10 de juliol del 2017

Santiago Blanco, freidor de sábalos

[La Razón, 21 de junio de 2017]

Ricardo Bajo Herreras

‘Que te vaya como mereces’, de Gonzalo Lema, se disfruta en los detalles y en los personajes.

Los países no terminan nunca de hacerse. En Bolivia cualquier día nos atomizamos, como la ex Yugoslavia. Unos miran al Pacífico y otros al Atlántico. No te olvides que nos hemos fundado con lo que les sobraba a los vecinos. La Paz crece con la inventiva aymara; Santa Cruz se desarrolla con la plata del Estado, pero no tiene hegemonía. El resto está de siesta. El que puede, discrimina. Cocha ha quedado lejos de todo, del mar y del progreso. Así es la Bolivia “arguediana”, fatalista y “cucarachista” de Santiago Blanco, quien ha vuelto más desengañado que nunca.

Ya no lee libros ni ve fútbol nacional, ni siquiera a su Wilstermann querido. Apenas alcanza a tararear en sus momentos de mayor felicidad, tras un buen polvo o un rico plato en el mercado, la cueca de sus amores: la del “rojo” del 72. Eso sí, no ha dejado de molestar a los hinchas rivales, cada vez que puede: ¿Aurorita todavía existe o es solo un paisaje en la laguna? Si Pepe Carvalho no dejó nunca de quemar libros, Blanco sigue usando los suplementos culturales de los periódicos para limpiarse el culo. Es una costumbre o una venganza. Es una crítica concreta a los críticos.
En Cochabamba se miran el ombligo; en Sucre, los escudos y los apellidos con olor a chorizo. Pero en esos valles se ha inventado el picante de pollo, de conejo y de lengua. Blanco, Santiago Blanco, expolicía e investigador privado de ocasión, cree en la gastronomía. La comida es su patria. Ama por encima de todas las cosas el sincretismo culinario. El tuétano nacional habita en la mesa, en el plato. Llenar el buche es nuestro deporte nacional. Al contrario que en el fútbol, en el primero no perdemos nunca. Los honorables de la patria de Blanquito se llaman sopa de maní con carne gorda, se apellidan fideo macarrón y sus “motes” son espesa lawa de choclo teñida de ají colorado y nudos de cordero en tomatada. Lo único caliente en una olla que deja triste por un rato a Santi es un falso conejo, porque le hace recuerdo a su convicción udepista y al doctor Siles que se reacomoda en sus tripas.
Uno de los escasos protagonistas de nuestra literatura negra se llama Santiago Blanco y está de vuelta quizás para no retornar jamás. Que te vaya como mereces de Gonzalo Lema (el escritor ahora debuta como personaje de su última obra) ha ganado el premio L'H Confidencial 2017, galardón internacional de novela policíaca en Cataluña y ha sido publicado allende los mares por Roca editorial (¿se imprimirá en Bolivia?).
Antes de despedir a su expolicía, Lema ajusta cuentas con todos, incluso con un personaje tránsfuga con ojo de vidrio. Es Año Nuevo y no deja de llover en la Llajta, diluvia como si hubiese muerto un obispo. Blanco ya no vive debajo del puente de Cala Cala. Ahora, tras renunciar al verde olivo, hace de portero del edificio Uribe (un auténtico manicomio con personajes bien cimentados), propiedad de su exjefe, coronel y corrupto.
Que te vaya como mereces se disfruta en los detalles y en los personajes (leer con la panza llena para evitar antojitos). Se goza acompañando a Santi en sus venganzas particulares antes de que parta al Chaco. Lindomar Preciado va a cambiar Bolivia por Angola, que es un país pobre, pero por lo menos tiene mar.
Su amigo el Abrelatas, exdelincuente, le encarga un caso: buscar el cadáver de su hijo malandro que ha desparecido. Cuando Blanco, después de amoríos fugaces y banquetes frugales, resuelva el entuerto se va a Villa Montes, el nuevo hogar donde espera su viejo amor, la Gladis. Blanco es ahora un freidor de sábalos. Extrañará su abandonada Punata natal, esa que solo existe ya en su memoria. Va a comenzar su vida a los 56 años: trabajo, casa, fiesta, cama. ¿Dónde le va a fatigar el país?
La vida es una cesta de sábalos pescados en invierno en el Pilcomayo. Blanco ha apostado todo a sencillo, se ha librado de la carga inútil. La vida es un sándwich de huevo con linaza caliente en el kiosko de la casera, un sillpancho en el nuevo boliche chaqueño de la Gladis. Nada más, lo demás son abstracciones, como la Bolivia de Blanco, Santiago Blanco.



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