14 d’agost del 2015

Claudia Piñeiro disecciona en sus novelas a la clase media argentina

[El Comercio, 13 de agosto de 2015]

Alexander García


La escritora argentina Claudia Piñeiro este miércoles 12 de agosto en un encuentro con el público en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Foto: Gabriel Proaño para EL COMERCIO.

El elemento policial forma parte de las novelas de Claudia Piñeiro. En 'Una suerte pequeña' (2015), su más reciente libro, la protagonista se sumerge también en una investigación, pero es una indagación sobre su tragedia y en su propio dolor.

Mary Lohan, Marilé Lauría o María Elena Pujol –la que es, la que fue, la que había sido en un principio- escribe para entender por qué huyó de su familia, al tiempo que el lector lo va descubriendo en una suerte de thriller de los sentimientos.

La escritora argentina es una de las invitadas extranjeras a la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, que la Municipalidad abrió este miércoles 12 de agosto y que se extenderá hasta el sábado 15 de agosto en el Centro de Convenciones. Piñeiro habló con EL COMERCIO sobre el carácter familiar de su obra, que "disecciona" también a la sociedad argentina.

Usted dice que sus novelas surgen a partir de una imagen de la que tira hasta ver a dónde la llevan. ¿De dónde nace Una suerte pequeña, su más reciente libro?

Antes de empezar a escribir tenía dos imágenes en la cabeza. Una imagen era la conductora de un auto frente a unas vías férreas, esperando que la barrera se levante, pero el tren no llega y tiene que decidir si pasa o sigue esperando.

La otra imagen era la de una mujer que se levantaba en la mañana y salía al balcón, donde encontraba excremento de algún animal y empezaba con una investigación doméstica. Y antes de empezar pensaba en cuál novela era la que iba a escribir, si la de la barrera o la del murciélago y un día dije: es la misma mujer. Esta novela es la única que tiene dos imágenes disparadoras.

 ¿Qué tipo de historia surgió a partir de allí? ​

La historia de Mary Lohan, que tenía otro nombre: cuando vivía en Argentina se llamaba Marilé Lauría. Y se va del país por una desgracia, es el punto de giro de la novela. Hay una desgracia que ella no sabe cómo manejar y decide irse a Estados Unidos. Y se va 20 años. Por una cuestión de trabajo regresa al colegio donde ella trabajó tantos años atrás.

Ella cambia mucho físicamente, ahora es pelirroja, adelgazó mucho, se cambió el color de ojos con lentes de contacto, cosas que fue haciendo en ese proceso de irse. Tiene la esperanza de que no va a ser reconocida, pero cuando nadie la reconoce también se siente mal. Y finalmente tiene el encuentro que tanto teme, pero que necesita enfrentar. Es una novela que tiene muchísimo suspenso, pero el suspenso es familiar, es personal, es psicológico, no policial (como en mis otros libros).

Le dio a leer esta novela a su hijo a medida que la escribía. ¿Usted, como la protagonista, dudó también en algún momento de este rol de la maternidad? ​

La maternidad no fue una duda para mí. Pero en esta novela la protagonista también es madre, y lo que se cuestiona es si supo serlo, si lo hizo bien, si tuvo las herramientas para hacerlo. Entiendo perfectamente este movimiento de la no maternidad: hay muchas mujeres que no quieren tener hijos, y hasta hace algún tiempo eso era algo mal visto.

La maternidad está llena de pequeños fracasos, dice la novela. ¿El libro sugiere que una tragedia pone realmente a prueba lo que significa ser madre? ​

 Sí, a veces uno puede pasar por la maternidad sin que le pase nada realmente grave, el problema es cuando pasa algo que uno como madre no sabe cómo resolver. Lo que la protagonista recupera con este viaje es la palabra, poder contar lo que le pasó tras 20 años de silencio. El lector va detrás del hombro de la protagonista mirando lo que está pasando al mismo tiempo que lo va mirando ella.

Cuando se comienza a leer la novela, se puede pensar por error que es un libro sobre el éxodo de la dictadura. ¿Es otra forma de tratar el tema del exilio?

En 2001, cuando la crisis económica también hubo mucho éxodo de argentinos, una suerte de exilio económico, el más grave que tuvimos fue el político, el de la dictadura. En este caso es un exilio social. Es un exilio elegido, personal. Pero de alguna manera a Mary Lohan la obligaron a irse, la obligó a irse su entorno, la gente que la rodeaba, la mirada del otro que juzga lo que vos hiciste y que te señala con el dedo.

El estudio la sociedad argentina es otra constante en su obra. ​

Hay mucha gente que me dice que hay como una disección de la clase media. La clase media en Argentina es una avenida muy amplia. Casi todas mis novelas se centran en esos estratos sociales y en el conurbano bonaerense, en los alrededores de Buenos Aires. Y esa cosa de mirar al otro y de juzgar, a veces de forma desmedida, tiene mucho que ver con ese tipo de sociedad.

¿La forma de urbanizar estos distritos metropolitanos y el aislamiento de las urbanizaciones cerradas también han dado pie a algunos de sus libros?

Funcionan muy bien como cuarto cerrado, un modelo de la novela negra clásica. En el policial si en un cuarto con llave mataron a alguien quiere decir que el asesino está ahí. Estos 'countrys' que tienen tanta seguridad para entrar, que te revisan el auto, que se fijan si llevas algo en el baúl; si matan a alguien el asesino está dentro.

La novela que había escrito sobre estas urbanizaciones era Las viudas de los jueves, pero con los años me seguían hablando de esa obra. Y Betibú era como una revancha. Lo curioso de estas urbanizaciones es que pretenden aislarse con muros y seguridad privada, y con cada vez más normas, pero igual allí suceden secuestros, robos y asesinatos…

¿La diferencia entre Las viudas de los jueves y Betibú es que en la segunda el objetivo era decididamente crear una novela policial? ​

Antes de Betibú a ninguna de mis novelas las escribí pensando que eran un policial, pero aparece un muerto y aparece el enigma, la búsqueda de la verdad, y una subtrama policial. Pero son novelas de personajes, con miradas hacia lo familiar y lo social.

En Las viudas de los jueves los que cuentan el country (donde aparecen tres cadáveres en una piscina) son los que viven dentro. En Betibú lo que prima es la mirada externa, la escritora y los periodistas que ingresan a la urbanización a investigar un asesinato, que están siempre pasando por esa barrera donde los revisan a todos.




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