22 d’agost del 2016

Reseña de Indómito, de Vladimir Hernández

[El Péndulo de Newton, 26 de julio de 2016]


Confieso que cuando empecé a escribir mi primera novela “La falsa metáfora del Péndulo de Newton”, no tenía claro que tipo de obra iba a acabar siendo. A medida que avanzaba, intuía que desde una perspectiva generalista la trama podía ser clasificada como negro-policial, pero no llegaba a sospechar de cuál de las múltiples sub-categorías bajo el paraguas genérico de “novela negra” acabaría formando parte finalmente, si es que lo hacía en alguna. (Nota: Jordi Canal, espero impaciente tu ensayo sobre las diferentes clasificaciones de la novela negra)
Ahora, tras informarme, aprender de los que saben y sumergirme en la lectura de unos cuantos títulos de esos que se podrían presentar en cualquiera de los festivales de novela negra que últimamente crecen como setas en este país, creo que “El péndulo” es eminentemente una trama policíaca (un crimen que se debe resolver) bajo un esquema de novela-enigma (nada es lo que parece en un principio y el lector es sorprendido con cambios de dirección hasta la sorpresa final.)
En comparación, la novela negra que reseñaré hoy (Indómito, de Vladimir Hernández) es algo bastante diferente (y que conste que no tengo la más mínima intención de equiparar y comparar la calidad de la obra de un novato con la de un escritor consagrado y multi-galardonado.)

Vladimir Hernández nació en La Habana en 1966 y cursó estudios de Ingeniería y física en su país. Allí publicó su primer libro, Nova de Cuarzo, en 1999. Se trasladó a Barcelona en el año 2000 tras quedar finalista del premio UPC con la novela Signos de Guerra. Durante su trayectoria ha ganado varios premios literarios, incluido el de la décima edición del Premio L’Hospitalet Confidencial de novela negra en 2016 por el título que nos ocupa, Indómito,una canónica historia de traición y venganza localizada en la Cuba actual, la del falso aperturismo, un lugar en el que los millenials ya no esperan nada del Estado pero lo quieren todo, sea como sea.
Primera diferencia clara con mi novela – donde lo importante era la trama y el enigma-: una de las bazas más importantes del libro de Vladimir, en línea con los standards del hard-boiled, es la crítica social al sistema político y policial de su país.
En ese sentido, creo que la obra destaca por una descripción directa y descarnada de esa Cuba actual con los diferentes barrios de La Habana como fondo, de la forma de ser de los cubanos, y del sistema que los ha tenido atrapados durante largo tiempo (sistema promovido tanto por el gobierno cubano tras la revolución como por los Estados Unidos y sus compañeros de fechorías globales). Un sistema que al parecer está en proceso de formar parte del pasado, en un movimiento que no deja claro si el futuro va a ser mejor o una mera continuación de los antiguos vicios bajo un lavado de cara superficial.
Desde el punto de vista literario, creo que la obra está estructurada y escrita de forma magnífica. La trama es sencilla y fluye de forma suave y coherente entre sus 220 páginas. El autor tiene la habilidad de que el ritmo no decaiga prácticamente en ningún momento. El lector se identifica rápidamente con el protagonista, Mario Durán, un hijo de esa Cuba desesperanzada donde los jóvenes preparados pueden llegar a tener una carrera universitaria, pero no un futuro (reflejado en ese médico veterano que vive en un cuchitril). Por esta parte, un premio L’H Confidencial totalmente merecido.
El comienzo es impactante: Mario se despierta bajo tierra cubierto de sangre, descubriendo que le han engañado e intentado matar, y que su mejor amigo y única persona en quien confía ha sido asesinado. A partir de ahí, todos los movimientos de Mario se encaminarán a averiguar quién le ha traicionado. Y a tomar venganza.
La prosa de Vladimir es, por decirlo de alguna manera y aunque parezca una afirmación de perogrullo, bastante cubana. Me intentaré explicar: al parecer, a pesar de vivir en Barcelona desde hace bastantes años, su manera de escribir sigue íntimamente ligada a sus orígenes cubanos (lo cual no es nada negativo, sino al contrario). Así, ante los ojos del lector (al menos el español) desfilan un número importante de palabras del “dialecto” habanero que en un principio chocan con nuestro vocabulario nativo. Como ejemplo, este párrafo:
“Paraíso era un nombre pretencioso – o quizás otro ejemplo del típico choteo criollo- para un llega-y-pon; una aldea de infraviviendas formada por una zanja de desagües rodeada de bohíos, bajareques hechos con cañas entretejidas, ranchos vara en tierra de tablas de palma y techos de guano clavados al suelo y pequeñas chozas de paredes de zinc oxidado”
En su favor, esa profusión de vocablos locales no hace perder fuerza a la historia, más bien al contrario: facilita que el lector se sumerja en las calles de La Habana, gran urbe venida a menos, vague por ellas y se involucre en la forma de pensar, sentir, vivir y expresarse de los habaneros. Así podemos añadir un sexto sentido a la forma en la que nos involucramos en la historia.
En el próximo ejemplo, Vladimir nos ofrece un perfecto resumen de cómo cambiaron las cosas en la Isla tras la revolución, en una mirada quizás un tanto nostálgica:
“El edificio, de fachada ruinosa y tiznada de hollín, se alzaba justo al final de la tienda por departamentos Flogar con el antiguo almacén Woolworth -al que su abuelo paterno llamaba Ten Cents-, ubicado en la acera de enfrente. Sesenta años antes, cuando existía la fastuosa tienda El Encanto y San Rafael poseía las mejores joyerías, mercados y peleterías de la ciudad, los compradores compulsivos llamaban a aquel cruce la Esquina del Pecado. Pero el tiempo y las circunstancias habían sido inclementes; las vidrieras y la puerta del Woolworth a San Rafael estaban tapiadas y un tipo de trasiego diferente -tejido de picardía por jineteros, revendedores y putas madrugadoras- bullía entre los tenderetes del parque Fe del Valle, el bulevar y los soportales de la calle Galiano, dándole una connotación diferente al mote de la otrora famosa esquina”
Como decía antes, a partir del comienzo impactante la historia progresa a su debido ritmo, acunado el lector por una trama bien ligada y construida, que fluye continua sin variaciones bruscas de nivel, ni tampoco grandes sobresaltos o giros de guion excesivamente artificiales (aunque sí que hay algunos, estos están al servicio de la historia, y no al contrario como por ejemplo podría ser en el caso del “Péndulo de Newton”).
Un hecho que sí me ha chocado es que un universitario que se supone que no había tenido tratos con el hampa hasta acabar la universidad se transmute en una combinación a medio camino entre el Ángel Vengador y el protagonista de Acorralado, superando en osadía, astucia, pericia y sobretodo rencor a guerrilleros, policías y militares de formación. O es que él es muy listo, o los malos muy tontos, que todo puede ser.
En definitiva, podemos decir que ésta es una historia que atrapa, con una trama canónica de traición y venganza, soberbiamente estructurada y bien escrita, huyendo de giros de guion absurdos o pretensiones artificiales y que da al lector lo que promete en su sinopsis: “Una novela eléctrica, un viaje trepidante y atractivo que nos atrapa desde la primera página y no nos suelta hasta robarnos el aliento”
Veredicto: 100% recomendable.
¡Saludos!
Pedro D.





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