14 de setembre del 2014

'El hombre más buscado', una novela de Le Carré al cine

[Creatividad Internacional, 13 de septiembre de 2014]

Richard Olson


Los espías llegan al cine de muchas formas. Ahí está James Bond, a bordo de Aston Martins sumergibles para acabar con los malos mientras sondea el escote de su copiloto femenino. O Jason Bourne, tan contundente y vertiginoso en todas sus acciones que parece siempre puesto hasta las cejas de anfetaminas.
Por el contrario, los improbables héroes de John Le Carré, con George Smiley a la cabeza, son hombres sin atributos, personajes grises metidos de lleno (generalmente por accidente o error) en turbias conspiraciones o misiones suicidas en cualquier rincón del mundo. Su mejor arma no es un bolígrafo que dispara dardos envenenados, ni un rifle de asalto último modelo. Es algo más sutil y complicado, más humano y laberíntico. El cerebro.
El hombre más buscado, la última adaptación de una de las novelas de Le Carré al cine, confirma una sorprendente tendencia en ese difícil trasvase de la palabra escrita a las imágenes en movimiento: todas las adaptaciones de Le Carré a la gran o a la pequeña pantalla tienen una calidad muy por encima de lo habitual en el género. Y no se trata de un trabajo sencillo, porque la escritura del autor de Llamada para el muerto es intrincada y está repleta de herramientas puramente literarias. Digresiones y flashbacks, flujos de pensamiento y auténtica jerga de espías. El propio escritor, reticente a vender los derechos para el cine de sus obras, lo tenía muy claro: "ver cómo convierten tu libro en una película es como ver a un buey convertido en cubitos para caldo".
Gary Oldman, protagonista de 'El Topo'
Ninguna de sus novelas tan ardua de adaptar como El topo, complejísima en fondo y forma, trasladada al cine de manera modélica por Thomas Alfredsson hace un par de años. También en los 70 por la BBC en esa memorable serie que esTinker, Tailor, Soldier, Spy, con Alec Guinness como el anodino Smiley. Por si fuera poco, los antihéroes de Le Carré son opuestos a lo que normalmente se entiende por espía. Diplomáticos que dudan de su trabajo, profesores reclutados a su pesar, agentes descreídos. En El espía que surgió del frío (1965), la primera de sus adaptaciones al cine, el personaje de Richard Burton explica a grandes rasgos lo que piensa Le Carré de los que fueron sus colegas durante los primeros años de la Guerra Fría: "¿Qué demonios crees que son los espías? ¿Filósofos morales que miden todo lo que hacen en contra de la palabra de Dios o de Karl Marx? ¡No lo son! Son sólo un montón de desastrados, bastardos miserables como yo: pequeños hombres, borrachos, maricones, maridos calzonazos, funcionarios jugando a indios y vaqueros para alegrar sus pequeñas vidas podridas." Y aún así, nos recuerda una y otra vez Le Carré, son los encargados de nuestra seguridad.
Su retrato de los servicios de inteligencia, ya sea la CIA, el MI6 o la KGB, está alejado del glamour y la admiración más o menos encubierta a la que nos tiene acostumbrados Hollywood. Nada de patriotismo de bandera o maniqueísmo simplón. Gran parte de la obra de Le Carré, sobre todo en los últimos tiempos, contiene críticas feroces contra gobiernos de cualquier signo, corporaciones multinacionales y servicios secretos. Sus adictivos libros de espionaje son andanadas pesimistas en los que la épica no tiene cabida. Lo que importan son los dilemas morales a los que se enfrentan sus personajes, caracterizados por sus imperfecciones y debilidades mucho más que por sus cualidades. Ahí está el propio Günther Bachmann, miembro de los servicios secretos alemanes de El hombre más buscado interpretado por el inmenso Philip Seymour Hoffman, lo más parecido a una cama deshecha andante según un crítico de The Guardian. Bachmann, dentro del corpachón y la mirada triste de Hoffman en su último papel protagonista, comete errores, uno tras otro. Miente, murmura y fuma como un condenado, mientras el mundo se resquebraja entre sus manos.
Richard Burton en una escena de la película 'El espía que surgió del frío'
Y quién más probable a sucumbir a sus debilidades que el cínico y encantador Barley Scott Blair, editor de libros convertido en agente doble en La Casa Rusia. Sean Connery hartándose de whisky escocés mientras miente como un bellaco y se enamora (¡y quién no!) de Katya, una esplendorosa Michelle Pfeiffer. Cuántos más despreciables que el espía mujeriego y embaucador de El sastre de Panamá, con Pierce Brosnan dándole una vuelta de tuerca a su imagen de Bond.
No todo se dirime en despachos lejanos. Le Carré también sabe llevar a su terreno a los hombres de acción, los enganchados a la adrenalina del micro pegado al pecho y la pistola siempre alerta. Como gran conocedor del género, no se limita a desperdigar los puntos para que el lector siga la fatigosa tarea de unirlos. Hay tiroteos, guerras y explosiones, faltaría más. Pero tienen sus consecuencias, no son simples fuegos artificiales. Una sola muerte, la de una mujer con coraje suficiente como para ser médico en África y enfrentarse a una todopoderosa compañía farmacéutica, desata en El jardinero fiel toda una odisea para su marido. Asistimos a la progresiva conversión de Ralph Fiennes, ese diplomático sin ambiciones que pierde a su mujer, en un hombre cegado por la venganza que quiere desentrañar la madeja para hacerla saltar por los aires. En El hombre más buscado, radiografía de los servicios secretos post 11S, tampoco falta la tensión más pura del suspense, la certeza de que en cualquier momento algo va a salir mal, muy mal.
Pero no lo digan muy alto, no vaya a ser que nos estén escuchando. Hay micrófonos y cámaras por todas partes. Todo quedará entre nosotros, los millones de lectores de sus obras y espectadores de sus adaptaciones al cine, si Le Carré sigue ahí con su aspecto de entrañable abuelete, recluido en su casa de Cromwell al borde de un acantilado, escribiendo novelas sobre hombres sin atributos que juegan a controlar el mundo o pretenden, ingenuos, que nadie lo destruya.



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