12 de desembre del 2016

El noir habanero de Mario Conde

[Página 12, 12 de diciembre de 2016]

Feredico Lisica

CUATRO ESTACIONES EN LA HABANA, POR NETFLIX

Las investigaciones del detective creado por el escritor Leonardo Padura ahora tienen forma audiovisual. Jorge Perugorría interpreta al agente que investiga una serie de crímenes en una Cuba colorida y decadente.


"Yo decidí hacer un personaje que fuera conflictivo respecto de la realidad que estaba viviendo”, le dijo alguna vez a este diario Leonardo Padura. El escritor cubano se refería Mario Conde, el oficial que funcionó como eje en sus policiales y que ahora converge en una miniserie de Netflix titulada Cuatro Estaciones en La Habana (desde el pasado viernes se puede ver por la plataforma on line). Para confeccionar la entrega se tomaron las historias de su tetralogía literaria comprendida por Pasado Perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño. A ese hombre desencantado pero noble, que no parece ser teniente de la policía y despunta un gran amor por los libros, lo interpreta Jorge Perugorría. Casi a su pesar, lo mejor que sabe hacer es resolver enigmas y pasar por escrito sus andanzas en una máquina de escribir. “No hay nadie mejor que Mario Conde para meterse en La Habana, hurgar en sus oscuridades y sacar alguna luz. Esa mirada especial que tienen los detectives, es especialmente reveladora. Lo que quise fue hacer una especia de crónica, de testimonio de lo que ha sido la vida cubana reciente. En cada una de sus investigaciones se revela un sector de la sociedad cubana pero también la humanidad de una serie de personajes que viven esa realidad de manera cotidiana”, puntualizó el escritor en otra entrevista.
En total son cuatro episodios con una duración de noventa minutos cada uno. Estuvieron dirigidos por el español Felix Bizcarte y en la adaptación fue clave el rol del propio Padura y el de su esposa Lucia López Coll. La intención de ambos era que no se perdiera el registro de las novelas y dejar que la realidad cubana se filtrara de manera natural. ¿Cuál es La Habana resultante? Una que enseña su lado más oscuro y pecaminoso. Hay corrupción, traficantes de todo tipo –drogas e influencias—, pero también el sueño de lo que pudo haber sido la revolución. Conde es un romántico que va lanzando frases a quien quiera escucharlo: “La Habana de tanto decaer se fue a la mierda”; “Policías investigando policías. ¿Qué coño está pasando?”.
La cuestión del contexto es crucial ya que esos libros fueron editados entre 1991 y 1998 y plasmaban lo que estaba sucediendo en la isla tras el fin de la Guerra Fría, el endurecimiento del embargo y las contracaras del régimen. Como dijo su autor, “…aprendí de Hammett, Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia que es posible una novela policial que tenga una relación real con el ambiente del país, que denuncie o toque realidades concretas y no sólo imaginarias”. Ahí va “El Conde” por la capital de Cuba como un Philip Marlowe que sufre el calor, combatiendo su destino, “haciendo lo que tengo que hacer, pero nunca lo que realmente quiero hacer”. La gran diferencia con el icónico detective de los suburbios de Los Ángeles es que Conde es policía. “Era absolutamente inverosímil si ponía a alguien que no fuese policía a investigar un crimen en Cuba, sobre todo si era un asesinato”, Padura dixit. Pero además Conde sueña con ser escritor y eso es lo que lo salva.    
A este sujeto resignado lo convocan para que investigue el asesinato de una profesora de secundario, también estará dándole vueltas a otro caso que tiene que ver con su propio pasado y en todos ellos serpentean varias asociaciones criminales. Como buen policial negro, además de las investigaciones, hay instituciones salpicadas por la desidia, élites cómplices de los negociados, mujeres fatales, música de jazz y bares de mala muerte, y su protagonista: un investigador en penumbras pero con una humanidad compleja y por fuera de los clisés. “Conde representa a una generación de cubanos que creyó en un proyecto de país que no va a ser y se alimenta mucho de la nostalgia. Es un nostálgico de mierda, como se define él”, dijo el actor que lo interpreta.
La fotografía (a cargo del español Pedro J. Márquez) es uno de los puntos más altos de la producción. El tono es crepuscular y ajeno al for export, las casonas descascaradas de los barrios viejos transmiten el sopor de los personajes, y la peligrosidad de una ciudad costera cuando cae el sol. Las escenas de violencia se dan en escenografías inusuales y eso atrapa. En definitiva, son cuatro historias de género dentro de una coyuntura muy singular, donde se plasma el día a día –o la noche a noche– de la ciudad caribeña y sus entornos. Se percibe cómo se vinculan los personajes, su lenguaje corporal, como respiran y transpiran, su habla –que muta la erre por ele—, como huele su comida y como tienen sexo. Cuatro Estaciones en La Habana es, ante todo, una experiencia sensorial. “El noir nunca fue tan colorido”, aseguran en una de las promociones de la miniserie, pero pueda que sea exactamente al revés.



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