7 de desembre del 2018

Claudia Piñeiro, premio Pepe Carvalho de Barcelona negra


Javier Rodríguez Marcos 

El festival literario reconoce la trayectoria  de la escritoria argentina



Como todos los argentinos presentes este año en la FIL de Guadalajara, Claudia Piñeiro (Burzaco, 1960) solo ha conseguido evitar el monotema de conversación número 1 —el partido River-Boca— sustituyéndolo por el monotema de conversación número 2: la cumbre del G-20. En su caso, uno de los momentos de desconexión fue la emocionante conmemoración de los 25 años del Premio Sor Juan Inés de la Cruz, celebrada este jueves. Ella, que lo ganó en 2010 con Las grietas de Jara, protagonizó —con el puño en alto y un pañuelo verde rodeándole la muñeca— uno de los minutos estelares de una sesión inolvidable en la que la gran literatura y la reivindicación feminista caminaron de la mano. El otro gran momento iba a ser la presentación este viernes de su último libro —el volumen de cuentos Quién no(Alfaguara)— si no fuera porque el día amaneció temprano con la noticia de que le habían concedido el Premio Pepe Carvalho que otorga el festival Barcelona Negra en homenaje a Manuel Vázquez Montalbán. Recibirá el galardón el 31 enero en el Ayuntamiento de Barcelona en el marco del certamen, que se celebrará entre el 24 de enero y el 3 de febrero de 2019.
El jurado, que ha adoptado la decisión por unanimidad, estaba formado por Carlos Zanón, como presidente, y Antonio Iturbe, Marta Sanz, Xon Labrador, Daniel Vázquez Sallés y Sergio Vila-Sanjuán, como vocales. Han considerado que "Piñeiro es un referente ético y literario para las Letras de su país y fuera de él, allá donde llegan sus traducciones, conferencias, artículos o charlas".
Piñeiro sucede a James Ellroy en un palmarés del que también forman parte P. D. James, Donna Leon, Andrea Camilleri o Henning Mankell. Este último es uno de los favoritos de la autora argentina, que se reconoce lectora de novela negra “pero no más que de cualquier otro género”. Tampoco títulos suyos como Las viudas de los jueves o Tuya caben estrictamente en un código cerrado. “Tienen una subtrama policial, pero no son policiales puros”, explica la escritora en el vestíbulo de un hotel cercano a la feria. “Con Betibú decidí escribir una novela de género con todas mis virtudes y defectos, es decir, con mucha indagación en la vida privada de los personajes”. Pese a todo, Piñeiro sabe que hay lectores que siempre esperan encontrar en su obra “ese suspenso”. “A veces pienso: ‘en la próxima no me van a querer si no es negra’, pero termino escribiendo lo que quiero”.
Autora y lectora desprejuiciada, es consciente, no obstante, de los prejuicios que arrastra la novela negra como género menor. En su opinión, la culpa es de la saturación de la oferta: “Hay muchos escritores. ¿Por qué tantos? Porque si no eres bueno es más fácil escribir una novela de intriga que el Ulises de Joyce. El suspenso es un juego de relojería que tú completas sin que necesite tener obligatoriamente nada adentro. Hay, sin embargo, cada vez más autores que fuerzan los límites y no escriben la típica novela con asesino. Eso hace que se acerquen al género escritores que no son del todo negros”.
En la eterna polémica sobre el carácter crítico de una literatura a priori volcada en la evasión, Piñeiro sostiene que “es muy difícil despegar de lo social la novela negra que sucede en la actualidad. Hay novelas clásicas cuya intención crítica se ha perdido. ¿Acaso nos matan a los caballos? sería un buen ejemplo. Criticaba la explotación de los pobres hablando de los concursos de baile”. La obra de Horace McCoy debe buena parte de su popularidad a su adaptación cinematográfica: Danzad, danzad, malditos. También ella ha visto su obra llevada al cine: “Es una nueva circulación, como las traducciones. A veces llegas a lectores que no te leyeron. Otros van a ver a ver si hicieron la película que ellos tenían en la cabeza”. ¿Hicieron alguna vez la que ella tenía en la suya? “Imposible. Es otro lenguaje. Yo soy muy respetuosa con el trabajo del director, que tiene que elegir, no cabe todo”. Y recuerda cómo Marcelo Piñeyro se reunió con ella antes de rodar para explicarle qué cosas iba a quitarle a Las viudas de los jueves: “No era que no les gustaran sino que llevarían la película para otro lado”.
El hecho de que Claudia Piñeiro sea una autora leída en todo el ámbito de la lengua española no la ha llevado a buscar un español estándar para un género que da mucha importancia a la oralidad. “En la primera versión no lo tengo en cuenta nunca”, explica. “En los libros para chicos me hicieron cambiar alguna cosa que no se entendía, pero los adultos podemos entender bien cualquier variante”. Eso para los libros escritos originalmente en la lengua de Cervantes y Borges. Las traducciones son otro cantar: “En una traducción de Murakami o de Paul Auster hecha por un español nos cae mal que los personajes digan ‘gilipollas’ o hablen de ‘faldas’. No pasa lo mismo si es un escritor español. Entonces nos parece un rasgo de autenticidad”.
A las particularidades lingüísticas de las novelas, la escritora argentina añade las sociológicas. El guatemalteco Rodrigo Rey Rosa suele contar que sus libros recurren al final abierto porque en su país la mayoría de los crímenes se quedan sin esclarecer y todo final cerrado resulta inverosímil. Piñeiro apunta una excepción argentina: “La imposibilidad de crear un detective que venga de las fuerzas policiales”. ¿La razón? “Tantos años de dictadura en los que la policía estuvo involucrada en hechos delictivos. Por eso usamos periodistas, amas de casa, profesores… Nuestros hijos salen el fin de semana y no les decimos que si les pasa algo se acerquen a un policía -seguimos teniéndoles miedo-, les decimos que pidan ayuda en un quiosco”.

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