22 d’octubre del 2013

Petros Márkaris: "Tomo café todas las mañanas con el comisario Jaritos"

[ABC, 21 de octubre de 2013]

Antonio Fontana

Petros Márkaris se lo debe todo al comisario Jaritos, su gran creación. Más que un personaje de novela negra, alguien con quien conversar de tú a tú, confiesa. Su visita a España coincide con la publicación de «Pan, educación, libertad»


Uno de enero de 2014: Grecia vuelve al dracma, España a la peseta, Italia a la lira. No se alarmen, pero es el futuro que nos espera, según Petros Márkaris (Estambul, 1937). Lo dibuja en «Pan, educación, libertad», novela que cierra –de momento– la «trilogía de la crisis», de la que forman parte «Con el agua al cuello» y «Liquidación final».
Pan, educación, libertad: las consignas que coreaban los estudiantes desde la Facultad Politécnica de Atenas, donde se encerraron en noviembre de 1973 para protestar contra la dictadura de los coroneles, sirven de telón de fondo al nuevo caso de Kostas Jaritos, el comisario de policía griego al que Márkaris debe su éxito y su legión incondicional de seguidores. Un tipo extraño, este Jaritos. ¿A quién se le ocurre leer solo diccionarios?
«Él vino a mí», suele decir Márkaris. Una forma como otra cualquiera de explicar que el comisario no fue una invención, sino una aparición. A Jaritos lo acompañaban su mujer, Adrianí, y su hija, Katerina; la familia al completo. Por entonces –principios de los años noventa– Márkaris escribía los guiones de la serie televisiva «Anatomía de un crimen». Agotado tras dos temporadas en antena, acordó ocuparse de unos cuantos episodios más. Pero antes de dejarlo asomó la nariz Kostas Jaritos y el trabajo se transformó en una tortura. Hasta que Márkaris se convenció de que el comisario había llegado para quedarse. En su vida y en las nuestras.
Sobre el comisario Kostas Jaritos ha edificado su popularidad como escritor de novela negra. Algo que no deja de ser curioso, ya que durante un tiempo usted fue un activista de izquierdas y no sentía ninguna simpatía por los policías.
Verá, me enfrenté a ese problema nada más empezar. No dejaba de preguntarme cómo podía crear un policía simpático, cuando yo no sentía ninguna simpatía por la policía. En un momento dado, le quité a Jaritos el uniforme y le vestí con un traje como los que mi padre solía usar. Entonces vi a un pequeñoburgués y a su familia, que se parecía mucho a la familia en cuyo seno me crié. Así que él y su familia empezaron a gustarme de la misma manera en que me gusta mi familia, principalmente porque somos gente decente. Este es el lado bueno de la familia Jaritos: son personas decentes.
¿Hay algo de usted en Kostas Jaritos?
Sí, la visión que tiene de Atenas y los griegos y sus comentarios irónicos sobre ellos. Su punto de vista sobre Atenas y los griegos es idéntico al mío. Mi hija se burla de mí diciendo que está harta de escuchar mis bromas sobre Atenas y los griegos y luego volver a leerlas en mis novelas, esta vez contadas por Jaritos.
El comisario solo lee diccionarios, una rareza como otra cualquiera.
Me encantan los diccionarios porque he sido traductor de alemán mucho tiempo. Así que he transferido mi amor por los diccionarios a Jaritos. Pero ahora Jaritos consulta el diccionario no solo con el propósito de encontrar la interpretación de ciertas palabras, sino porque le atormentan las dudas y las preguntas durante una investigación y busca en el diccionario con la esperanza de encontrar algunas respuestas.
¿Qué sería de Jaritos sin su esposa, Adrianí?
No lo sé, no quiero ni pensarlo.
¿Planea matar en algún momento a Jaritos o le da miedo la reacción de sus fans?
No tengo ninguna intención de matar a uno de los mejores amigos que he tenido.
Asegura que no sabe quién es el asesino hasta que el proceso de escritura de la novela está avanzado.
Bueno, la historia no la cuento yo, sino Jaritos. El lector contempla los acontecimientos a través de los ojos de Jaritos. Así que no quiero saber más de lo que sabe Jaritos, porque lo contrario significaría que el escritor se está haciendo con el control de la narración. Como no quiero que esto suceda, intento descubrir las cosas a través de Jaritos y una vez que Jaritos va por buen camino. En cierta ocasión dije que me tomo el café con Jaritos todas las mañanas. Mientras tomamos café le pregunto por qué trata de investigar determinado asunto y por qué quiere interrogar a una persona en concreto. Me explica por qué lo hace y yo me limito a transcribir sus explicaciones.
¿Jaritos lucha contra el crimen perfecto?
No hay crimen perfecto, ni siquiera en una novela policiaca.
Ha declarado que la novela negra es «la más religiosa que existe».
La novela negra es la novela más religiosa porque al final el asesino –es decir, el pecador– es castigado en la mayoría de los casos, así que el bien triunfa sobre el mal. Es un planteamiento muy religioso.
«Pan, educación, libertad» está dedicada al director de cine Theo Angelópoulos, de quien fue guionista. ¿Qué recuerdo guarda de él?
Fuimos amigos durante cuarenta años y trabajamos juntos en nueve de sus guiones. Era una amistad muy fuerte y una colaboración muy estrecha. No siempre era fácil, pero al final siempre era productiva. ¿Que cómo le recuerdo? Bueno, me sigue resultando imposible ver sus películas.
Escribir es para usted una tortura. ¿El oficio de escritor está sobrevalorado?
No. Es una profesión impredecible. Por muchas novelas que el escritor haya escrito, con cada nueva novela vuelve a empezar desde cero y tiene que ir avanzando poco a poco. La experiencia del pasado no le ayuda, aparte de algunas normas generales y una práctica general, porque el proceso de escritura de cada nueva historia es único.
La obra de Bertolt Brecht le enseñó a convertirse en un observador. ¿A quién más lee Petros Márkaris?
Oh, Dios, leo mucha ficción, y no solo ficción policiaca. Y me temo que mis preferencias de ficción no policiaca no siempre coinciden con las de la ficción policiaca. Sigo leyendo a Vázquez Montalbán, porque Vázquez Montalbán me enseñó mucho, especialmente a introducir la política en una novela negra. Sigo leyendo a autores de novela negra que abordan el crimen desde un punto de vista social, empezando por la estadounidense Sara Paretsky y terminando por la argelina Yasmina Khadra [seudónimo de Mohammed Moulessehoul], sin olvidar al cubano Leonardo Padura y al mexicano Paco Ignacio Taibo II. Además, me encantan las novelas de Thomas Pynchon y de Philip Roth. Y el joven novelista alemán Ingo Schulze. Y el novelista irlandés –y escritor de novela negra– John Banville.
También escribe ensayos económicos. ¿Son más difíciles que las novelas?
Son tan diferentes que no hay forma de compararlos.
Se estrenó en la literatura en 1965. ¿Cómo fueron sus comienzos?
Todavía recuerdo lo contento que estaba cuando conseguí escribir una obra de teatro y que lo estaba todavía más cuando se representó durante la dictadura militar y se convirtió en un gran éxito. Es todo lo que puedo recordar.
¿Qué libro está preparando ahora?
Estoy escribiendo una nueva novela, como epílogo a la «trilogía de la crisis». En griego se llama precisamente así, «Títulos de crédito. Un epílogo». Después no volveré a escribir nada más sobre la crisis, independientemente de que siga acompañándonos o de que, con suerte, haya acabado.
Nació en Estambul, estudió en Viena y Stuttgart, vive en Atenas. ¿De dónde se siente?
De Estambul. Mi ciudad natal, a la que sigo queriendo muchísimo, es para mí lo que más se parece a la idea de patria. De hecho, no tengo una patria, solo tengo una ciudad natal.
El comisario Jaritos se lleva mal con las nuevas tecnologías. ¿Y usted?
Solo las uso en la medida en que las necesito. No soy un fanático de la tecnología. Tengo un ordenador de mesa y un portátil. Cuando me propusieron que comprase una tableta a un precio muy barato, me negué, porque no la necesito, igual que me negué a tener un Kindle: me gusta leer libros en papel, no libros electrónicos.
«Siempre que visito España me siento como en casa», ha dicho. ¿Qué le atrae de nuestro país?
Sobre todo, los amigos españoles que tengo y quiero, no solo en España, sino incluso en Grecia. En segundo lugar, que la gente de España me recuerda a los griegos por la forma de expresar su amistad y sus emociones. Y tercero, el sonido similar de los idiomas. Cuando oigo hablar español, a menudo tengo la sensación de estar escuchando griego, y viceversa. Y sé que mis amigos españoles suelen tener la misma sensación.
Con la vuelta a la peseta, al dracma y a la lira arranca su nueva novela. ¿Sería la solución de la crisis para España, Grecia e Italia?
Planteo una hipótesis de trabajo: «¿Y si…?». Por desgracia, esta hipótesis se está convirtiendo poco a poco en una opción. La gente del sur de Europa sigue sufriendo, y el paro, especialmente el paro juvenil, aumenta casi a diario. Estos jóvenes no son los temporeros de los años sesenta, que eran solo mano de obra de las zonas rurales con poca formación o ninguna. Tienen títulos universitarios, la mayoría de ellos incluso estudios de posgrado y, algunos, doctorados. La sensación de haber estudiado en balde crece constantemente en ellos. Hoy hay una discrepancia entre Europa y el euro. Los europeos, especialmente los europeos del sur, se sienten cada vez más distanciados de la UE, aunque siguen creyendo en el euro, más por inseguridad que por simpatía. Pero si la crisis continúa y la pobreza y el paro siguen aumentando, la desesperación y la ira pueden provocar una ruptura.
¿Adoptar el euro fue una equivocación?
Bueno, yo solo puedo hablar de la experiencia griega. Grecia era un país con una economía mediana tirando a pequeña al que le iba relativamente bien con una moneda barata como el dracma. Al entrar en la Eurozona, cayó en una trampa. Por un lado, el euro era demasiado caro para esta economía; por otro, el euro era muy barato para adquirir préstamos en comparación con el dracma. Esto condujo a una riqueza virtual, que no estaba basada en la economía real, sino en el crédito. Es como encontrarse ante un laberinto. Nadie nos obliga a entrar en él, pero una vez que estamos dentro, no podemos decir: «Amigos, no me gusta nada estar aquí. Me voy». Uno no puede marcharse porque no puede encontrar la salida por sí solo.
Dibuja Europa a las puertas de una guerra de secesión: el norte contra el sur. ¿Se considera pesimista o simplemente realista?
Viajo muy a menudo por Europa y no me gusta lo que veo. Los prejuicios y las generalizaciones se extienden por el continente. Estos prejuicios y generalizaciones abren la puerta a la aversión y el odio. Los europeos del sur son, en opinión de los centroeuropeos, gente vaga que no vale para nada, que quiere disfrutar de la vida con el dinero de otros. Los centroeuropeos –especialmente los alemanes– son, en opinión de los europeos del sur, gente carente de compasión o empatía, los amos de Europa e incluso unos nazis. Nada de esto es cierto por ambas partes, pero mientras la crisis continúe, estos sentimientos se volverán más profundos y me temo que tardaremos tiempo en superarlos, aun cuando la crisis acabe, si es que acaba.
Como «un despojo de viejas glorias», así describe usted Grecia. ¿Qué futuro le espera a su país y a la Europa del sur?
Hay diecisiete países en la Eurozona. Y cada vez que oigo a alguien del sur de Europa quejarse de los alemanes, me pregunto: ¿qué están haciendo los otros dieciséis países? Porque no hacen nada en absoluto. Bueno, reconozco que algunas de las naciones de la Eurozona están en la misma línea que Alemania, pero ¿y las demás? ¿Qué están haciendo Francia y los países del sur de Europa? ¿Dónde está el entendimiento, dónde están las negociaciones y el plan de acción común de todos ellos? ¿Y dónde hay un plan alternativo, un plan que estos países puedan poner sobre el tapete e invitar a los alemanes a negociar? Si uno no puede forjar su propio futuro, serán otros quienes lo decidan. Como decía Javier Cercas en un artículo en «Le Monde»: «Nos convertiremos en europeos que viven como chinos».
Además de una crisis económica, ¿vivimos una crisis de valores?
Hay una crisis de valores y hay una crisis de visión. Fijémonos, por ejemplo, en España, Portugal y Grecia. Pongo a estos tres países como ejemplo porque han salido de una dictadura. Querían entrar en Europa, el paraíso de la democracia, para formar parte de una visión común, la Familia Europea. Si yo les dijese ahora a algunos ciudadanos de estos países: «Queridos amigos, dejemos el euro, que nos está matando, y volvamos a nuestras monedas nacionales», la respuesta, muy probablemente, no se haría esperar: «¿Está usted loco? Sería mucho peor». Quizá sí, pero ya no hablamos de aquella visión; de lo que seguimos hablando es de la opción menos mala, y me temo que no se puede mantener a diecisiete países unidos sobre la base de la opción menos mala.

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