3 d’agost del 2015

'La chica del tren': Un viaje previsible con demasiadas paradas

[culturplaza.com, 3 de agosto de 2015]

Eduardo Almiñana

La llaman la novela del verano. Un thriller que dispone de 'voyeurismo', alcoholismo, paranoia o asesinato y que a pesar de ello no alcanza los niveles de intriga que promete


Rachel realiza el mismo recorrido matutino en tren día tras día, de Ashbury a Londres. Desde el tren se permite contemplar de un modo efímero las vidas de otras personas. Conoce de memoria el trayecto y el paisaje. Ahora se encuentra a este lado, pero hace tiempo estuvo al otro, más allá del cristal de la ventana que la separa de ese mundo que pasa tan rápido. Por las tardes se monta en otro tren y regresa a casa. Rachel tiene ciertos problemas con el alcohol y también con el olvido. Por una parte le cuesta seguir adelante y borrar de su memoria el recuerdo de una vida —de una persona— pasada. Por otra, es incapaz de traer de nuevo a su mente ciertas experiencias; al parecer la bebida se las ha llevado dejando en su lugar un negro vacío, paradójicamente, repleto de culpabilidad.
Megan y Anna pertenecen a ese universo al que uno accede si cruza las vías. Las idas y venidas de los trenes forman parte de su entorno. Están ahí, simplemente. Intentan no prestarles demasiada atención, de la misma manera que quien vive junto a un aeropuerto se esfuerza en no escuchar el rugido de los motores que elevan del suelo a los aviones, o quien duerme cerca de un campanario desarrolla la habilidad de ser ajeno a los tañidos de las campanas. Megan y Anna no ven a Rachel pasar cada día. Pero Rachel sí puede verlas a ellas. De hecho, Rachel no solo las ve. También las analiza y fantasea con sus vidas. Con cada una de un modo distinto.
Este voyeurismo no le reporta a Rachel más que sensaciones agridulces en el mejor de los casos. En realidad, generalmente contribuye a hacerla sentir parte de una rutina gris y anodina. Pero todo cambia cuando es testigo de un hecho anormal, un suceso que nadie más podría haber percibido e interpretado a excepción de ella. Es su oportunidad: por fin podrá ser algo más que una mera espectadora, ahora será también una jugadora sobre el terreno.
 

Esta es la premisa de la que parte La chica del tren, de Paula Hawkins, novela que está pulverizando récords de ventas: veinte semanas consecutivas como libro de tapa dura más vendido —arrebatándole el pódium en esta categoría al mismísimo Dan Brown—, millones de ejemplares agotados que han logrado hacer sombra incluso al lanzamiento del muy esperado Grey. Las cifras lo corroboran: un auténtico fenómeno mundial. ¿Cuáles son las causas de este tremendo éxito? ¿Qué ha impulsado a tanta gente a escoger este libro y no otro en las librerías? Francamente, una vez leído, tal frenesí se vuelve más difícil de entender.
Para que un libro sea considerado bestseller solo hace falta una cosa: que venda mucho. Parece obvio. Bestseller —o superventas— no dice nada acerca de la calidad del texto. Hay bestsellers muy interesantes, y otros que no lo son tanto. Por lo general el bestseller actual suele contar una historia para todos los públicos que se desarrolla a base de revelaciones, giros y sorpresas de distinta índole. Sea una novela romántica o un thriller como en este caso, la mecánica es muy parecida. Este tipo de recursos mantienen nuestra atención y nos hacen querer seguir adelante, nos cautivan, nos sumergen de lleno en los acontecimientos que se narran. Saber manejarlos no es sencillo: hay que crear el ritmo adecuado, hay que tener talento y oficio.
El problema es que La chica del tren es completamente arrítmica. La dosificación no es correcta; durante las primeras doscientas páginas la trama transcurre lenta y ligera de sustancia, para cerca del final, explicar con prisas todo el misterio, una serie de clichés de telefilm vespertino que seguramente muchos descubran bien pronto. Además de esto, en demasiadas ocasiones las situaciones son artificiales e inverosímiles, los personajes son construcciones de manual carentes de atributos que nos hagan recordarlos una semana después de pasar la última página, los lugares comunes exceden lo admisible. Ante este panorama, uno se pregunta dónde encontraron otros un rompecabezas deslumbrante, electrizante, espectacular, o envolvente, por hacer uso de algunos de los calificativos que se han empleado en las tapas de la edición. Cabe pensar que estos lectores caerán desmayados si algún día se cruzan con los grandes títulos de la auténtica novela negra. ¿Cómo se referirán a ellos sin caer en la hipérbole lovecraftiana?
 

LA ESTACIÓN DEL DESCARRILAMIENTO
El verano es muy proclive a regalarnos obras de este tipo: títulos en cuyas portadas leemos mensajes que generan enormes expectativas, libros de los que se habla tanto que se vuelven omnipresentes a raíz de poderosas campañas publicitarias. Los vemos en todas partes; ocupan lugares importantes en las estanterías de las grandes superficies, se anuncian en la radio, se habla de ellos en programas de televisión, gozan de mucha presencia en internet, reciben elogios de todo tipo. Son los libros que hay que leer, son booms editoriales de playa y sombrilla. Todo bien siempre y cuando consigan, por lo menos, ser entretenidos.
Cuando no consiguen siquiera atraparnos como otros primos hermanos suyos, cuando son previsibles e idénticos a un sinfín de creaciones anteriores de tal manera que tenemos una persistente sensación de déjà vu durante toda su lectura, hay que aprender la lección para la próxima. Los libros que te acompañen en el transcurso de tus vacaciones no tienen por qué ser los mismos que los de miles de vecinosHay una gran variedad donde escoger, un sinfín de andenes en los que esperar para iniciar ese viaje literario-vacacional. Asegúrate de comprar el billete adecuado.



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