22 de gener del 2017

Gonzalo Lema: “Santiago Blanco es el ventrílocuo, yo soy el muñeco que escribe”

[Opinión, 22 de enero de 2017]

Andrés Rodríguez R.


Entrevista al escritor tarijeño afincado en Cochabamba, que logró el Premio Internacional de Novela Negra L’H Confidencial por su obra Que te vaya como mereces, una nueva entrega de la saga protagonizada por un investigador punateño.
El expolicía y detective Santiago Blanco se encuentra en la baranda del puente Topáter mirando el turbión en el río Rocha, en medio de la llovizna que cae sin tregua en la ciudad de Cochabamba. De la neblina surge una figura. Se trata de un mozo del famoso bar Américas. Es El Abrelatas, su amigo exdelincuente. Se dirige al investigador y le cuenta que han robado el cadáver de su hijo. Así comienza la obra Que te vaya como mereces, la nueva producción literaria del escritor boliviano Gonzalo Lema (Tarija, 1959), la misma que el viernes 13 de enero fue anunciada como la ganadora de la XI edición del Premio Internacional de Novela Negra L’H Confidencial.

El galardón, promovido por la Biblioteca la Bòbila desde hace 18 años, es convocado por el Ayuntamiento del municipio catalán de L’Hospitalet de Llobregat. Lema recibirá una dotación de más de 12 mil dólares, además de la publicación de la novela bajo el sello de Roca Editorial. Este reconocimiento se suma al Premio Internacional de Novela Kipus, obtenido por la obra Siempre seremos familia, además del Premio Nacional de Culturas, ambos obtenidos en 2014. Su más reciente producción literaria ha sido la más destacada entre las 52 presentadas a concurso y el jurado ha valorado el “reflejo que el autor hace de la realidad sociopolítica boliviana, que sumerge al lector en la dura realidad cotidiana de Cochabamba mediante una amalgama de personajes excéntricos y perdedores”.

Lema admite que cuando recibió el anuncio, hace un poco más de una semana, se encontraba con cierto desánimo. Solo días antes su novela se había caído en la votación final de la 73 edición del Premio Nadal, que fue a parar a las manos de la escritora española Care Santos. La noticia sobre el L’H Confidencial lo reconstituyó. “Lo estoy disfrutando”, dice sin poder contener la sonrisa. El autor, Premio Nacional de Novela en 1998 y finalista del certamen Casa de las Américas en 1993, se encuentra en la comodidad de la sala de su hogar. Viste unas pantuflas de lana y un conjunto deportivo de algodón. Recuerda sus primeras incursiones como lector en el género. Fue el intelectual Luis H. Antezana quien le dio su primera pila de libros de novela negra, que incluían títulos como Los mares del sur, del escritor español Manuel Vázquez Montalbán, hasta llegar a Un ciego con una pistola, de Chester Himes, “que ya es más complicada y densa en narrativa”, explica.

El escritor, con 20 obras publicadas, conversó con la RAMONA sobre su premio, el estado actual de la novela negra, la relación que tiene con el género y su personaje Santiago Blanco.

¿Cómo fue que llegó al género hace 26 años?

Una fuerte influencia en el lector es la lectura. La lectura nos motiva mucho, pero la anécdota, sin embargo, fue de los más curiosa. Yo jugaba fútbol en la asociación y en las canchas auxiliares del Félix Capriles. Una de esas veces hubo una trifulca de jugadores, con el árbitro de por medio, y un compañero mío le rompió la nariz al árbitro. Entonces, terminado el problema me volví amigo del arbitro, que era Carlos Aguilar, porque yo era intermediario de la solución. El equipo le pagó una operación, la médica, y una segunda, la estética. Nos volvimos amigos con Carlos y él era un investigador de la Policía, que al mismo tiempo era árbitro. Y yo siempre imaginaba a Santiago Blanco como Carlitos Aguilar. Si bien la lectura me empuja a escribir, esta experiencia del fútbol me da el toque final. Porque Carlos empieza a contarme el trabajo que realiza en la Policía. Son esos investigadores que en ese entonces estaban de terno negro, camisa blanca y una corbata flaca colgándoles del cuello, toditos vestidos igual, una maravilla.

Que te vaya como mereces es la segunda aventura de Santiago Blanco después de volver de su retiro en La Reina del café y otros cuentos policiales. ¿En qué momento se gesta esta nueva entrega? 

Soy consumidor de noticias políticas, culturales y de todo. Me paso gran parte de la tardecita y la noche viendo informativos, leyendo, en fin. Entonces, la noticia política en Bolivia me ha motivado mucho, trabaja bajo la piel: uno no sabe cuándo va a aflorar, la aparición de un cadáver, el nombre del cadáver que no está, que no corresponde. Todos esos entuertos que se mezclan con la política de manera infantil, además grotesca, han ido cocinándose para Santiago Blanco. El momento en que decido escribir es cuando ya no aguanto más estar sin hacerlo. Es siempre lo que me sucede con este tipo de novelas u otras.

El humor, la ironía y la desfachatez están muy presentes en Santiago Blanco y en sus obras. ¿Cuán difícil es abordar estas expresiones en una sociedad tan formal como la de este país?

No deja de sorprenderme que yo ejercite tanto el sarcasmo y la ironía. Con el tiempo he advertido que la gente me considera muy serio, muy formal. Yo advierto que soy así, que hablo así incluso, que soy socarrón. Noto, aun en circunstancias solemnes, que soy pinchador, irónico y la literatura negra, ese tipo de narrativa, me pone a mis anchas, porque es una mirada desde la cloaca de la sociedad, desde la mugre, el sótano o pestilencia. Las otras novelas son un atalaya alta, y uno mira lo que pasa desde los cielos y narra. En cambio, con la policial uno está en la cochinada, descubriendo que detrás del gran hombre hay un cadáver, o detrás de la fortuna hay dos cadáveres y que nadie es tan respetable como presume, y todo eso Santiago Blanco lo conoce. Sus amistades son policías y delincuentes, que, a su juicio, son primos hermanos. Dice: Nadie sabe a ciencia cierta, cuando ve en una motocicleta o un auto a un joven con el gorrito de beisbolista, la polera, la bermuda, si está frente al teniente o está viendo en realidad al ladrón de autos, nadie sabe. 

En otra entrevista dijo que escribir sobre un nuevo género era como “saltar al vacío en silencio, apretando los dientes”. Ahora que ya es un veterano del relato detectivesco, ¿qué sensaciones le quedan cada que vuelve a escribir en un género como el policial?

Es el género que he decidido trabajar hasta el fin de esta actividad mía. Voy a escribir las novelas tradicionales y voy a escribir la novela y el cuento policial. Esos dos. He escrito la novela erótica, la histórica e inclusive una novela sobre fútbol. Todo eso lo he hecho experimentando, porque yo he querido aprender a escribir desde los 14 o 15 años. Empecé con la poesía y después con la prosa. Pero no he dejado de escribir, aun en circunstancias adversas. Y efectivamente, con la veteranía que ya tengo -estoy hablando de más de 30 años de oficio-, he decidido continuar con la novela y cuento policial, además de la tradicional. Yo ya no voy a hacer novela erótica, histórica o ciencia ficción, esa última me deja muy frío. Tengo algunos cuentos que me dejan contento, pero al mismo tiempo me siento muy ajeno a mi forma de ser, porque yo advierto que la vida tiene una poesía con sus problemas, con sus sombras, con sus tramos tan arduos y duros, pero al mismo tiempo esta aventura de vivir es extraordinaria, porque no tiene sentido, no tiene lógica, de cómo estamos aquí, de cómo desaparecemos y todo lo que significa vivir o transcurrir, es hasta gracioso. La ciencia ficción me deja por los suelos, pero voy a escribir novela policial y la tradicional siempre.

Otros colegas de Blanco, como los investigadores Phillip Marlowe y Mario Conde, parecen un alter ego de sus creadores, Raymond Chandler y Leonardo Padura, respectivamente. ¿Hay algo de Santiago Blanco en Gonzalo Lema?

Quisiera creer que el sentido ético. Porque me ha tocado en la vida tomar decisiones que pasaban únicamente y exclusivamente por el filtro ético. Por ejemplo, respetar la primera mayoría esmirriada, flaquísima, en la elección de Alcalde [cuando se presentó como candidato a las elecciones ediles en 2004]. Yo había dado mi palabra a la opinión pública, entonces la cumplí y tengo otros momentos así en lo que se me ha puesto en juego y reaccionado por suerte positivamente. Santiago Blanco es un ser ético, pícaro; en esta novela se queda con la billetera del dueño del frial que está a media cuadra del edificio del cual es el portero, pero hay también razones para hacerlo. Él tiene otra pertenencia social, otro extracto social que es con el cual yo he convivido en el fútbol: he sido feliz con lo nacional popular. Y él viene de allá, es un cholo punateño, comelón de comida criolla, lo otro lo ve muy amariconado, pizzas, comida china. No, no, a él le gusta traspirar, es un gran cervecero y un hombre sentimental, también es duro, sabe aguantar. No ha atacado nunca a nadie y si ha lanzado un golpe, es revancha, pero nunca aplica el primer golpe. Santiago es el ventrílocuo, yo soy el muñeco que escribe, eso es todo, esa es la relación que tengo con él.

La realidad de Santiago Blanco, a lo largo de los libros, refleja una especie de desconfianza y hartazgo hacia las leyes y hacia un sistema judicial que no funciona. Parecería que una visión corrompida de la justicia es algo recurrente desde que empezó con esta serie en 1991 y que no ha cambiado 26 años después, no solo en Bolivia, sino en toda Latinoamérica. ¿Es el cansancio de su personaje un reflejo de nuestras sociedades?

Sí, él advierte que la justicia no persigue el ideal, es decir una vida en paz. Se da cuenta de eso y de que las instituciones de represión del Estado, como la Policía, están confundidas y mezcladas con la delincuencia. Algo está fallando con la ética. Seguramente, la profesionalidad sin sentido ético no tiene sentido y el desánimo frente a la actividad del político, que lejos de constituir un Estado institucionalizado, que trascienda a las generaciones de políticos, más bien se empeñan en desinstitucionalizar el país reiteradamente, en desagregar el cuerpo social, en aprovecharse del Estado a nombre de la izquierda, a nombre de la derecha, a perpetuarse, todos han intentado jugar el pasanaku. Todo eso se siente en él, que es udepista [partidario de Unidad Democrática y Popular, encabezada por su líder y expresidente Hernán Siles Suazo], es pro Siles. Es udepista por la retoma de la democracia o, en buenas cuentas, por la fundación de la democracia en Bolivia, que es la que estamos viviendo, pero efectivamente se divierte frente a su desánimo respecto a la administración del país, en lo político, en lo administrativo, en lo cultural. Tiene una pila de suplementos culturales en el wáter, que es una forma de ejercitar su crítica.

La violencia, el terrorismo, las dictaduras, el narcotráfico, entre otros problemas, han sido cuestiones recurrentes en distintas épocas en la historia de América Latina, que a la vez han sido el sostén de muchos autores para desarrollar relatos en el género policial. ¿Cree que la realidad latinoamericana es un escenario propicio para este tipo de historias?

Claro, lo es. Pero además que nosotros somos irremediablemente ciudadanos de América Latina. No somos europeos, ni del siglo XIX, somos del siglo XXI. Esa es nuestra realidad. Aahora, claro, la realidad latinoamericana es efectivamente maravillosa, porque nuestra mentalidad es como un cable pelado. Respondemos a la cultura del centro, que sería el mediterráneo, España en grueso, pero vivimos en la periferia y aquí se actúa de manera excéntrica. Aquí se puede dormir con los ojos abiertos o se puede dormir y soñar mientras se conversa, algo impensado en la mentalidad alemana. En cambio, en Latinoamérica hay el remedio contra la melancolía, hay las infusiones contra el mal de amor, hay una serie de artificios y artilugios, porque es un continente que tiene de judíos, de africanos, de celtas, de ibéricos y de indígenas. Toda esa mescolanza ha generado eso que llamamos el realismo mágico y solo cambia en matices desde México, El Caribe, las Antillas hasta el frio del sur de Argentina, es la misma familia. Hay una manera afiebrada de ver la realidad, casi delirante: sus dictadores son chistosísimos, los cuasi dictadores también y todos somos potencialmente dictadores, es chistoso eso. En medio de todo eso está el crimen, como está en Europa o cualquier continente, pero aquí el crimen también con esa picardía, esa improvisación, esa innovación. En fin, es posible tener buenos detectives acá.

¿Cuál es la importancia de la novela negra como testimonio de las sociedades hispanoamericanas? 

Es capital. Porque reitero, es la mirada a soplete de la literatura, a su sociedad, a su suciedad, es una mirada sin disimulo. El detective no es un poeta, puede tener un sentido romántico de su misión, pero él es tremendamente objetivo. La narrativa policial es un documento de primer orden, cuando está bien lograda, para entender nuestro tiempo, la forma cómo vivimos, es un verdadero bisturí.

No es hasta hace unos años que el género se pone de moda y tiene reconocimiento, después de ser despreciado por la alta literatura durante todo el siglo XX. ¿Ha cambiado la percepción de la novela negra como un género menor?

Al parecer, sí. Por ejemplo, los alemanes no hacen distinción: es buena literatura o mala literatura. Uno de los precursores fue Edgar Allan Poe, quien, por supuesto, tenía una mano finísima y sabía inventar cuentos redondos, completamente cerrados, pero no estaba atendiendo lo que brillaba, sino lo que hedía. Entonces, claro, eso generaba que el lector culto se tapara la nariz y no optara por leer ese tipo de relatos y luego, gracias a tanta picardía e ironía, y tanto striptease forzado de la realidad, el lector culto entiende que no hay demérito alguno y que más bien es un enriquecimiento de su lectura y de su ser acercándose a este tipo de narrativa. Ha cambiado a fuerza de calidad, cada vez tiene más lectores, más escritores y la gente ha comenzado a entender que se está narrando recreando la realidad y acolchonando a esta actividad, de tal forma que es casi imposible que haya alguien que diga “yo no leo novela negra”. Por su potencialidad logra este consenso. Gracias a esta fortaleza intrínseca que tiene su esencia, su forma de ser, la novela negra es maravillosa.



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