de un caos controlado, preparan los postres: tarta de cerezas, bombones de chocolate y almendras, naranjas tango, dulces de luna y un pudding. Dos cocineros, uno napolitano y otro marsellés, limpian sus cuchillos afilados, aguardando su turno para marchar los platos de madrugada: la pierna de cordero al ajo y la pizza margarita.
La autora y las preguntas
Cada personaje, autor, plato y bebida reunidos son parte de esta fiesta que es “Sabores que matan”, el libro que ha escrito Raquel Rosemberg. Pero… ¿quién es esta mujer que se ha adentrado en un territorio de asesinatos, venganzas, sangre, pistas, fuegos (de armas y cocinas), copas & cócteles, venenos y caníbales, bombas y bombones? La autora es licenciada en Comunicación Social, periodista gastronómica, editora de la revista El Conocedor y redactora del suplemento Ollas & Sartenes del diario Clarín. Se desempeña además como cronista jefe de la Guía de Restaurantes de Fernando Vidal Buzzi, colaboradora de la revista Mirá Quién Vino y corresponsal de la biblioteca de La Bòbila, de L'Hospitalet (Barcelona). Madre de tres hijos, viajera y cocinera, entre otras estrellas en su faja. Ahora volvamos al libro, cuyo recorrido es desafiante y revelador. El principal escollo es que las comidas y bebidas muchas veces han sido dejasen un segundo plano, tanto en lectura como en la escritura de novelas, películas y otras ficciones. Como si fueran aspectos secundarios, accesorios o innecesarios a una trama. ¿Por qué no nos dejan saber qué comen los personajes? ¿O es que a veces no nos detenemos en eso? Ambas cosas son ciertas. Raquel resalta estas cuestiones, y alumbrando zonas oscuras se descubre su significación, importancia y rol en las historias. Al mismo tiempo reivindica la necesidad de comida y bebida en la construcción de cualquier ficción. ¿Por qué Hannibal Lecter acompaña su manjar de sesos con Chateau D Yquem? ¿Cuál es la relación entre el vodka ruso, la KGB y la mafia? ¿Cómo podemos entender los dos mundos que se articulan en A sangre fría, sino a través de sus comidas? ¿Cuáles son las diferentes formas de envenenar que tiene un plato? ¿Qué dice sobre la personalidad y el carácter de un detective sus gustos gastronómicos? ¿Cuál es la relación entre los alcauciles y la Cosa Nostra? ¿Cómo se arma y desarma una mesa en la Sicilia de la mamma? ¿Y en Calabria? El libro responde a éstas, y a muchas otras preguntas, con historias, anécdotas, y también con recetas, para atesorar, preparar en casa y resolver en las propias manos, el misterio de ciertos sabores que matan. Un libro que, queda claro, vale la pena tener.
Extra!
En Glam Out ya recomendamos varias películas en las que las bebidas espirituosas y los cócteles son protagonistas. Ahora, sumamos a este pequeño desafió, otras que contengan además crímenes, detectives, organizaciones mafiosas, o un estricto color negro…
Infame (Infamous, Douglas McGrath, 2006)
Prácticamente calcada en su propuesta formal a Capote (Bennett Miller, 2005), la anterior película sobre Truman, ambas recorriendo la investigación y escritura de A Sangre Fría. El glamour de la Nueva York festiva del escritor, mostrado en cocktail partys, Martinis y cenas, contrasta con su estadía en el Estados Unidos rural de Kansas, donde recibe alguna botella de champagne por correo y busca un lugar donde poder beber whisky J&B.
Érase una vez en América (Once upon a time in America, Sergio Leone, 1984)
Sobre cómo un grupo de amigos se constituyen en una organización mafiosa en el Estados unidos de la primera mitad del siglo XX. Mucho whisky, el mejor speakeasy del cine, champagne y fiestas secretas. El narrador es David “Noodles” Aaronson (Robert de Niro), que vuelve a Brooklyn a reencontrarse con su historia. Una obra maestra del genial Sergio Leone, con música de Ennio Morricone.
Tuyo es mi corazón (Notorius, Alfred Hichtcock, 1946)
La película empieza con una fiesta, y la resaca posterior. Whisky, Martinis, gin… y de ahí, a una Río de Janeiro bellísima. T.R.Devlin (Gary Grant) y Alicia Huberman (Ingrid Bergman), unidos para descubrir a unos nazis ocultos en tierra carioca. En una escena clave, el suspenso es narrado con botellas de champagne y botellas de vino francés (Grands Vins de Bourgogne - Pommard Francois Penot & Cie) ocultando el plan alemán.
Pacto de sangre (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944)
Negrísima película de Billy Wilder. Un agente de seguros hace una maniobra para quedarse con una chica y el seguro de vida de su esposo. Ves que todo va a salir mal, que la rubia lo va a arruinar… Pero igual disfrutás de esa caída, mientras compartís su sed. Como en toda película de Wilder, se bebe mucho Rye Whiskey. Escrita en colaboración con Raymond Chandler, con quien parece que el director se llevaba bastante mal. El capítulo “De destornilladores y otros tragos” del libro de Raquel, refiere en gran parte a Philip Marlowe, también creación de Chandler.
Extra 2
Y cómo no, una bibliografía clásica, indispensable y negra para este verano:
El Halcón Maltés (D. Hammett)
El largo adiós (R. Chandler)
Un ciego con una pistola (C. Himes)
A Sangre fría (T. Capote)
Los mares del sur (Manuel Vázquez Montalbán)
¿Acaso no matan a los caballos? (Horace McCoy)
La jungla de asfalto (William R. Burnett)
El cartero siempre llama dos veces (James Cain)
1280 almas (Jim Thompson)
El cuchillo / El juego de Ripley (Patricia Highsmith)
El hombre enterrado (Ross Macdonald)
El secuestro de Miss Blandish / Peces sin escondite (James Hadley Chase)
La falsa pista (Henning Mankell)
Operación massacre (Rodolfo Walsh)
Triste, solitario y final (Osvaldo Soriano)
La bestia debe morir (Nicholas Blake)
Un mes con Montalbano (Andrea Camilleri)
Sabores que matan, por Raquel Rosemberg
Comidas y bebidas en el género negro – criminal
Editorial Paidós Diagonales
Precio: $35.-
Le dernier gag de l’année
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On croyait que les politiques ne pouvaient plus nous surprendre, et
pourtant, on a droit à une dernière blague en cette belle année 2024.
J’avoue que cela ...
Fa 9 hores
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