22 d’agost del 2016

'El sueño eterno': el despertar de un género literario

[El Mundo, 22 de agosto de 2016]

Enric González

José Arévalo

Hubo un tiempo en que los hombres queríamos parecernos a Philip Marlowe. No hacía falta haber leído las novelas de Raymond Chandler, el creador de Marlowe, ni saber siquiera de la existencia de ese detective de Los Ángeles: era un arquetipo, el modelo de héroe (o antihéroe) para un siglo tan convulso como el XX, y su personalidad se transmitió posteriormente a miles de personajes de ficción. El héroe era un tipo duro, solitario, honesto, desencantado, inflexible a la hora de negociar su salario, pero insensible ante las tentaciones del dinero y el poder,apegado a un código de honor muy personal, hoy tan pasado de moda como los sombreros o los cigarrillos sin filtro.

Anuncio de antemano que, como a Raymond Chandler, no me interesan demasiado los asesinatos en la campiña inglesa y no consigo creerme a los detectives que deducen la identidad del asesino gracias a una manchita de barro en el atizador de la chimenea. Me gusta leer las aventuras de Sherlock Holmes, pero Sherlock Holmes no existe y tampoco existe el mundo que habita. Jamás existió. El mundo de Marlowe, en cambio, supura realidad, aunque hayan pasado casi 100 años desde que tuvo que abandonar la policía de Los Ángeles, por no respetar lo suficiente a sus jefes, y empezó a dedicarse a la investigación privada.

¿Y Sam Spade? Sin los personajes de Dashiell Hammett, en especial el agente gordo y anónimo de Cosecha roja y el detective de El halcón maltés, y sin el prodigio de su prosa acerada, tal vez Raymond Chandler habría sido un simple publicista alcohólico y Marlowe no habría existido. Sin Hammet, tal vez el génerohard boiled habría permanecido encerrado en las novelitas baratas hasta fallecer de inanición. Pero el escritor Chandler y el detective Marlowe constituyen la cumbre.

Como suele ocurrir con los personajes más reales que la propia vida, Philip Marlowe acabó convirtiéndose en una creación coral. Cosas del arte. El actor Humphrey Bogart obtuvo su primer papel protagonista en la adaptación cinematográfica de El halcón maltés (John Huston, 1941) y moldeó un Sam Spade tenso y cínico. Al año siguiente, Bogart tuvo que encarnar a un personaje llamado Richard Blaine en una película improvisada, con un guion que se escribía sobre la marcha y con un objetivo meramente propagandístico: se trataba de convencer al público de que la guerra de Estados Unidos contra la Alemania nazi, declarada meses antes, estaba justificada. Casablanca resultó una película maravillosa por pura casualidad y porque Bogart interpretó a un Blaine que se parecía mucho a Sam Spade, aunque de esmoquin blanco, con el añadido (idea del mismo Bogart) del ajedrez solitario.

Cuando, ya terminada la guerra, Bogart se metió en la piel de Philip Marlowe para rodar El sueño eterno (Howard Hawks, 1946), le confirió características de Sam Spade y de Richard Blaine. Le confirió también su propia estatura física, bastante limitada. Eso obligó a hacer algunos retoques en el relato. Al principio de la novela, Marlowe llega a la mansión del coronel Sternwood y la joven Carmen Sternwood le saluda con una frase: "Es usted muy alto". "Ha sido sin querer", responde Marlowe. En la película, Carmen Sternwood saluda de forma muy distinta: "No es usted muy alto, ¿no?". La respuesta también cambia: "Bueno, yo, ejem, hago lo que puedo".

Los diálogos chispeantes, una de las grandes especialidades de Chandler, se agregaron al arquetipo: el héroe había de ser capaz de construir con rapidez frases ingeniosas, sarcásticas e insolentes, a veces autoirónicas.

Muchos actores, además de Bogart, han interpretado a Marlowe: Dick Powell, Elliot Gould, James Garner, Robert Montgomery y Robert Mitchum, entre otros. De ellos, Mitchum era quien más se ajustaba al físico y la mirada descritos en las novelas: un tipo corpulento y sardónico. Hay quien le considera el mejor Marlowe. Pero Mitchum no era capaz de convertirse en una ametralladora de frases. Él encarnaba mejor a otro arquetipo de héroe del siglo XX, el tipo grande y silencioso con el que era mejor no meterse, y para eso ya estaba John Wayne.

Bogart fue, pues, la mejor piel de Marlowe. Aunque no diera el tipo: Raymond Chandler dijo más de una vez que imaginaba a su personaje con el aspecto de Cary Grant (qué disparate), y el acento neoyorquino de Bogart tampoco cuadraba con un detective que había pasado toda su vida en Los Ángeles. Bogart funcionaba perfectamente en el género negro. No se parecía en nada al Sam Spade literario (descrito por Dashiell Hammett como "un Satán rubio" en la novela El halcón maltés), pero hizo una creación fantástica. Bogart era siempre Bogart, de acuerdo. El caso es que el actor Bogart, de quien sólo los cinéfilos recuerdan sus personajes de malvado anteriores a 1941, era a su vez un personaje construido a partir de sus interpretaciones de Sam Spade, Richard Blaine y Philip Marlowe.

El binomio Marlowe-Bogart tuvo una larga descendencia. ¿A quién creen que imita el aventurero Han Solo, el personaje de Harrison Ford, en La guerra de las galaxias? El mejor intercambio de esa película ("Te quiero". "Lo sé") es puro Marlowe. Cuando Roman Polanski y Jack Nicholson hicieron Chinatown, una película sobre la corrupción de Los Ángeles en los años 30 (la ciudad y el tiempo de Marlowe), pensaron en los relatos de Chandler. Cuando Woody Allen recurre a un detective, Kaiser Lupowitz, para investigar problemas filosóficos, caricaturiza a Marlowe-Bogart.

Raymond Chandler reveló las entretelas de Philip Marlowe en su ensayo El simple arte de matar. Comprueben hasta qué punto su héroe-antihéroe sigue vigente: "Por estas malas calles debe andar un hombre que no es malo, que no está comprometido ni asustado. El detective de esa clase de relatos tiene que ser un hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Debe ser un hombre completo y un hombre común, y a la vez un hombre extraordinario. Debe ser, para usar una frase trillada, un hombre de honor por instinto, de forma inevitable, sin pensarlo y ciertamente sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. Su vida privada no me importa mucho; creo que podría seducir a una duquesa, y estoy seguro de que no tocaría a una virgen (...) Es un hombre relativamente pobre, pues de lo contrario no sería detective. Es un hombre común, pues de lo contrario no viviría entre gente común. Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno, o no conocería su trabajo. No acepta con deshonestidad el dinero de nadie ni la insolencia de nadie sin la correspondiente y desapasionada venganza. Es un hombre solitario, y su orgullo consiste en que se le trate como a un hombre orgulloso".

Según Paul Auster, el Marlowe de Chandler cambió para siempre los ojos con que la literatura observa Estados Unidos. Para Chandler, el capitalismo significaba injusticia y la política implicaba corrupción. Aunque Chandler dijera que el detective "es el protagonista, lo es todo", lo que le interesaba era describir su país y su época, y lo hizo con una clarividencia asombrosa. Las tramas (sus novelas se hicieron juntando diversos relatos anteriores) fallaban con frecuencia: el propio escritor reconoció no tener "ni idea" sobre quién mata al chófer en El sueño eterno. ¿A quién le importa? No a Marlowe, desde luego, que se definía, con el habitual sarcasmo, como un "bebedor ocasional, la clase de tipo que sale a tomar una cerveza y despierta en Singapur con barba de varios días".



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