22 de juny del 2015

De las disquisiciones metafísicas a la más clásica novela negra

[La Nación, 21 de junio de 2015]

Nic Pizzolatto parece haber respondido con esta segunda temporada a las críticas recibidas

Hernán Ferreirós


-Creo que la conciencia es un trágico paso en falso de la evolución. La naturaleza creó un aspecto separado de sí misma. Somos criaturas que no deberían existir por ley natural... Lo único honorable para nuestra especie es negar nuestra programación, dejar de reproducirnos, caminar de la mano hacia la extinción, una última noche como hermanos y hermanas excluyéndonos voluntariamente de un contrato injusto.
-Elegí un gran día para intentar conocerte. En tres meses no te escuché decir una palabra y ahora lo único que quiero que te calles de una puta vez.
Estos diálogos entre los detectives Rust Cohle (Matthew McConaughey) y Martin Hart (Woody Harrelson), mientras manejaban por las escamosas rutas de Louisiana, eran el corazón de True Detective. Al revés de los escritos del Marqués de Sade, en los que uno apura las parrafadas filosóficas para llegar a la próxima orgía, en la primera temporada de la serie creada y escrita por Nic Pizzolatto, el plato fuerte no eran el sexo, los asesinatos o la investigación policial, sino la alquimia entre Marty y Rust, manifestada en esos intercambios, en la gravedad fuera de toda escala expresada en los monólogos nihilistas de Rust y en el fastidio del conformista Marty por tener que tolerar tanto bullshit. A pesar de su intensidad metafísica, esos momentos también tenían el timing cómico de una rutina de Abbott y Costello, gracias a la perfecta gestualidad del siempre subvalorado Harrelson, que escandía y aligeraba la densidad del sobrevalorado McConaughey.
El tema de la serie era la intimidad de estos dos personajes tan distintos, no tanto quiénes eran en sus vidas privadas, sino quiénes eran cuando estaban juntos. La exploración del vínculo entre los hombres, la amistad viril, es uno de los tópicos clásicos del policial negro, uno en el que las mujeres no tienen lugar, voz, ni voto. En ese invernadero de cromosomas XY, en ese gimnasio emocional masculino, crecía el programa. Por ello, mientras que para muchos hombres fue Lo Mejor Que Pasó En La Tele En Años, para buena parte de las mujeres no ranqueó más que como otra fantasía de machos, pretenciosa y sexista.
Es probable que True Detective lo fuera. Pero también fue otras cosas. No hubo muchas otras series que usaran como combustible ideas tomadas de la filosofía y la literatura. Faulkner, Cioran, Chandler y Lovecraft son las cuatro coordenadas que nos permiten localizarla en el espacio-tiempo: el gótico sureño, la filosofía antinatalista, el hardboiled y la weird fiction. Esta última aportaba una inestabilidad inédita en la TV, dado que los crímenes rituales investigados por los detectives parecían encajar en una trama de proporciones cósmicas y hasta el último episodio fue imposible descartar la loca expectativa de que Pizzolatto tirara todo por la borda y reinventara la épica televisiva dando vía libre a un dios ancestral para que clausurara la existencia del mundo.
Tras haber visto los tres primeros episodios de la nueva temporada hay que reportar que no hay nada parecido. De entrada se sabía que la serie tendría el formato de una antología, es decir, cada año se presentaría una nueva historia, nuevos personajes, nuevos escenarios y nuevos actores. "Creo que ya dije cualquier cosa que haya tenido para decir acerca del rubro de las parejas de detectives ¿Quién querría volver a ver a dos estrellas manejando su coche y conversando?", se preguntaba Pizzolatto en una nota en Vanity Fair. La respuesta: todos los que se fanatizaron con la primera temporada. De todos modos, es destacable la integridad del autor que, a pesar del éxito, decidió continuar con el plan original y recomenzar de cero. O casi. Porque Pizzolatto parece haber escuchado a sus críticos y decidió no darles una segunda oportunidad.

SIMPLIFICANDO

Tal como si Rust Cohle hubiera dejado su negatividad en el aire, esta temporada también se define de modo negativo: es todo lo que la anterior no fue. Si True Detective I presentaba un mundo masculino en el que las mujeres eran sólo víctimas u objetos de placer sin una interioridad discernible, la segunda está protagonizada por una mujer fuerte: la detective Ani -por Antígona- Bezzerides (McAdams), quien lleva cuchillos bajo la ropa, como defensa personal y como símbolo de su dificultad para los vínculos con los hombres. Si la primera temporada optaba por una narración compleja, aquí el relato es lineal. Finalmente, si la miríada de referencias a las que nos había acostumbrado desencadenó en acusaciones de plagio, en este caso no hay ideas venidas de otra parte, salvo por la incursión en el terreno del L.A. noir, el submundo oscuro de la soleada California, pero sin citar abiertamente a maestros como Jim Thompson o James Ellroy. La única referencia visible aparece en la insistente sordidez que, cuando se acerca a lo siniestro, hace pensar en David Lynch.
Aunque el género narrativo es más estable que antes -es un policial negro tradicional, con cruces entre política y delito- Pizzollatto continúa más concentrado en desgranar a sus personajes que en la arquitectura del procedimiento detectivesco. El género es el McGuffin, la excusa que necesitamos para ingresar a la vida de estas personas. Hay crímenes (esta vez las víctimas son hombres) pero la identidad del asesino es irrelevante y no se plantea ningún enigma. El misterio es qué les pasó a los personajes para que sean quienes son.
Aunque los protagonistas se duplicaron, esto no implica que se hayan duplicado o siquiera mantenido las virtudes de los anteriores. El triángulo de detectives que investiga el caso jamás alcanza la química de Rust y Marty. Aunque todos los actores interpretan personajes en contra de la percepción que se tiene de ellos, la sorpresa inicial se desvanece y no alcanza para ocultar que ninguno tiene el carisma de sus predecesores. El humor es mínimo y el énfasis en la desdicha es tal que por momentos el programa parece una autoparodia. Este True Detective es un policial denso y oscuro y una disección potente de personajes complejos, pero no es True Detective.



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