26 de setembre del 2015

Comentario a “La música de la soledad”, de Ramón Díaz Eterovic

[Letras de Chile, 25 de septiembre de 2015]

Antonio Rojas Gómez


“La música de la soledad”, novela, Ramón Díaz Eterovic.
Editorial Lom, 344 páginas.
“Estamos en el negocio de olfatear malos olores”, dice Heredia en la página 284. Heredia, ustedes saben, es un detective privado con el que nos toparemos cualquier día, al caminar por la calle Aylavillú, en el barrio de la Estación Mapocho. Es un personaje popular en el Santiago de nuestros días, como lo fue el comisario Jules Maigret en el París de los años 40, Hércules Poirot en Inglaterra, Pepe Carvalho en España, Kurt Wallander en Suecia. Heredia, sin nombre de pila, igual que Morse, el Inspector Jefe de Oxford que creó Colin Dexter, no les va en zaga a ninguno de aquellos famosos investigadores literarios, ni a los numerosos que pueblan la literatura negra estadounidense, cuna del género. Heredia está a la altura de las cumbres de la novela policiaca mundial, no porque resuelva casos de lo más intrincados, sino porque tiene consistencia, peso específico como ser humano, y porque sus historias no se quedan solamente en el esparcimiento, sino que reflejan con fidelidad la sociedad chilena de hoy. Y con esto responden al aserto de su creador, quien dijo que la novela policial ha venido a ocupar el lugar que alguna vez tuvo la novela social.
La música de la soledad es la más reciente de la serie, que suma ya quince novelas. Incursiona en el tema de las empresas mineras que explotan recursos naturales sin considerar las necesidades de las comunidades insertas en el entorno. El abogado que defiende a los pobladores es asesinado y ese crimen desata la acción, que es variada y ágil y no da respiro a Heredia, ni tampoco al lector.
A medida que vamos avanzando en la trama, descubrimos que Heredia, humano al fin y al cabo, se está poniendo viejo, como todos, y parece dispuesto a sacrificar su independencia para unirse a una mujer, si no en matrimonio eclesiástico y civil, en algo muy parecido, lo que sorprende a sus compañeros eternos, Anselmo, el quiosquero, y Simenon, el gato.
Digamos que este intríngulis, el del estado civil de Heredia, resulta tan sorprendente como el del crimen que investiga. Y que en las páginas finales lo es mucho más, puesto que suponemos de antemano que el misterio de las muertes se aclarará. Pero Heredia, ¿se casa o no se casa?
Lo que decíamos al comienzo. La densidad humana del personaje le permite tratarse de tú a tú con los grandes de la novela negra. Es un orgullo para los chilenos que tengamos un detective literario de tan alto vuelo, que se maneje con ese talento en el complejo negocio de olfatear malos olores.
Fuente: Revista Occidente



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