Alberto Valle
La sensación de formar parte de algo, de una historia, de una tradición, de un oficio que, por extinto que parezca, sigue ahí gracias al entusiasmo y al tesón de los pocos que lo cultivan y de los –a veces menos aún- que benefician del mismo.
Esa sensación. ¿La conocen?
Éste nunca fue un país de lectores, pero si un instrumento casi consigue lo contrario es el bolsilibro, el formato barato, POPular y llevable que alfabetizó una España sumida en los lodos de la peor y más grisácea inmundicia cultural.
Los bolsilibros de editoriales como Bruguera o Aymà fueron la vía de escape, la ventana a otros mundos, el motor de la imaginación de muchas lectoras y lectores quienes, quizás, nunca trascendieron ni el formato, ni sus autores, ni sus temáticas (oeste, terror, policíaca, erótica, amor, ciencia ficción…), pero sí pudieron gozar del placer de leer gracias a un puñado de contadores de historias a los que este país, siempre tan atento al aporte de toreros, futbolistas, pedorras y cocainómanos catódicos, siempre ignoró.
Y eso que cualquier bestseller patrio de hoy en día palidece ante las cifras de venta que gente como Frank Caudett, Marcial Lafuente o Curtis Garland cosechaban con libros deshornados cada pocos días, siempre con nuevas historias para saciar la voracidad de centenares de miles de lectores deseosos de vivir aventuras a través de los ojos.
De ahí el susodicho placer de sentir esa sensación de pertenencia a un arte que se resiste a la extinción, al sabernos a Guillermo Román (la mente inquieta detrás del ambicioso proyecto de “A Duro”) y a mí mismo este jueves 8 de octubre en la biblioteca La Bòbila de L’Hospitalet (Pl. de La Bòbila, 1), a la sombra del legendario Frank Caudett, en una amena mesa redonda programada para las 19h30, y que versará –como no podía ser de otra manera- sobre pulp fiction made in Spain.
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