27 d’agost del 2015

Veinticinco años con Mario Conde

[IPS Cuba, 25 de agosto de 2015]

Leonardo Padura Fuentes 

Ahora con rostro para el cine.


Por estas fechas del año 1990, cuando al calor de agosto se sumaban los calores provocados por las noticias que llegaban cada día del este de Europa y que amenazaban con incinerarnos, tomé una de las decisiones que, sin poder imaginar lo que significaría, más trascendencia tendría en mi vida personal y profesional: llamaría Mario Conde al investigador encargado de realizar la pesquisa criminal en la novela policial que había comenzado a escribir. Un año más tarde, en el otoño de 1991, en una modesta edición mexicana realizada por la editorial de la Universidad de Guadalajara, saldría a la luz aquella novela, que titulé Pasado perfecto, protagonizada por aquel policía con un apellido que funcionaba como un apodo -el Conde-, ese personaje que con fidelidad y entereza, me ha acompañado en muchos de mis empeños literarios de estos últimos 25 años.
Por supuesto que era para mí imposible imaginar lo que, con los años, resultaría de aquel intento de escribir una novela policial cubana, muy cubana, pero que intentara escapar de los estereotipos fijados en la isla.
La creación inicial de Mario Conde no incluía la posibilidad de que su vida se prolongara en el tiempo, aunque sin darme cuenta de ello, el personaje ya tenía en su ADN aquella capacidad reproductiva. Aunque en Pasado perfecto esta figura resulta todavía bastante funcional en términos narrativos, en la conformación de su historia personal y de su carácter puse todo mi esfuerzo creativo en el propósito de dotarlo de una humanidad capaz de conferirle, al mismo tiempo, singularidad y universalidad. Por ello, aunque el Mario Conde inicial aún no había completado las peculiaridades de su carácter, tenía en sí algunas de las condiciones que desde entonces lo acompañarían: Conde iba a ser –y fue, y lo seguirá siendo- un cubano que ve y vive la vida desde la perspectiva de la calle, de su barrio, de su generación y de su sensibilidad. Y desde ese punto de vista expresa la realidad que lo rodea y se propone conectarla con los dramas propios de la universal condición humana.
Si a lo largo de la década de 1990 escribí otras tres novelas con el personaje de Mario Conde y si en los años que corren del siglo XXI me he empeñado en otras cuatro (incluyo La cola de la serpiente), todo se debió a lo que resultó de aquel experimento en que me enfrasqué hace 25 años. Porque cuando pude traer a Cuba algunos ejemplares de la edición mexicana de Pasado perfecto y los repartí entre mis amigos-lectores, hubo una especie de coincidencia predestinada en los comentarios que les exigí para saber qué cosa había logrado: incluso a los menos entusiasmados por la novela, lo que mejor les funcionó, lo que más le atrajo, fue la personalidad de aquel policía que ni siquiera sabía bien la razón por la cual era policía, que alguna vez quiso ser escritor (y seguía deseándolo), que tenía unos amigos con quienes se emborrachaba hasta la inconsciencia y con los que hablaba de lo humano y lo divino, se enamoraba como un perro y, a pesar de su oficio, era alguien que por principio rechazaba la violencia, más cuando resulta ejercida desde posiciones de poder. Un policía que, para ser un poco más inverosímil, prácticamente no conocía nada de procedimientos investigativos científicos y, entre sus problemas existenciales tenía el de pensar que estaba gastando una vida equivocada.
En el largo camino literario que he recorrido en estos años acompañado por Mario Conde varias serían las sorpresas que me esperaban: primero el hecho de poder prolongar su vida tantos años; luego la llegada de reconocimientos que comenzaron con el Premio UNEAC de novela de 1993 y se afincaron con el Premio Café Gijón de 1995, en España, un galardón que serviría para colocar aquella novela –Máscaras- en manos de la editorial Tusquets, que decidiría publicarla para abrirme las puertas del mercado del libro español y del resto de mundo –hasta llegar ahora a las 21 lenguas en que han aparecido las historias de Mario Conde.
A lo largo de todo ese proceso, en el cual aún estoy inmerso –he comenzado a escribir una nueva novela en la que, por el argumento urdido, recurro otra vez al Conde-, la vida de este personaje ha evolucionado desde la juventud de sus 35 años hasta el susto de la llegada a los 60, ha cambiado de oficio –de policía a comprador de libros viejos-, mientras la circunstancia que lo envuelve también se ha movido al ritmo de los tiempos transcurridos desde el crítico 1989 hasta el presente cargado de interrogantes que vamos viviendo. Con Mario Conde he procurado realizar un recorrido por la realidad y la espiritualidad cubana de estos años, desde varias perspectivas generacionales (aunque predomine la de su/mi generación), para conformar una especie de crónica de un periodo tenso e intenso de la vida nacional. Pero, al mismo tiempo, he afincado al personaje en unas convicciones que resultan inalterables, pues implican su humanidad y su ética: su fidelidad, su decencia, su romanticismo, su pesimismo, su nostalgia… y sus preferencias nicotínicas y etílicas.
Al llegar a sus 25 años de vida literaria ha aparecido para este personaje un nuevo reto: su trasmutación en figura cinematográfica, con voz y rostro. Luego de largos años de espera y de intentos por conseguirlo, al fin se está concretando esa posibilidad gracias a la serie de cuatro películas para la televisión –una de ellas, Vientos de cuaresma, tendrá versión para salas de cine-, producida por Tornasol Films, dirigida por el español Félix Viscarret y protagonizada por Jorge Perugorría… el rostro fílmico de El Conde. Pero, por si esta versión cinematográfica con estreno previsto en el 2016 no resultara ya demasiado para cualquier sueño que hubiera podido tener en 1990, Mario Conde tendrá otra vida audiovisual más, en la serie que con el concurso de compañías de varios países se propone producir y protagonizar el actor español Antonio Banderas… ¡otro rostro fílmico para el Conde!
Para mi satisfacción personal, mientras Mario Conde sufre los arduos procesos de pasar de la literatura al cine, con todos los riesgos que el proceso implica, su vida puramente novelesca mantiene su salud: en ocasión de la venidera Feria Internacional del Libro de Guadalajara (ciudad en la que vio la luz editorial hace 24 años) la filial mexicana de Tusquets Editores publicará una edición conmemorativa de Pasado perfecto, la novela en que debutó el personaje hace 25 años y que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue teniendo lectores en medio mundo.
Mi vida personal y literaria no sería la que ha sido y es sin la existencia de este policía literario, devenido comprador de libros viejos y eterno testigo de una sociedad tan peculiar como la cubana. Mario Conde ha sido, durante todo este tiempo, mis ojos en esas ocho novelas en las que hemos convivido, y el motivo de mi mayor orgullo: que lectores de muchas partes del mundo y sobre todo los cubanos (a los que más difícil se les hace el acceso a los libros del Conde) lo hayan aceptado y querido, y hasta le hayan obsequiado la capacidad para convertirse del personaje que es en la persona que algunos ven, y por cuya suerte, destino y continuidad me preguntan con frecuencia.
Por eso, aunque con su discreción y timidez habitual, invisible pero tangible Mario Conde estará conmigo en la ceremonia de recepción del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015. Porque sin el Conde, ¿cómo yo habría llegado hasta allí? (2015)





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