29 de setembre del 2014

"Quiero que el lector sienta el desasosiego"

[El Correo Gallego, 28 de septiembre de 2014]

Víctor del Árbol alcanza la cuarta edición con 'Un millón de gotas' (Destino), una novela que atraviesa tres generaciones de una familia y que describe la lucha entre el determinismo y la libertad individual

José Miguel Giráldez

Es casi mediodía y lleva ya una cuantas entrevistas encima, pero Víctor del Árbol desborda energía. Ganas de contar. Y, por supuesto, amabilidad. La novela de la que vamos a hablar, que alcanza ya la cuarta edición, Un millón de gotas (Destino), tiene algo de novelón ruso, y no sólo porque Rusia es importante en la historia. El propio Víctor lo dice, casi en la primera frase de la entrevista: "en literatura, no hay duda de que soy mucho más ruso que americano".
Su historia es larga: estuvo veinte años en los mossos d'escuadra, pero prefiere que no le pregunte por qué se hizo escritor. Lo ha sido desde siempre. Tiene muchos cuadernos con historias. Escritos a mano, como a él le gusta. Y cuando llega el momento de recordar a quién le debe su interés por la escritura no duda: "a mi madre, por supuesto. Ella se preocupó de que tuviera siempre un lápiz en la mano".
"Esta es una novela de largo aliento. Digamos que es como esas que a mí me gusta leer", explica. "Se trata de una historia coral que abarca un marco temporal de casi 70 años. Contar algo así demanda un esfuerzo notable". Le digo que es una novela rusa porque es una novela psicológica. Una novela sobre la vida y el destino. "Me apasiona la cultura rusa. Se nota, claro, solo con leerla. Dostoievski es una referencia para mi. Y me gustan los personajes con contradicciones. Creo que, al final, la literatura tiene que hablar de la vida, de los seres humanos. Los rusos son los precursores del existencialismo. Influyeron en muchos lugares. Y yo creo que Un millón de gotas es, finalmente, una novela sobre el sentido de la vida", reconoce. Sin duda debe mucho a Dostoievski. también en su extensión. Y, por supuesto, la novela viaja hacia atrás en el tiempo, hacia la Revolución rusa, precisamente, a la que acude un joven idealista nacido en Mieres, hijo de comunista, Elías Gil. Pronto descubrirá un mundo oscuro que le atrapa para siempre, y que culmina con los horrores de la isla de Názino. Pero esa no es la historia que se cuenta en el presente: en el presente asistimos a los conflictos familiares, a la dureza de las relaciones personales, a las tragedias cercanas y las injusticias. Y el mal flota, inexorablemente, y se abre camino. Arrancando desde el pasado.
Víctor del Árbol no quiere manejar etiquetas. "Yo no escribo ni novela blanca ni negra, sino mestiza", ríe. "No me gustan las etiquetas. Utilizo un contexto histórico, que para mí es muy importante siempre, hago novela de personajes y sí, algo de novela negra siempre hay. Porque explorar el mal cotidiano tiene que ver con la novela negra. Y con el realismo social. Lo que busco es la emoción del lector. Así de sencillo. Cuestionar, provocar: qué somos, de qué estamos hechos. No es una novela de procedimiento policial, digamos". Y añade: "Un millón de gotashabla de cómo cambiamos con los años y con las circunstancias".
No es Víctor del Árbol un escritor metódico, ni cuadriculado. En algún lugar ha dicho que es un tanto caótico. "Parto de un cierto caos, sí, porque si partes de una premisa determinada llegas a un final previsible. Yo sé donde quiero llegar, claro está. Pero luego surgen cambios, ramificaciones, y no me importa dejarme llevar por los personajes, desarrollar sus biografías. Mi editora dice que soy generoso porque escribo varias novelas en una. Lo que pasa es que yo creo que una novela es una cosa total", sentencia.
La literatura de Víctor del Árbol está determinada por las circunstancias históricas. "Esto es así. Yo en toda la novela hago un paralelismo entre la historia del siglo XX y las tres generaciones de la familia Gil. Y es que yo estoy convencido de que estamos condicionados por el pasado: histórico y personal. Existe, claro, la opción de la libertad. No justifico al que se deja arrastrar por esas circunstancias, evidentemente". Sin embargo, en Un millón de gotas hay personajes a los que no les queda ni un centímetro para articular su propia libertad. "Claro, Elías, que quiere vivir la utopía soviética, es un buen ejemplo. Y al final, a Elías le matan el alma. El caso de Laura es distinto. Ella quiere luchar sola contra toda la maldad del mundo. Ella es la primera gota que empieza a ser océano". Y concluye: "a veces me dicen que mis novelas son muy violentas. Pero, ya decía James Ellroy que lo violento es la vida, no la literatura. Sé que el lector se siente incómodo con una historia como esta. Nos interpela, nos remueve por dentro. Es justo lo que quiero hacer" .


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