20 de març del 2017

Un clásico de la novela negra

[La Prensa, 19 de marzo de 2017]

Adiós en azul 
Por John D. MacDonald
Libros del Asteroide. 268 páginas
El prolífico escritor estadounidense John Dann MacDonald (1916-1986), que llegó a publicar unas setenta obras, había ya publicado varias de ellas sin mayor repercusión cuando creó a su atípico investigador privado, Travis McGee, que lo volvería un novelista popular y respetado. McGee no es un policía ni un detective. Es un "recuperador": ayuda a sus clientes a recuperar sus bienes robados y, a cambio, les cobra la mitad del importe. El personaje no sólo cautivó a los lectores sino que fue tomado como modelo por otros autores.
Adiós en azul (1964), que recobra ahora Libros del Asteroide, fue el primer libro de esa serie que se extendió por veintiún títulos y vendió millones de ejemplares. La novela introduce a McGee, un hombre alto y delgado pero rudo, un solitario que vive en un barco amarrado en una marina en Lauderdale, Florida, y que sólo trabaja cuando escasean sus fondos. Pero ese descreído, empecinado y lleno de cicatrices, es también un seductor de ojos azules con algo de romántico incurable y dispuesto a socorrer damas en apuros.
Aquí es una bailarina de 26 años, Cathy, la que pide su ayuda. A Cathy le robaron un tesoro que había enterrado en su casa su padre, un veterano de guerra ya fallecido. Ella sospecha de su antiguo novio, Junior Allen, quien un buen día apareció en su hogar, dijo que había conocido a su padre, la sedujo con su sonrisa y se instaló a vivir allí, para luego revelarse como un violento y un abusador que desapareció apenas encontró lo que buscaba. El hombre reapareció luego con un yate, mucho dinero y en compañía de otra joven mujer, a la que pronto también dejó.
A regañadientes, McGee acepta el encargo. Sigue las huellas de Allen y de su yate, y cuando visita a su última víctima, llega justo para salvarle la vida. Por unos días cuidará de esa joven que se llama Lois, a la que encontró presa de una crisis de nervios, entre platos sucios y botellas vacías. Y conforme ella se recupera y puede hablar, él se asoma al tormento que soportó de ese psicópata, que la sometió por fuerza bruta, terror y alcohol, y que la corrompió hasta con una bisexual. De paso, confirma donde oculta el botín.
La investigación avanza, en paralelo, sobre Allen, ese marinero ágil y musculoso que ahora acecha a una tercera víctima, y sobre el padre de Cathy y su fortuna, en un periplo que lo lleva hasta Nueva York y Texas. La novela crece en intensidad a medida que el inspector se acerca más y más a esa bestia con máscara sonriente, ese maniático astuto y retorcido, pero que cometió varios errores.
La historia, que alguien describió con acierto como una reflexión sobre la sumisión y la dependencia, se despliega entre mujeres atractivas y personajes misteriosos que van adquiriendo espesor. MacDonald, autor de The Executioners, adaptada al cine como Cabo de miedo, intercaló aquí una constante crítica social. Desde su desdén por la promiscuidad de esos nacientes años sesenta y la creciente vigilancia estatal ("caminamos torcidos debido al peso de las identificaciones"), a su sarcasmo por el auge de la delincuencia ("hay tanto trabajo que puedo permitirme elegir") y su visión cáustica de Miami, alejada del estereotipo paradisíaco.
El curtido Travis McGee, que recela del sistema, de las tarjetas de crédito, los bancos, los seguros, los periódicos y el progreso, llegó a ser visto como una respuesta al Philip Marlowe de Chandler.
Que esta novela sea reimpresa más de 50 años después de su primera publicación, como también se volvió a publicar toda la serie en inglés hace dos años, demuestra que el personaje logró superar la prueba del paso del tiempo.


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