9 de novembre del 2015

La novela negra en Venezuela: ¿un caso cerrado?

[Efecto Cocuyo, 8 de noviembre de 2015]

Eloi Yagüe Jarque


Una fecha clave en la aparición del género policial en Venezuela es la publicación en 1978 de Cuatro crímenes, cuatro poderes, de Fermín Mármol León, libro del cual dijo el escritor Arturo Uslar Pietri (Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1990), que era el peor escrito que había leído, pero el más interesante.
En verdad no es una novela sino una serie de crónicas, redactadas en el más puro estilo forense, sobre casos que había manejado Mármol León en su condición de jefe de Homicidios de la extinta PTJ (Policía Técnica Judicial) que impactaron en su momento a la opinión pública pues involucraban al poder político, al económico, al eclesiástico y al militar.
Si bien su escritura carece de imaginación y de vuelo literario, no se puede negar que Mármol tuvo la valentía de ventilar en público los trapos sucios del poder y nadie puede quitarle su condición de pionero. Considerado el libro más vendido en la historia editorial del país (700 mil ejemplares a la fecha), fue llevado al cine por Román Chalbaud en las películas Cangrejo I y II (cangrejo, en argot policial es un caso no resuelto).
Cuatro crímenes cuatro poderes no era novela ni era negra. En sentido estricto, este género surgió en Estados Unidos a raíz de la crisis económica y social de los años 20 y 30 del siglo pasado, caracterizada por desempleo, corrupción generalizada y surgimiento de poderosas mafias criminales en el marco de producción y contrabando de alcohol, actividades penadas por la Ley Volstead o Ley Seca.
La novela negra norteamericana tuvo autores tan representativos como Dashiell Hammet, Raymond Chandler o Jim Thompson, y codificó la figura del detective privado, un antihéroe literario caracterizado por ser una especie de vengador solitario provisto de un rígido código de ética personal, así como de una enorme capacidad de ingesta alcohólica y gran carisma personal que no le sirve de nada con las mujeres.
En Venezuela, la novela negra, considerada como la novela social por excelencia según el concepto de Paco Ignacio Taibo II, gran gurú hispanomericano del género, tuvo que esperar hasta los convulsos 80 para irrumpir con fuerza. Tal vez porque fue en esa década que se produjeron los primeros síntomas de una generalizada crisis económica, política y social que derivó en el Caracazo, la conmoción social del 27 de febrero de 1989, que dio al traste con el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez y allanó el camino para el arribo al poder, nueve años más tarde, de Hugo Chávez.
En los años 80 irrumpe en el panorama editorial Marcos Tarre, arquitecto y columnista de El Nacional en materia de seguridad (luego –también él– sería jefe policial), quien creó al comisario Gumersindo Peña, suerte de James Bond a la venezolana, desarrollando una saga que ya cuenta con varios títulos: Colt Comando 5.56 (1983, llevada al cine en 1987), Sentinel 44 (1985), Operativo Victoria (1988, finalista del premio Rómulo Gallegos), Bar 30 (1993), Bala Morena (2004), Rojo Express (2010).
En 1998, Eloi Yagüe Jarque gana el premio Semana Negra de Gijón al mejor relato policial con la Inconveniencia de servir a dos patronos. En 1999 aparece su novela negra Las alfombras gastadas del Gran Hotel Venezuela, primera de la saga del periodista Castelmar, la cual fue finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2001, y en 2000 su libro de relatos Esvástica de Sangre que incluye el mencionado y el que le da título al libro, que obtuvo el premio Carlos Castro Saavedra, en Medellín.
Aunque la novela negra empieza a tener adeptos en Venezuela, como lo demuestra un público que sigue fielmente a autores tales como Manuel Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri o Henning Mankell, no es sino hasta 2005 cuando el editor Leonardo Milla se atreve a lanzar Alfa 7, la primera colección nacional de novela policial. Durante varios años, hasta su fallecimiento en 2008, publicó a autores como José Pulido (La canción del ciempiés), Roberto Echeto (No habrá final), Ana Teresa Torres (El corazón del otro), Valentina Saa Carbonell (La sangre lavada), Luis Medina (Matándolas a todas), Alberto Arvelo Ramos (Honestidad), Alexis Rosas (Los últimos pájaros de la tarde) y Marcos Tarre (Bala Morena).
Tras un paréntesis de varios años, en los que algunos autores emergentes como Fedosy Santaella o Héctor Bujanda, utilizan en sus narraciones técnicas, atmósferas y estructuras propias del policial, Ediciones B decide lanzar una nueva colección, llamada Vértigo, y le encomienda a la escritora Mónica Montañés su diseño. Ella decide que las novelas a publicar girarán alrededor de la situación de la mujer en Venezuela, bien sea como victimaria o como víctima.
En septiembre 2012 fue presentado el primer título: La segunda sagrada familia, de Inés Muñoz Aguirre. Posteriormente fueron publicados Eduardo Sánchez Rugeles (Jezabel), José Manuel Peláez (Por poco lo logro), Wilmer Poleo Zerpa (Guararé), María Isoliett Iglesias (Me tiraste la hembra p’al piso), José Pulido (El requetemuerto), Valentina Saa Carbonell (Óyeme con los ojos), Eloi Yagüe (Amantes Letales) y la propia Montañés (La víctima perfecta).
Actualmente la novela negra en Venezuela se encuentra frente a una paradoja.Por un lado, en el país se vive una crítica situación económica, social y política, similar a la que dio origen a la novela negra norteamericana; por el otro, sin embargo, no hay incentivos para publicar, no hay papel, ni tinta, ni premios, ni editores dispuestos a apostar por el género.
En el país se calculan unos 24 mil homicidos al año; a la vez proliferan las denuncias de corrupción generalizada en los más altos estamentos; existe un alto índice de impunidad, así como la presencia del crimen organizado en mafias dedicadas al narcotráfico, al contrabando y al lavado de dólares, todo estos son elementos que configuran un caldo de cultivo favorable para la aparición de un poderoso movimiento de novela negra.
Empero, una vez más la realidad parece ganarle la partida a la ficción. Los libros más vendidos en el país son escritos por periodistas y tienen que ver con casos criminales de la vida real, como el del psiquiatra Emundo Chirinos o el asesinato de la modelo Mónica Spears, que si bien cumplen la función de ser puntuales carecen de vuelo literario.
La novela negra se encuentra en pausa en este momento en Venezuela. Los escritores se plantean otros retos y muchos ya se han ido del país. Tal vez se pierda el empuje inicial que llevó a un florecimiento de esta vertiente literaria. De ser así, habrá que ponerle el sello de “caso cerrado” a la historia de un género que murió sin haber llegado a conocer la madurez.






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