29 de juliol del 2015

La vida en 'noir': habla Didier Daeninckx

[mas24, 28 de julio de 2015]

Una conversación con el novelista francés, último representante del 'polar' comprometido

Jesús Palacios


Fue uno de los protagonistas secretos de la pasada edición de la Semana Negra de Gijón, a la que no había vuelto desde muchos años antes. Didier Daeninckx es quizás el último gran representante del polar comprometido de los años 80, un autor que evade etiquetas y tópicos, con postura siempre comprometida y crítica. Nacido en Saint Denis en 1949, en el seno de una familia militante de tradición firmemente izquierdista, Daeninckx se convirtió en una de las grandes promesas de la novela negra francesa de los años 80, etiquetada con prisas como neo-polar, asumiendo el género como eficaz medio para analizar con lucidez y dureza los problemas de la sociedad francesa en particular y europea en general, con un ojo puesto en las cuestiones más candentes del momento y otro en las heridas sin cicatrizar de un pasado siempre vivo. Antiguo militante comunista, periodista, ensayista y polemista temible, Daeninckx ha radiografiado la contemporaneidad a través de las investigaciones de su ya clásico inspector Cadin, creado en 1982, quijote moderno eternamente exiliado de comisaría en comisaría durante cinco novelas y un libro de relatos, hasta su trágico final, si bien en los últimos años se ha decantado preferentemente por la recuperación de la historia reciente de Francia, en novelas como El último de los últimos (Akal), con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo, convertida en historieta por el mismísimo Tardí.
Afable, incisivo, lúcido y profundamente preocupado por los extraños tiempos que vivimos, Didier Daeninckx nos obliga a mirar la realidad desde su perspectiva más negra –más noir-, con la esperanza de no repetir los errores del más trágico pasado europeo.
¿Cómo se tomó su familia que se dedicará a escribir novelas policíacas?
Podríamos decir que en mi familia se vivía con cierta tensión. Una parte de ella era firmemente bolchevique, mientras que la otra era anarquista. De hecho, esta última había montado una especie de comuna en el jardín, en un pabellón donde convivían de forma bastante caótica separados del resto, lo que escandalizaba a la otra. Desde luego, los anarquistas no tenían ningún problema con que yo escribiera lo que quisiera… Y afortunadamente mi padre, que era marxista, tampoco, ya que era un gran lector de novela negra, de clásicos como Hammett, Chandler y los demás. Yo pertenezco a una generación marcada por Mayo del 68. A partir de ese momento todo cambió, surgió una hornada de escritores que hablaban de los problemas de la sociedad francesa, utilizando la novela negra como una forma de superar el bloqueo que habían sufrido.
¿Así fue cómo surgió el llamado neo-polar?
En mi opinión las cosas cambiaron mucho en aquél entonces. Hubo una ruptura dentro de la novela negra, en el interior mismo del polar, gracias a la aparición de escritores como Jean Vautrin o Jean-Patrick Manchette. Para mí el punto decisivo fue la publicación en 1973 de la novela Le petit bleu de la côte Ouest, de Manchette. Se acababa de inaugurar la autopista de circunvalación de París, y el protagonista del libro tenía que huir por ella constantemente, buscando una salida… Era la primera vez que se podía rodear París por completo, y me parecía que el dilema del personaje de Manchette, encontrar una salida, era también una metáfora de la revolución sin salida a la que habíamos llegado. Es una obra que funciona perfectamente como novela policíaca, al mismo tiempo que ofrece una metáfora sobre el compromiso político y una reflexión literaria. Decidí que eso era lo que yo quería hacer… Cuando empecé a publicar, en los años 80, había mucho interés en el polar, se había reivindicado en muchos aspectos e incluso escritores de prestigio se daban el lujo de experimentar con el género, comoJean Echenoz en su novela Cheroquee, publicada por una editorial con tanto ascendiente literario como Éditions de Minuit.
¿Qué queda hoy de aquél Daeninckx más noir de los años 80?
Mi estilo ha evolucionado. Hoy las cosas son mucho más sutiles, más ambiguas que entonces. La sociedad actual debe ser descrita de manera más compleja, porque se ha vuelto mucho más compleja. Desde los años 80 hemos vivido una aceleración de la historia, con la caída del muro, hasta el punto de que se llegó a hablar de un “fin de la historia”… No ha vuelto a haber ninguna guerra mundial, como los dos conflictos que caracterizaron la primera mitad del siglo XX, pero a cambio han aparecido otras formas de hacer la guerra, como hemos visto en la antigua Yugoeslavia o vemos en Ucrania. Antaño, con la Guerra Fría, incluso en los 80, todo era más sencillo. Era una cuestión de “ellos y nosotros”, prácticamente solo había dos frentes. Pero ahora, si queremos seguir la lucha contra la barbarie, los escritores tenemos que cambiar nuestros puntos de vista, dejar de lado el inmovilismo de la Guerra Fría para aceptar las nuevas realidades. Hemos visto cómo los antiguos líderes comunistas se convertían en criminales de guerra… Es un tiempo de cismas, de alianzas cambiantes, como en Grecia, donde la extrema izquierda y un partido fascista pactan para apoyar una misma causa en la lucha de clases: austeridad contra no-austeridad. Están pasando cosas que suponen una transición equiparable en algunos aspectos a la que se dio entre los años 1939 y 1945, en la guerra antifascista… Mi sentimiento de cólera, de rechazo ante las cosas horribles que pasan sigue siendo el mismo, pero ya no estamos en un mundo dividido en dos bloques, hay que tomar conciencia y adoptar un nuevo punto de vista.
¿Quizá por eso su aproximación actual a la novela histórica?
Yo no soy un político, ni un filósofo, ni un historiador. Soy escritor, novelista. Siento que mi obra debe estar en consonancia con la situación actual. He abandonado el noir por la novela histórica porque creo que vivimos un periodo de confusión, un momento clave para mirar al pasado histórico de Francia, revisar sus periodos históricos más confusos y poder así reflexionar en los paralelismos que nos ofrecen con la situación actual. Por ejemplo, durante la Revolución Francesa y la Comuna de París de 1871, la izquierda era colonialista y antisemita, algo que hoy se ha invertido por completo… Son cosas que debemos saber y aplicar a la actualidad
Pero sus novelas históricas también tienen un regusto noir…
Forman parte de una manera noir de reflejar el mundo, por supuesto. Para mí no se trata solamente del género policial. Busco y encuentro referentes en toda la historia de la literatura francesa que me gusta y me ha influido. Busco una perspectiva noir de entender el mundo, que no está solo en la literatura. Hay también cine, música, pintura noir… Se podría decir que la mía es una visiónnoir de la vida.
Precisamente, su visión noir ha sido trasladada también a menudo a otros medios, como el cine, el cómic o la televisión… ¿Cómo ha visto tratada en ellos su obra?
Nunca he tenido ningún problema ni prejuicios con el cómic. Crecí leyendo fotonovelas e historietas, y forman parte de mi educación y cultura. En general, he colaborado más con la televisión que con el cine, pero en todos los casos se trata para mí de trabajos colectivos, donde el autor debe ponerse al servicio del medio, nunca por encima de él. Para mí, una película no es del guionista, ni del autor de la novela original, sino del director, que es quien le da su forma definitiva. Él es el autor. Cuando trabajé con Tardí en su adaptación de El último de los últimos siempre tuve muy claro que el autor era Tardí. Es lo mismo con los libros del fotógrafo Willy Ronis en los que he colaborado. A menudo me gusta olvidar el trabajo solitario del escritor, busco colaborar con otras personas, poniéndome en un segundo plano. Cuando quiero ser “autor”, escribo mis novelas.
¿Qué puede decirnos de su novela más reciente, aún sin publicar entre nosotros, por desgracia?
Se titula Caché dans la maison des fous, está basada en la historia real de cuando el poeta Paul Éluard se vio obligado a refugiarse en la Francia ocupada de la persecución de la Gestapo. Acabó en un sanatorio psiquiátrico dirigido por un médico catalán exiliado después de la Guerra Civil española, el doctor Tosquelles, que daba cobijo a algunos miembros de la Resistencia y refugiados judíos. La idea surgió de la lectura del poema 'Libertad' de Éluard, que escribió en 1943, cuando estaba internado en este hospital. Es una maravillosa historia olvidada. Allí Éluard descubrió el arte de los locos… Tosquelles utilizaba la pintura, la creatividad, como una terapia para sus enfermos, que realizaban obras increíbles, que en cierto modo inspiraron al poeta y a otros surrealistas… Hay una línea directa que conecta este arte de los locos con la modernidad, con lo que después sería el Art Brut de Dubuffet.
Tengo entendido que hay una cierta relación familiar entre Éluard y usted…
No exactamente familiar, pero sí es cierto que mi abuelo compró una parcela de terreno en Saint Denis que pertenecía al padre de Paul Éluard, que era carnicero, y se llevó allí a la familia. Así que éramos vecinos… Pero la inspiración vino sobre todo del libro del propio Éluard Souvenirs de la maison des fous y de los poemas que escribió durante su estancia en el sanatorio. Para mí es una historia muy poderosa, que era importante rescatar del olvido. Una historia de resistencia admirable, pues muy poca gente sabe sobre el holocausto de los enfermos mentales, el genocidio de los locos, que comenzó incluso antes que el de los judíos. En Francia, sanatorios como este sufrieron las consecuencias de la ocupación. El gobierno de Vichy suspendió todas las subvenciones, condenando a sus internos al hambre y el frío. Es increíble cómo sobrevivieron con la ayuda de los campesinos de la zona, recolectando verduras y buscando caracoles. Era una situación muy peculiar, en la que los locos se convirtieron en el último refugio de la cordura en un mundo de locos. Para mí ofrecía la posibilidad de encontrar entre los locos la esencia misma de la humanidad. Un ejemplo de resistencia admirable al ocupante y al hambre, pero también de resistencia cultural. De cómo la cultura y el arte se las apañan para sobrevivir entre los locos. Incluso en los peores momentos de la historia se puede abrigar la esperanza... Hay algunas anécdotas muy curiosas de este sanatorio. Por ejemplo, las monjas católicas que trabajaban en él se convirtieron todas al protestantismo después de la guerra… Y personajes fascinantes, como el propio Tosquellez, alguien que como Deleuze Batailleentendía que los locos dicen lo que se calla, y que desarrolló un tratamiento que buscaba la humanidad en sus pacientes, que trataba a los enfermos como personas… Algo muy distinto de lo que hace la sociedad actual cuando cambia al psiquiatra por la química.
Finalmente, ¿cómo ve un veterano la novela negra actual?
Ahora, la novela negra se ha convertido en un género imperialista (risa). Ha invadido y conquistado todas las librerías, todo es novela negra… Bromas aparte, se ha convertido en algo increíble, todos los países tienen su propia novela negra, para satisfacer a sus propios lectores… Es lógico. Se trata de un género que nos ofrece consuelo, algún tipo de respuesta a nuestras necesidades más íntimas. La novela negra se construye siempre en torno a una “catástrofe” del pasado. Esta “catástrofe” tiene también siempre una raíz histórica que debemos reconstruir, siguiendo sus huellas, para explicarla, para exorcizarla y, sobre todo, para tratar de impedir que se repita de nuevo. La novela negra es una especie de monumento a las víctimas, para que no se las olvide nunca. Para mí es un ejercicio de compasión humana. Como decía el escritor sueco Stig Dagerman: “nuestra necesidad de consuelo es insaciable.” Por eso recurrimos a la novela negra.




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